Nos vamos de excursión

Lo que observo más allá de la imagen

Me deleito, qué estampa tan tranquila, ¿verdad? Es como si te asomaras a una acampada de esas que apetecen. Lo que más llama la atención es esa tienda, ¿la ves? Con ese color azulón tan vivo, y unos toques en marrón oscuro y blanco. Parece de esas bien espaciosas, para meter a varios o para estar uno bien ancho. Y la forma que tiene, como un túnel con varios arcos, da la impresión de ser bien estable y grande por dentro. Justo delante de la puerta, un buen montón de ramas secas y leña, todo bien colocadito, esperando su momento para una buena fogata.

La tienda descansa sobre un manto de hierba verde, de esas que da gusto pisar, que se extiende por buena parte de la escena, hasta perderse un poco al fondo. Y justo aquí, más cerquita, unas hojas y unas hierbas un poco desenfocadas nos hacen sentir como si estuviéramos ahí mismo, casi curioseando desde detrás de unos matorrales.

Justo por detrás de la tienda, una muralla de árboles bien tupidos (o quizás un seto bien oscuro) marca como un límite natural. Y si agudizas la vista un poco más allá de ese verde, se adivinan los tejados de un par de construcciones. Una, a la izquierda, más chiquita y de color claro; la otra, más imponente y centrada, con ese tejado de tejas color arcilla o rojizo, de esas que te recuerdan a las casas de pueblo o de campo. El cielo que se ve por arriba tiene ese color blanco lechoso, pero con un brillo especial, como de día nublado, pero lleno de luz, sin que el sol llegue a molestar. Todo está bañado por una luz suave, que se reparte por igual, creando un ambiente de calma total, de esos que te invitan a desconectar y a sentirte en paz con el entorno.

Lo que me hace sentir la Imagen

Ay, amigos, es que ver esa tienda de campaña es como si, de repente, se abriera un baúl y salieran todos esos olores a pino, a tierra mojada, a esa brisa fresca de la montaña que te cala. Y claro, al momento mi cabeza se va directa a El Ávila, ese gigante verde que tenemos vigilando Caracas. Es verla y ¡zas!, estoy de nuevo en esas mañanas fresquitas, escuchando el susurro del viento entre los árboles, con esa cosita en el estómago antes de empezar a caminar.

Me acuerdo de la ilusión al preparar la mochila, del buen rollo con el grupo… y como cada subida era un reto, sí, pero también unos días de merecida aventura. Hacer la ruta desde La Julia hasta el Pico Naiguatá, para luego bajar a la costa… ¡uff! Es de las travesías más típicas y alucinantes. Te exige, ¡vaya que sí!, pero es que lo que te devuelve con esas vistas y la variedad de paisajes no tiene precio. La sensación es de ser libre como el viento, de sentir que puedes con todo, y de estar conectadísimo con la naturaleza y con la gente que va contigo en la aventura. Pura vida.

La Anécdota Detrás de Todo

Mis ojos se fijaron en ese azul de la tienda, brillando bajo ese cielo así como plomizo… ¡Es que me recuerda un montón al que nos tapó aquella vez arriba, en el Naiguatá! Me acuerdo del runrún de la gente al pie de La Julia, ese fresquito de la mañana caraqueña que ya te anunciaba la aventura. Éramos un grupo bien curioso, ¿sabes? Estaban los de siempre, los que casi llevaban la montaña dibujada en las arrugas de tanto mirarla, y luego los nuevos, con esa ilusión que les brillaba en los ojos y ese nerviosismo a flor de piel. Y entre nosotros, un par de amigos que fumaban bastante… ya te imaginas, los pulmones no tardarían en quejarse.

Y vaya si lo hicieron. La primera cuesta ya fue una buena criba. El camino, empinado y con su qué, empezó a pedir cuentas. Antes de llegar al primer descansito medio serio, ya les faltaba el aire, sudaban la gota gorda y se les notaba en la cara que la cosa se les ponía cuesta arriba. Con toda la pena del mundo, pero entendiendo que el cuerpo manda cuando no está hecho a estos trotes, decidieron darse la vuelta. “El Ávila no se va a mover de ahí”, les dijimos, un poco para animarlos y otro poco porque era verdad, “ya habrá más días”.

Los que seguimos pa’lante sentimos cómo la montaña nos iba acogiendo. El bosque se apretaba, esos helechos gigantescos parecían saludarnos como si fueran viejos guardianes, y el olor a tierra mojada se hacía cada vez más fuerte. Las risas y alguna que otra canción ayudaban a que las mochilas no pesaran tanto. La noche nos pilló en un claro, con un cielo lleno de estrellas que casi podías tocar con la mano. Y la leña, ¡como esa de la foto!, chisporroteando en la fogata, quitándonos el frío que empezaba a calar y animándonos a contar mil historias.

Pero fue llegando ya cerca del Pico Naiguatá cuando la cosa se puso seria de verdad. El cielo, que hasta entonces había estado de nuestro lado, se empezó a poner de un gris que no pintaba nada bien. Una llovizna persistente y helada nos caló hasta los huesos. El viento silbaba con furia entre las rocas, y la temperatura descendió bruscamente. Montamos las tiendas con dedos entumecidos, buscando refugio. Esa noche, el termómetro marcó 4 grados Celsius. Recuerdo el temblor colectivo, los cuerpos acurrucados buscando el calor del otro, el aliento convirtiéndose en vaho visible dentro de las carpas. A la mañana siguiente, nuestras “cosas”, las bolsas de dormir, las mochilas que quedaron más expuestas, amanecieron cubiertas por una fina capa de escarcha, como si un hada invernal las hubiera espolvoreado con diamantes.

Pero lejos de amilanarnos, esa experiencia nos unió más. El café caliente, preparado con manos temblorosas, supo a gloria. Las vistas desde la cumbre, una vez que la neblina se dignó a abrir un claro, eran un espectáculo sobrecogedor: el mar Caribe a un lado, el valle de Caracas al otro, y nosotros, pequeños conquistadores de nuestro propio Everest personal, sintiendo que habíamos tocado el cielo. La bajada hacia Naiguatá fue una celebración, cada paso más ligero, el corazón lleno de la satisfacción de haber perseverado.

Cómo participar, aún estás a tiempo…
Una imagen vale más que mil palabras

^{Portada de la iniciativa.}

CRÉDITOS:

Imagen tomada de la iniciativa, cortesía de UNAPLASH

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Dedicado a todos aquellos que contribuyen, día a día, a hacer de este planeta un mundo mejor.

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We are going on an excursion

What I see beyond the image

I'm delighted, what a peaceful sight, isn't it? It's as if you were looking out onto one of those camping trips you feel like going on. The most striking thing is that tent, do you see it? With that vivid blue colour, and some touches of dark brown and white. It looks like one of those spacious tents, to fit several people in or to keep one of them wide. And the shape it has, like a tunnel with several arches, gives the impression of being very stable and big inside. Just in front of the door, a good pile of dry branches and firewood, all well placed, waiting for the right moment for a good campfire.

The tent rests on a blanket of green grass, one of those that are a pleasure to walk on, which extends over a good part of the scene, until it gets a little lost in the background. And right here, a little closer, some leaves and grasses that are a little out of focus make us feel as if we were right there, almost peeping out from behind some bushes.

Just behind the shop, a wall of dense trees (or perhaps a dark hedge) marks a natural boundary. And if you look a little further beyond the green, you can make out the roofs of a couple of buildings. One, on the left, is smaller and lighter in colour; the other, more imposing and centred, with its clay or reddish-coloured tile roof, the kind that reminds you of a village or country house. The sky above has that milky white colour, but with a special brightness, like a cloudy day, but full of light, without the sun getting in the way. Everything is bathed in a soft light, which is equally distributed, creating an atmosphere of total calm, one of those that invite you to disconnect and feel at peace with the environment.

What the Image Makes Me Feel

Oh, my friends, seeing that tent is like suddenly opening a boot and all those smells of pine, of wet earth, of that fresh mountain breeze that soothes you. And then, of course, my head goes straight to El Ávila, that green giant that watches over Caracas. I see it and wham, I'm back in those cool mornings, listening to the whisper of the wind through the trees, with that little thing in my stomach before I start walking.

I remember the excitement of preparing the backpack, the good vibes with the group... and how each climb was a challenge, yes, but also a few days of well-deserved adventure. Doing the route from La Julia to Pico Naiguatá, and then descending to the coast... Phew! It's one of the most typical and amazing hikes. It demands a lot from you, of course it does, but what you get back with the views and the variety of landscapes is priceless. The feeling is of being as free as the wind, of feeling that you can handle anything, and of being connected with nature and with the people who go with you on the adventure. Pure life.

The Anecdote Behind It All

My eyes were fixed on the blue of the tent, shining under that leaden sky... It reminds me a lot of the one that covered us that time above, in Naiguatá! I remember the buzz of the people at the foot of La Julia, that coolness of the Caracas morning that already announced the adventure. We were a curious bunch, you know? There were the usual ones, those who almost had the mountain drawn in their wrinkles from looking at it so much, and then the new ones, with that illusion shining in their eyes and that nervousness on the surface. And among us, a couple of friends who smoked a lot... you can imagine, it wouldn't take long for their lungs to complain.

And they did. The first slope was already a good sieve. The road, steep and with its what, began to ask for an account. Before they reached the first half-serious break, they were already short of breath, sweating profusely and you could see in their faces that things were getting tough. With all the sadness in the world, but understanding that the body is in charge when it is not made for this kind of activity, they decided to turn around. ‘El Ávila is not going to move from there’, we told them, a little to encourage them and a little because it was true, ‘there will be more days’.

Those of us who continued onwards felt how the mountain was welcoming us. The forest grew tighter, those gigantic ferns seemed to greet us as if they were old guardians, and the smell of wet earth became stronger and stronger. The laughter and the occasional song helped to lighten the weight of our backpacks. The night caught us in a clearing, with a sky full of stars that you could almost touch with your hand. And the firewood, like the one in the photo, crackling in the campfire, taking away the cold that was beginning to set in and encouraging us to tell a thousand stories.

But it was not until we got close to Naiguatá Peak that things got really serious. The sky, which until then had been on our side, began to turn a grey colour that didn't look good at all. A persistent, freezing drizzle chilled us to the bone. The wind whistled furiously through the rocks, and the temperature dropped sharply. We pitched our tents with numb fingers, seeking shelter. That night, the thermometer read 4 degrees Celsius. I remember the collective shivering, bodies huddled together seeking each other's warmth, breath turning to visible mist inside the tents. The next morning, our ‘stuff’, the sleeping bags, the backpacks that were most exposed, dawned covered in a thin layer of frost, as if a winter fairy had sprinkled them with diamonds.

But far from discouraging us, the experience brought us closer together. The hot coffee, prepared with trembling hands, tasted like glory. The views from the summit, once the mist deigned to open up a clearing, were a breathtaking spectacle: the Caribbean Sea on one side, the Caracas valley on the other, and us, little conquerors of our own personal Everest, feeling that we had touched the sky. The descent towards Naiguatá was a celebration, each step lighter, our hearts filled with the satisfaction of having persevered.

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Come ɑnd pɑɾticipɑte becɑuse γou still hɑve, time…
A Pictuɾe Is Woɾth A Thousɑnd Woɾds

^{Cover of the initiative.}

CREDITS:

Image taken from the initiative, courtesy of UNAPLASH

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I am dedicated to all those who contribute daily to make our planet ɑ a better world.

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