Yevgeny Yevtushenko: Russia in verse|Yevgueni Yevtushenko: Rusia en los versos (ENG-ESP)
Hello, bookish friends in this wonderful #HiveBookClub community.
Let's talk about our passions. Let's talk about books. Today I'm suggesting a poet, because whenever I can, I return to poetry, that territory where words breathe.
In it, I find true freedom, which isn't decreed, but rather conquered with the same tenacity with which a river opens a channel between the mountains. Freedom, for me, is synonymous with inner peace. And believe me, few paths lead as directly to the soul as a good verse.
Yevgeny Yevtushenko was one of those rebellious writers that only a country like Russia could produce: a land of contradictions, where snow erases footprints but poetry eternalizes them. He lived with his feet in the trenches and his soul navigating between metaphors.
When the Soviet Union was crumbling, he was there, in the front row, not as a spectator, but as an actor. He agreed to be a deputy in Kharkov when many intellectuals preferred silence. He supported Gorbachev's reforms, yes, but not out of opportunism, but because he believed—with the almost naive faith of a poet—that words could change the world.
But make no mistake: this was not a man willing to sell out. When Yeltsin sent tanks into Chechnya, Yevtushenko was the first to shout Enough! in that voice that sounded like it came from the forests of Siberia. He returns a state award like one returns an insult.
That's what he was like: stubborn, contradictory, incapable of bending. He became an uncomfortable conscience, the kind of person no one wanted at dinner but everyone needed to hear. He fought with nationalists, defended Siberian lakes from industrial greed, and rescued Stalin's victims from oblivion.
His anthology Verses of the Century was not an exercise in nostalgia, but an act of resistance: he wanted to demonstrate that the true Russia was not that of bureaucrats, but that of Pushkin, Tsvetaeva, and Akhmatova.
He spent half a year in Oklahoma, teaching among cowboys and oil engineers who adored him. "These kids," he said, "understand my poetry better than European critics."
It wasn't ironic: in those students, far removed from urban snobbery, he found a freshness that reminded him of his youth in Moscow. He spent the other half year in Russia, where he continued to be the voice heard in the halls of power, even though many were annoyed by it.
And all the while, he wrote. Because a poet, in the end, is just that: a man who can't stop writing. He was preparing a novel about the Cuban Missile Crisis—imagine the stories he had after rubbing shoulders with Che Guevara, Neruda, and Sartre!
Until his death in 2017, he remained the young man who read Babi Yar to thousands at the Luzhniki Stadium, defying official antisemitism.
That poem, set to music by Shostakovich, continues to shock because it speaks of what others preferred to silence: memory as a moral duty.
The purists accused him of flirting with power. But who can judge a poet who lived in times when every metaphor could be a passport to the gulag? Yevtushenko wasn't a Solzhenitsyn-style dissident, but he wasn't a courtier either.
He was something more dangerous: a man who believed that poetry could dialogue with power without surrendering to it.
In the end, his legacy isn't just verse, but a lesson: poetry is not a refuge for cowards, but a weapon. And freedom, when it's authentic, is not negotiable. Rereading him today is like finding that blend of courage and beauty we so lack.
In Zima Station, he wrote: "Don't let them turn you into ice / even if they burn you, even if they hurt you."
Perhaps therein lies his secret: he refused to allow his heart to be turned into a glacier. In these times of empty speeches and half-truths, I return to Yevtushenko. Because poetry, as he demonstrated, is not a luxury: it is the last place where freedom does not ask permission to exist.
Yevgueni Yevtushenko: Rusia en los versos -RESEÑA
¡Hola, amigos de los libros en esta maravillosa comunidad de #HiveBookClub
Hablemos de nuestras pasiones. Hablemos de libros. Hoy les propongo un poeta, porque siempre que puedo vuelvo a la poesía, ese territorio donde las palabras, respiran.
En ella encuentro la auténtica libertad, la que no se decreta, sino que se conquista con la misma tenacidad con que un río abre cauce entre las montañas. La libertad, para mí, es sinónimo de paz interior. Y créeme, pocos caminos llevan tan directo al alma como un verso bueno.
