Videojuegos: realidad, ficción o ambas.


Hoy, mientras leía los temas de la iniciativa de la Comunidad #Humanitas, seleccioné la interrogante relacionada con los videojuegos y su conexión con la filosofía. Meditando, me doy cuenta de que mi falta de atracción hacia ellos probablemente se deba a mi deficiencia visual, ya que nunca me interesó el usar un computador para ello. Sin embargo, este distanciamiento no me impide explorar el fenómeno desde una perspectiva intelectual. Me pregunté si detrás de esos mundos virtuales, diseñados para entretener, hay algo más profundo, una corriente subterránea de pensamiento que nos invita a reflexionar sobre quiénes somos, qué significa vivir o incluso qué es la realidad. Como decía Sócrates, “la vida sin examen no merece ser vivida”, y en ese sentido, creo que los videojuegos pueden ser un nuevo campo fértil para ese examen.

El pasado de los videojuegos está marcado por una inocencia casi primitiva. Recuerdo haber leído sobre Pong, uno de los primeros juegos electrónicos, donde dos líneas y un cuadrado simulaban un partido de tenis. En esa época, nadie veía en esos píxeles algo más allá de una novedad tecnológica. Pero con el tiempo, los desarrolladores empezaron a integrar narrativas más complejas, y aquí es donde comienza a surgir la filosofía inadvertidamente. Los personajes dejaron de ser meros avatares funcionales y comenzaron a tener dilemas éticos, decisiones morales y hasta destinos trágicos. Recordemos a “The Last of Us”, donde Joel debe decidir entre salvar al mundo o proteger a Ellie. Esa elección, tan humana y tan cruda, me recuerda las palabras de Albert Camus: “El hombre es lo único que puede negarse a ser”. En ese acto de rebelión contra el destino, Joel encarna una verdad filosófica que trasciende el juego.



Escena de la película Mini Espías 3D

Sin embargo, no solo son las historias las que portan esta carga reflexiva. El diseño mismo de los videojuegos plantea preguntas fundamentales sobre la naturaleza de la existencia. Cuando jugamos -yo no juego-, estamos inmersos en un mundo simulado, regido por reglas creadas por otros. -¿No es eso una metáfora de nuestra propia realidad?- Nosotros también vivimos bajo ciertas normas sociales, físicas y morales que, aunque no siempre entendemos -muchos no las cumplen-, seguimos día a día. Jean Baudrillard, filósofo del siglo XX, hablaba de las simulaciones como “realidades hiperreales”, donde la copia supera al original. En este sentido, los videojuegos son pequeños universos hiperrealistas que nos desafían a cuestionar qué es real y qué es artificial, pese a que muchos viven en su propio mundo.

En el presente, los videojuegos han evolucionado más allá de lo lúdico. Ya no son solo pasatiempos; se han convertido en plataformas económicas, culturales y hasta educativas. He leído sobre jóvenes que ganan miles de dólares compitiendo en torneos de eSports, o sobre creadores de contenido que monetizan sus partidas en plataformas como Twitch. Esto me lleva a pensar en cómo el capitalismo ha transformado incluso los espacios de ocio en mercados. Karl Marx -no me cae muy bien- decía que “el dinero es el medio universal para la realización de todas las necesidades humanas”, y hoy vemos cómo esa idea se manifiesta en industrias que antes eran consideradas puramente recreativas. Los videojuegos ya no son solo diversión; son una inversión, una carrera, un estilo de vida.

El futuro, ahí reside lo realmente intrigante. Imagino mundos virtuales aún más inmersivos, donde la línea entre la realidad y la simulación sea prácticamente invisible. Tecnologías como la realidad virtual y aumentada están llevando a los jugadores a experimentar emociones y situaciones que antes eran inimaginables. En este contexto, surge una pregunta inevitable: ¿qué significa ser humano en un mundo donde podemos escapar constantemente de nosotros mismos? Friedrich Nietzsche, en su concepto del eterno retorno, nos insta a vivir como si cada momento fuera a repetirse infinitamente. Si trasladamos esa idea a los videojuegos, podríamos preguntarnos entonces: ¿estamos viviendo nuestras vidas o simplemente ensayándolas en mundos virtuales?

Aunque nunca me haya sentido atraído por los videojuegos, reconozco que su impacto cultural y filosófico es innegable. Son más que simples programas de computadora; son, según los críticos, una extensión de nuestra capacidad creativa, una forma de explorar preguntas fundamentales sobre la existencia y, en algunos casos, un reflejo de nuestras propias contradicciones. Quizá algún día, gracias a avances tecnológicos, pueda experimentar uno de estos mundos digitales sin que mi deficiencia visual sea un obstáculo. Hasta entonces, seguiré observando desde afuera, maravillado por cómo el ser humano ha logrado convertir algo tan simple como un juego en un espejo donde nos miramos a nosotros mismos.



Estás cordialmente invitado a participar. Un tema para cada día. Es una propuesta de la Comunidad #humanitas. En el siguiente enlaces encontrarás toda la información necesaria. Te esperamos…


INICIATIVA: Un temα pαrα cαdα dı́α (abril 2025)


Portada de la iniciativa




🔆+++🔆+++🔆+++🔆+++🔆+++🔆+++🔆+++🔆+++🔆+++🔆




Dedicado a todos aquellos que, día a día, con su arte, hacen del mundo un lugar mejor.





image.png



0
0
0.000
1 comments
avatar

En algún momento me gustaron mucho los videojuegos, hay algunos muy cuidados que se acercan a las novelas escritas en cuanto a profundidad y capacidad de vehicular una idea, solo que cuando me di cuenta de eso entendí que leer el libro era literalmente más rápido y productivo.

Me gustaría leer una segunda parte de este análisis, en qué abordes el uso de la gratificación como arma contra el consumidor de videojuegos. Esa arista está filosóficamente espinosa e interesante.

0
0
0.000