Fíjense, si uno se paraba a observarle con calma, se daba cuenta de que aquel hombre era… especial. Yo ya le conocía de hacía tiempo esa manera tan suya de andar por la vida, marcada por eso que los entendidos llaman alexitimia (carece de sensibilidad emotiva). Y ojo, no es que fuera un tipo frío a propósito o que le cayera mal la gente, ¡para nada! Era más bien como si tuviera una especie de neblina por dentro que no le dejaba ver con claridad qué sentía él cuando pasaban ciertas cosas o estaba con otras personas. Como si el lenguaje tan enrevesado de los sentimientos fuera para él un idioma nuevo que apenas empezaba a chapurrear.

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Lo que de verdad te llegaba, y hasta te conmovía un poco, era ver cómo, sobre todo ya en sus años de vejez, el hombre se había montado todo un repertorio de respuestas para el día a día. Un “gracias” de esos que suenan efusivos, unas palabras de ánimo cuando alguien lo pasaba mal, o una felicitación con mucho entusiasmo… quizás no le salían de un río de emociones internas que él mismo pudiera reconocer. Eran, más bien, frases aprendidas, detallitos de buena fe, que su cabeza y su buen fondo le decían que eran lo correcto y lo que hacía falta para llevarse bien con los demás. Para él, decir estas cosas era un esfuerzo por adaptarse, por intentar conectar con la gente en un terreno que se le hacía un poco extraño.

Pero claro, ese contraste entre sus palabras amables y esa aparente falta de emoción que se le notaba (o no se le notaba) a menudo despistaba. Los que no entendían bien lo que le pasaba, o los que solo lo trataban por encima, podían llevarse una idea equivocada. Se oían comentarios por lo bajo, dudas sobre si era sincero de verdad, y a veces hasta lo tachaban de hipócrita o de ser un calculador, sin pararse a pensar en la movida que había detrás. No captaban que su esfuerzo era, precisamente, un gesto de consideración, un intento de dar lo que él sabía, que la gente esperaba y agradecía, aunque de dónde venía esa emoción fuera para él un completo misterio.

Eso sí, para los pocos que se tomaban la molestia de conocerle un poco más, de mirar más allá de la primera impresión, se descubría a una persona de una calidad humana tremenda. Su bondad no se veía en grandes demostraciones de sentimientos, sino en hechos, día tras día, en una lealtad de esas que no hacen ruido y en estar siempre dispuesto a echar una mano. Conectar con él era descubrir un cariño diferente, quizás no tan “de película” como otros, pero auténtico, de verdad y muy valioso. Te hacía pensar que ser una buena persona es algo que va mucho más allá de saber ponerle nombre a cada sentimiento o de expresarlos todos a flor de piel. Bendiciones para mi amigo Pepe si aún vive allá en Venezuela.

Ven y participa, aún estás a tiempo. Toda la información la podrás encontrar cada día en la Comunidad #Freewritehouse. Específicamente, el día de hoy, aquí la publicación del prompt: