En honor a mi amado Abuelo
Hola Hive, los tenía abandonados. Les cuento que he estado ocupado con otras obligaciones. Hoy quiero hacer un paréntesis y dedicarle unas líneas a mi querido abuelito Marcelino David, Tocho Fondovila. Él es el papá de mi amada madre, Inés Fondovila.
Les cuento que el motivo es su cumpleaños número 97. Nació el 28 de junio de 1928 y es el mayor de 9 hermanos, criados en una finca de Argentina. Tuvo una vida muy dura desde pequeño. Todo comenzó con la muerte de mi bisabuela Inés (mi madre lleva ese nombre en honor a ella, como era típico en esos tiempos). Por eso, él tuvo que comenzar a trabajar a los 9 años.
Su formación académica llegó hasta tercer grado de la escuela primaria. Igualmente, en esa época, las herramientas que adquirió en su educación formal le permitieron con el tiempo llegar a ser Mayordomo de estancia (fincas de más de 5000 o 10,000 hectáreas). En ese entonces, mayormente se alcanzaba ese escalafón mediante los años de trabajo, y así fue para mi abuelito. Toda su experiencia de vida le permitió formar su carácter y personalidad.
Comenzó como boyero, que es la persona encargada de traer los caballos de trabajo por las mañanas para los peones que luego salían a trabajar. Él era el primero en levantarse y debía ir a esas grandes extensiones territoriales a juntar y traer los caballos. Solo tenía su caballo para montar, al cual se lo llamaba “nochero” (el único caballo que quedaba encerrado por la noche para ser utilizado temprano para esta tarea que hacía mi abuelito).
Con el tiempo y siguiendo las enseñanzas de las personas más grandes (como era en esa época la formación del trabajo de finca) logró convertirse en peón. Luego, por ser uno de los peones más destacados, llegó a ser capataz (peón que trabajaba y guiaba a los demás en las tareas que tocaba hacer).
Paralelo a esto, amansaba caballos que usaba a su vez en el trabajo. Solo los más capaces podían hacer esto en simultáneo al trabajo. Además, los fines de semana se dedicaba a jinetear. Esto es la destreza del jinete que evita que un caballo corcoveador lo bote. Asumía un gran riesgo, porque en ese momento este deporte no era profesional y él debía llegar a trabajar los lunes temprano sin importar golpes o lesiones.
Estas tareas paralelas al trabajo le permitieron tener un pasar económico un poco mejor. Igualmente corría muchos riesgos, pero siempre sabía que su familia, ya formada por él para ese entonces, dependía de él. Esto lo hizo mucho más inteligente en todo lo que hacía, si bien los riesgos siempre estuvieron presentes.
Les cuento que mi abuelito tiene ese talento como jinete y además, a mi entender, un don con los animales, sobre todo con los caballos. Fue también jockey, jugador de pato (deporte nacional argentino), apadrinador (persona que cuida a los jinetes en la jineteada utilizando un caballo manso para agarrar a los reservados que botan a los jinetes o al mismo jinete, para evitar golpes o accidentes), entre otras cosas.
Mi abuelito jineteó muchos caballos que habían botado a otros jinetes, pero a él no. Esto le dio un gran prestigio en su entorno. Igualmente, su mayor orgullo es lo que siempre me dijo: “Nunca llegué tarde a trabajar.”
Finalmente, llegó a ser Mayordomo de estancias y muchos terratenientes buscaban tenerlo trabajando con ellos por toda su capacidad y experiencia.
Debo decir con orgullo que lo quieren los dueños de campo, los peones de todo escalafón, los jinetes y toda persona que lo conoce. Este hombre es mi abuelito materno y el 27 de junio de 2025 cumplió sus jóvenes 97 años.
Es un orgullo mío por sus valores y, como me dice mucha gente, un patrimonio nacional argentino.
David
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