Yevgueni Yevtushenko fue uno de esos escritores rebeldes que solo podía parir un país como Rusia: tierra de contradicciones, donde la nieve borra las huellas pero la poesía las eterniza. Vivió con los pies en la trinchera y el alma navegando entre metáforas.
Cuando la Unión Soviética se desmoronaba, él estaba allí, en primera fila, no como espectador, sino como actor. Aceptó ser diputado en Járkov cuando muchos intelectuales prefirieron el silencio. Apoyó las reformas de Gorbachov, sí, pero no por oportunismo, sino porque creía —con esa fe casi ingenua del poeta que las palabras podían cambiar el mundo.
Pero no te equivoques: este no era un hombre dispuesto a venderse. Cuando Yeltsin envió los tanques a Chechenia, Yevtushenko fue el primero en gritar ¡Basta! con esa voz que parecía salida de los bosques de Siberia. Devuelve un premio estatal como quien devuelve un insulto.
Así era: terco, contradictorio, incapaz de doblegarse. Se convirtió en una conciencia incómoda, en ese tipo que nadie quería en la cena pero todos necesitaban escuchar. Se peleó con nacionalistas, defendió los lagos siberianos de la codicia industrial y rescató del olvido a las víctimas de Stalin.
Su antología Versos del Siglo no fue un ejercicio de nostalgia, sino un acto de resistencia: quería demostrar que la verdadera Rusia no era la de los burócratas, sino la de Pushkin, Tsvetáyeva y Ajmátova.
Pasaba medio año en Oklahoma, enseñando entre vaqueros e ingenieros petroleros que lo adoraban. "Estos muchachos", decía, "entienden mi poesía mejor que los críticos europeos".
No era ironía: en aquellos estudiantes alejados del esnobismo urbano, encontraba una frescura que le recordaba a su juventud en Moscú. El otro medio año lo vivía en Rusia, donde seguía siendo esa voz que se oía en los pasillos del poder, aunque a muchos les molestara.
Y mientras tanto, escribía. Porque un poeta, al final, es eso: un hombre que no puede dejar de escribir. Preparaba una novela sobre la Crisis de los Misiles, ¡imagínate las historias que guardaba después de codearse con el Che, Neruda y Sartre!
Hasta su muerte en 2017, nunca dejó de ser aquel joven que leyó Babi Yar ante miles en el estadio Luzhnikí, desafiando al antisemitismo oficial.
Aquel poema, musicalizado por Shostakóvich, sigue estremeciendo porque habla de lo que otros prefirieron silenciar: la memoria como deber moral.
Los puristas lo acusaban de coquetear con el poder. Pero ¿quién puede juzgar a un poeta que vivió en tiempos donde cada metáfora podía ser un pasaporte al gulag? Yevtushenko no era un disidente al estilo Solzhenitsyn, pero tampoco un cortesano.
Era algo más peligroso: un hombre que creía que la poesía podía dialogar con el poder sin rendirse a él.
Al final, su legado no son solo versos, sino una lección: la poesía no es un refugio para cobardes, sino un arma. Y la libertad, cuando es auténtica, no se negocia. Releerlo hoy es encontrar esa mezcla de coraje y belleza que tanto nos falta.
En La estación de Zimá, escribió: "No dejéis que os conviertan en hielo / aunque os quemen, aunque os hieran".
Quizás ahí esté su secreto: no permitió que convirtieran su corazón en glaciar. En estos tiempos de discursos vacíos y verdades a medias, vuelvo a Yevtushenko. Porque la poesía, como él demostró, no es un lujo: es el último lugar donde la libertad no pide permiso para existir.
¡Ya era hora que leyéramos algo así sobre algún poeta ruso! Y por supuesto, ¡quién mejor que tú para acercarnos a ellos con esa magia en tus análisis precisos!
¡Gracias por mostrarnos a este Yevgeny humano más allá de sus versos!
Eres un crack reseñando, Marabuzalito 🥰
Ni tanto, corazón.
