De vuelta a la primavera / Back to Spring

Hola, amigos buenos, regreso y no cargada de atardeceres, como prometí, sino contenta por la llegada de la primavera. En vísperas de un anunciado frente frío, los arboles de mi ciudad comienzan a engalanarse de flores y frutos. Los mangos, en los jardines, están cargados de bizcochuelos y filipinos, dulces, pequeños y llenos de hilachas que se quedan entre los dientes. He estado comiendo bastantes, lástima que no se me ocurrió sacarles fotos para compartirlas con ustedes. Otra vez será.
Como buen país tropical, Cuba es un paraíso para las flores. En los parterres, algunos vecinos han comenzado a crear pequeños vergeles, a veces hasta con pretenciones de huerto. Les debo fotos también, para que vean qué cosa más bonitas logran. Mi tesis de maestría, precisamente, va de crear un programa de capacitación para el empoderamiento climático de la comunidad, que incluye la reforestación de espacios públicos y privados en el barrio de El Vedado. Pero eso es tema para otro post.

Ayer, mientras caminaba por Marianao, este árbol florido fue el que me hizo concientizar que ya estamos en primavera. El clima ha cambiado en las últimas dos semanas, parece verano, después de un invierno mojado y frío como hacía años no nos tocaba.
Como estación del amor, la primavera despierta a la fauna citadina. Cortejos de pájaros, vuelos nupciales de comejenes y hormigas, perros callejeros desviviéndose en atenciones hacia sus congéneres femeninas y gatos alborotando en los tejados. Las plantas no se quedan atrás.

Asimismo, los humanos andan en trajines amorosos. Últimamente me he cruzado con varias bodas de almendrón, vestido de ensueño y pipipi (es común que los carros que llevan recién casados armen bulla con el claxon, lo cual es visto con alegría por los transeúntes), un espectáculo que parecía en vías de extinción a raíz del confinamiento durante el COVID-19. Yo no me casaría así, ya saben, timideces de una, pero me resulta estimulante ver que esta costumbre se recupera.
Las playas han empezado a recibir bañistas, aunque para nuestros estándares es demasiado temprano. Yo no suelo ir hasta finales de junio, porque ahora corres el riesgo de encontrar aguamalas, sargazos y todo tipo de basuras y algas urticantes que traen las mareas. El problema es que hace bastante calor y el sol ha empezado a picar fuerte, lo cual despierta en los cubanos el reflejo condicionado de ir corriendo al mar o el río más cercano. Los meses de invierno nos desconectaron de la idea de que vivimos en el trópico.

En lo personal, no me quejo. Aunque iba a guardar los cuatro trapitos de invierno y preparar la trusa, y este anuncio de frente frío me ha hecho estarme quieta. Ya les contaré si es o no una falsa alarma.
Por si mañana no puedo publicar, les dejo un beso a todos y los extrañaré mientras vuelve a crecer mi raya verde.
Todas las fotos fueron hechas por mí y son de mi propiedad.

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Hello, dear friends, I’m back—not laden with sunsets, as I promised, but happy about the arrival of spring. On the eve of an announced cold front, the trees in my city are beginning to adorn themselves with flowers and fruit. The mango trees in the gardens are heavy with bizcochuelos and filipinos—sweet, small, and full of fibers that get stuck between your teeth. I’ve been eating quite a few; it’s a shame I didn’t think to take pictures to share with you. Next time, perhaps.
As a proper tropical country, Cuba is a paradise for flowers. In the flowerbeds, some neighbors have started creating little gardens, sometimes even with aspirations of a vegetable patch. I owe you photos of those too, so you can see the lovely things they’ve managed to grow. My master’s thesis, in fact, is about developing a training program for community climate empowerment, which includes reforesting public and private spaces in the El Vedado neighborhood. But that’s a topic for another post.

Yesterday, as I walked through Marianao, this flowering tree made me realize that spring is already here. The weather has changed over the last two weeks—it feels like summer after a wet and cold winter, the likes of which we hadn’t seen in years.
As the season of love, spring awakens the city’s wildlife. There are courtships of birds, nuptial flights of termites and ants, stray dogs fawning over their female counterparts, and cats causing a ruckus on rooftops. The plants aren’t far behind.

Humans, too, are caught up in romantic endeavors. Lately, I’ve come across several almendrón weddings—complete with dreamy dresses and pipipi (it’s common for cars carrying newlyweds to honk loudly, which passersby greet with joy). It’s a spectacle that seemed on the verge of extinction after the COVID-19 lockdowns. I wouldn’t get married like that myself—you know me, shy as ever—but it’s heartening to see this tradition making a comeback.
The beaches have started welcoming swimmers, though by our standards, it’s still too early. I usually don’t go until late June because right now, you risk encountering jellyfish, sargassum, and all sorts of stinging algae and trash brought in by the tides. The problem is, it’s been quite hot, and the sun has begun to burn fiercely, triggering the conditioned reflex in Cubans to rush to the nearest sea or river. The winter months made us forget we live in the tropics.

Personally, I’m not complaining. Though I was about to pack away my few winter clothes and get my swimsuit ready, this cold front warning has made me hold off. I’ll let you know if it’s a false alarm or not.
In case I can’t post tomorrow, a kiss to everyone, and I’ll miss you while my green streak grows back.

All photos were taken by me and are my property.