📘 𝐒Ú𝐁𝐈𝐓𝐎 𝐀𝐆𝐔𝐀𝐂𝐄𝐑𝐎|𝐍𝐚𝐫𝐫𝐚𝐭𝐢𝐯𝐚 𝐝𝐞 𝐌𝐚𝐫𝐚𝐛𝐮𝐳𝐚𝐥 (Español)



Salió a una especie de avenida que había cerca y notó que, a diez metros, una muchacha joven con las manos hermosas estaba en el menester de vender pizzas de queso y latas de refrescos congeladas. He aquí que, en el momento en que se dispuso a cruzar la avenida, un aguacero cerrado empezó a caer y le obligó a refugiarse debajo de un alero. A Edubardo Encina le llamó la atención que el aguacero hubiera caído sin previo aviso, y tuvo la idea de que Dios había cogido un puñado de agua y lo había regado en el mismo lugar donde él se encontraba. Aunque en épocas pasadas dedicó tiempo a la poesía, esta vez Edubardo se dijo que podía ser una señal. La superstición era un tema que no tenía en cuenta, pero a veces notaba cosas como aquellas y hacía un alto en el camino. Pero no en esta ocasión.

Cesó el aguacero y caminó hacia la muchacha de manos hermosas. Le miró a los ojos y descubrió con pavor que no era ella quien ponía las pizzas en el horno, sino un gigantón negro que, según supo después, había aprendido el arte de las pizzas en un suburbio romano, adonde había viajado en una ocasión persiguiendo el amor de una anciana hechizada con los negros del Caribe. La anciana, a punto de morir asfixiada por el animal temerario de aquel negro, le había echado de la mansión, y entonces él había tenido que sobrevivir de cualquier manera, hasta que reunió el dinero del pasaje y voló al país de mentiritas en una especie de avioncito de cartón que unos terroristas quisieron secuestrar con ánimo de derrocar a un poderoso dictador, empeñado en pintar de amarillo la estresante decoración del país.

Edubardo Encina estuvo sacándole conversación a la muchacha, sin dejar de vigilar la entrada del taller, hasta que ella le dijo que o compraba algo o se iba, porque estaba haciéndole sombras al negocio. Edubardo se estremeció; no esperaba que aquella muchacha tan joven y con las manos tan hermosas fuera dueña de un vocabulario tan vulgar. Le dio la espalda y se plantó media hora frente al taller, esta vez sin dejar de mirar hacia la venta de pizzas, hasta que se cansó. Seguía nublado y era posible que el amigo no fuera al taller ese día. Entonces decidió regresar a su casa y, como a la mujer de este, a pesar de las dificultades respiratorias, le seguían interesando los libros, y sobre todo la poesía, se dijo que mejor dedicaba el día a esos temas.

Otra vez los ríos, los puentes, los salivazos, los charcos, el bajo mundo desbordado en las aceras. Nada más tocar la puerta de la casa, el amigo le abrió y se fundieron en un abrazo. Abrazo de amigos que se quieren mucho, que han pasado juntos cosas difíciles. He aquí que la esposa del amigo seguía en la cama y, cuando Edubardo Encina le preguntó si tenía aguja de coser, se incorporó con dificultad y se la ofreció con una hebra de hilo, no sin antes intentar ensartarla unas cinco veces. Edubardo le dijo que se estaba poniendo vieja, que dejara a un lado las lecturas nocturnas y se mandara a hacer un par de espejuelos. Ella apenas sonrió, le entregó la aguja ensartada y siguió en la cama.

Edubardo Encina caminó hasta el patio, se sacó el pantalón y se sentó en una silla pequeñita que por allí había, y empezó a coser unas trabillas que se habían desprendido desde hacía más o menos un mes. El amigo, mientras tanto, se había encerrado en el baño y daba buena cuenta de una barba incipiente.

Cuando abandonaron la casa, Edubardo se percató de que el aguacero de hacía un rato no era casual, porque ahora la nublazón era cerrada y de un momento a otro empezaría a llover con fuerza, por lo que las lecciones de artesanía tal vez debían esperar. La espera, en este personajillo de mala muerte —que murió de intrigas y dolores estomacales en una estación de policías mientras rendía el informe habitual—, fue una constante. De niño, esperaba a que su padre terminara de eyacular, como una bestia galante, en la vagina de su madre, para acceder a un desayuno de jugos y frutas silvestres con que se iba a la escuelita de paredes rocosas y techos de dos aguas, construida por un tirano en algo que entonces en el país llamaron la república, según los libros de historia repartidos a los que pasaron el casting.


✍️ 🫂 Este es un fragmento original de mi novela inédita y en preparación, "País Temporal"
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Wao... Uno vive la escena y recorre juntamente con el personaje las cotidianidades -como la costura de las trabillas-, su inmersión repentina en agridulce recuerdo de la infancia y esos detalles - como el avioncito de cartón - imposibles, que se deslizan con tanta naturalidad en sus palabras que uno termina creyéndolos. Disfruté la lectura. Gracias por compartir. Éxito y muchas bendiciones más.

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Saludos el título de la novela me llama la atención.

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Me gustó la manera que mantienes el entusiasmo del lector, mientras desarrollas la narrativa de este fragmento que compartes en la plataforma.
Saludos cordiales y mucho éxito.

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Estimado Orlando me honran tus palabras.
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No puedo menos que agradecer La cordialidad!! ✍️

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