Paths in the Park || Caminos en el Osrqyey[Eng/Esp]

I went for an early walk, as I do every time I need to gather my thoughts. The sun was barely filtering through the tall trees in the park, casting shafts of golden light that played with the shadows. The air had that fresh, earthy scent that autumn brings, and the soft crunch of the leaves beneath my steps marked the rhythm of the morning.

I took the cobblestone path through the park, the one that always seems to bring me to a state of calm. On one side, the grassy slope was still damp with dew, and on the other, the red and brown-tinged trees formed a natural dome that let in just enough light to make everything seem like a dream. I stopped for a moment, took a deep breath, and closed my eyes. The peace was almost tangible.

I continued walking slowly, enjoying every detail: the silence interrupted by the occasional bird call, the wind rustling through the leaves, and the faint crunch of my footsteps. As I reached the most open part of the park, I saw the sun's rays passing through the bare branches of the plane trees, making the few remaining leaves shine. The shadows lengthened across the grass as if they too wanted to stretch out in the heat.

On the sidewalk, a small dog with a blue coat looked at me curiously as he walked by. I couldn't help but smile. It was one of those simple, yet perfect moments. I sat on a bench under a tree and watched the city breathe, slowly and silently, through the trees. And for a moment, everything I was worried about seemed to hang in the air, like a leaf floating before it falls.

Salí a caminar temprano, como lo hago cada vez que necesito ordenar mis pensamientos. El sol apenas se filtraba entre los árboles altos del parque, lanzando haces de luz dorada que jugaban con las sombras. El aire tenía ese olor fresco y terroso que trae el otoño, y el crujido suave de las hojas bajo mis pasos marcaba el ritmo de la mañana.

Tomé el sendero empedrado que cruza el parque, ese que parece llevarme siempre a un estado de calma. A un lado, la ladera cubierta de pasto aún estaba húmeda por el rocío, y del otro, los árboles teñidos de rojo y marrón formaban una cúpula natural que dejaba pasar apenas lo justo de luz para que todo pareciera un sueño. Me detuve un momento, respiré profundo y cerré los ojos. La paz era casi tangible.

Seguí caminando sin prisa, disfrutando cada detalle: el silencio interrumpido por el canto ocasional de un pájaro, el murmullo del viento entre las hojas, y ese leve crujido de mis pasos. Al llegar a la parte más abierta del parque, vi cómo los rayos del sol atravesaban las ramas desnudas de los plátanos, haciendo brillar las pocas hojas que aún resistían. Las sombras se alargaban sobre el césped como si también ellas quisieran estirarse con el calor.

En la vereda, un pequeño perro con un abrigo azul me miró curioso mientras pasaba a mi lado. No pude evitar sonreír. Era uno de esos momentos simples, pero perfectos. Me senté en un banco bajo un árbol y observé cómo la ciudad respiraba, lenta y silenciosa, entre los árboles. Y por un instante, todo lo que me preocupaba pareció quedar suspendido en el aire, como una hoja flotando antes de caer.