Un abrazo 🌻
So many creative types believe with all their might that their creative outputs will change the world into whatever image they have determined right. Sometimes it actually happens, more often they just slip into poverty, which is where the expression "starving artist" comes from.
!BBH
El corazón de un poeta conserva en su interior muchas respuestas que aún desconocemos. Y lo que es mejor ni siquiera los mismos poetas, sospechan.
Es un territorio inefable.
Agradezco mucho su comentario ✍️
Absolutely. !BBH
I haven't read or know anything about this Russian author. He seems melancholic like previous Soviet era creators
Tal vez te sea de mucho interés y placer si te acercas a su obra.
Gracias ✍️
Dime, ¿es un fatalista; o un idealista del sigo XIX?
Yevtushenko fue más un idealista del siglo XX, con un tono rebelde y humanista. Aunque reconocía las contradicciones de la vida, por ejemplo, cierto fatalismo en poemas como 'La gente', su obra habla de la esperanza, la libertad y la denuncia política. En 'Babi Yar' confronta el antisemitismo, y en '¿Quién soy?' reflexiona sobre la identidad con ironía, pero sin resignación.
Si buscas un fatalistas del XIX, puede tomar como referencia a Dostoievski; si quieres un idealista, Tolstói. Yevtushenko, en cambio, es un romántico revolucionario de la Guerra Fría, con fe en el poder transformador de la poesía.
Muy amable tu interés a través de mi reseña ✍️
👏👀 Te me adelantaste con ése 😏
✍️ BRUTALITY 🫵
!HUG
Lo siento!!✍️
¡Qué gusto leer este post tuyo sobre Yevtushenko, hermano! Es una noción que siempre me ronda: la fuerza tremenda y a la vez humilde de la Poesía. Como bien señalas, el ruso viene a confirmar esa verdad inmensa de William Carlos Williams, esa que duele porque es tan cierta: la Poesía no va a cambiar el mundo de golpe, no derriba muros con versos... pero ¡cuánta gente se muere por dentro, deshecha, por no tener eso que tienen los poetas! Ese algo indescriptible, esa luz o esa llave para nombrar lo innombrable.
Y es allí donde Yevtushenko, con su vida y su palabra, abraza también la otra gran verdad que tanto amamos de Eliseo Diego: la del poeta como testigo. Como ese que tiene la misión sagrada, no de cambiar lo que hay, sino de nombrarlo. De dar testimonio de su tiempo, de su gente, de las alegrías y las sombras. De ponerle palabras al mundo para que no se nos escape del todo, para que quede fijado en el papel como un acto de resistencia íntima. Eso hacía Yevtushenko: nombrar Rusia, nombrar el dolor, nombrar la esperanza, con una voz que era grito y susurro a la vez.
Y no es poder ni mucho menos coqueteo con el poder hermano, tienes toda la razón, es presencia. Es mirar de frente y decir: "Esto existe. Esto pasó. Esto soy yo viéndolo y contándolo". Y en ese acto de nombrar, de dar testimonio con la sangre de las palabras (o del marabú) es donde la Poesía cumple su misterio. Donde nos salva, quizás no al mundo, pero sí a quienes sabemos escucharla y sentirla latir. ¡Gracias por traer a colación a este gigante y por recordarnos estas verdades hondas! Un abrazo fuerte desde estas letras que siempre aspiran a buscar el nombre exacto (o el orden natural) de las cosas.
Los escritores de hoy tenemos la dicha de andar los caminos que otros anduvieron antes.
Debemos tener cuidado de no repetirnos pero algo es ineludible, Rulfo allá en los 50 dijo que ya no había tema nuevo por escribirse.
La conquista del corazón y el alma de un país a través de la poesía será siempre un pretexto para desandar esos caminos. Porque esos caminos están ahí para que los desandemos con nuestra manera de clavar una pica, y sacarle a la roca, al menos un fragmento de esperanza.
Mi cariño y mi respeto de siempre, hermano ✍️
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Qué maravilla de poeta !!!! Gracias por traerlo a Hive, lo merecíamos.
Particularmente, amo la poesía rusa y de Europa del Este en general
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