Los deseos de M, por Casimiro Von Sarcasmia

avatar
(Edited)

image.png

A la señora M la conocí desde que llegué a Caracas, en “mil novecientos dele”, porque ella también es de Tunapuicito de Abajo, como yo. Mujer estudiada que supo sacarle provecho a su carrera y conseguir, gracias a su inefable dedicación al aprendizaje, un marido que le brindara la jubilación antes de empezar a trabajar.

A diferencia mía, que cargo mis orígenes como si fueran una extensión de mi cuerpo, ella asumió la ciudadanía global y es ahora una mujer de todo el mundo, con el infortunio geográfico -según ella- de tener que vivir justamente en esta ciudad y en este país tan lleno de gente que no se parece a ella.

Para su mayor desgracia -en palabras de ella misma- le tocó un marido que es un santo, pero que no quiere irse de su tierra natal, que tiene sus raíces más largas y profundas que una acacia. Por más que ella ha implorado y suplicado, no, él sigue aferrado a la vista de El Ávila, al sabor que adquiere la arepa en el balcón, con vista a la montaña, musicalizado con el sonido de las guacamayas. Él no cambia las playas de Falcón, las de oriente, ni siquiera las de La Guaira, por Marbella, Baia do Sancho, Siesta Beach, ni por ninguna otra playa del mundo. Y menos con la cercanía que tienen todas aquí.

M, en cambio, tiene una facilidad de acoplamiento más intensa que las iguanas, se transforma en “nativa” de cualquier país que no sea el suyo. No tiene problemas de alimentación, porque sea en Madrid, Nápoles, Tokio, Ciudad de México o París, ella come en McDonald’s. Tampoco se enfrenta a problemas culturales, pues donde va, lleva consigo su biblioteca de música, videos y uno que otro libro que le da un aire intelectual. Y sus sitios de paseo son los centros comerciales que albergan todas sus tiendas predilectas. Sin duda, estar en cualquier lugar del mundo, de esa manera, te hace sentir en casa: la misma arquitectura, la misma música, la misma comida, la misma bebida y, además, donde vaya lleva en sus manos el celular, donde sigue hablando con las mismas personas, como si no se hubiera alejado ni medio metro de su casa.

Lo único que no ha aprendido M, con toda su educación, sus cursos de protocolo y sus tardes de té con galletas importadas, es que cuando se piden cosas, hay que “hacerlo bien”, con precisión casi quirúrgica, pues de lo contrario el universo puede ponerse creativo.

Cuando su hijo -el que ella soñaba ver de traje, corbata y doctorado- le dijo que quería estudiar artes en el Royal College of Art, en el Reino Unido, y ella pensó en la desgracia de tener un artista en la familia, clamó a los cielos porque el muchacho desistiera de tal aberración. ¡El milagro se cumplió! El chico dejó los estudios y se convirtió en influencer de contenido nasal. Con su video de quien se extrae la mucosidad endurecida de la nariz, de mayor tamaño, logró el éxito de cinco millones de vistas, medio millón de fieles seguidores y una placa dorada entregada por Youtube, que ahora adorna la entrada de la casa -como si del diploma de Harvard se tratara- para orgullo de propios y ajenos.

A la niña le dio la mejor educación posible, para que corriera la misma suerte de la madre, y la inscribió en el Miss Venezuela y en cursos de idiomas, pasarela, cocina japonesa y francesa, bordado y tejido, incluyendo feng shui, en fin, todo lo que una mujer pueda ofrecer a su marido. Pero la condenada muchacha escogió antropología. ¡Sí, antropología! Para colmo se consiguió un novio medio hippie y desde entonces se fue al Amazonas a trabajar con las comunidades indígenas. Ahora, en lugar de la “reina” que ella soñaba, tiene una hija que duerme en chinchorro, come casabe y habla de cosas como “Cosmovisión Ancestral”, sin ni siquiera reírse.

Ayer me encontré con ella, algo que sucede a menudo, y se quejaba del costo de la vida, de los precios en el supermercado, de la carne, del pescado, de las harinas y hasta del papel higiénico. Y recordé claramente, que en aquellos fatídicos años cerca de 2016, cuando desaparecieron tantos productos de los anaqueles, ella salió en una entrevista en un canal de televisión, donde clamaba, casi a gritos: ¡Que aparezcan los productos, que los pongan al precio que sea, pero que se consigan!

¡La verdad es que hay gente que no sabe lo que pide…!

Casimiro von Sarcasmia, cronista del absurdo ordinario.image.png

Separador-Ylich.png

Imágenes generadas con IA en https://copilot.microsoft.com/


Vote la-colmena for witness
/ By @Ylich
Comunidad-La-Colmena.jpg
ecency.com - hive.blog - inleo.io - peakd.com


0
0
0.000
5 comments
avatar

Congratulations @ylich! You have completed the following achievement on the Hive blockchain And have been rewarded with New badge(s)

You received more than 330000 upvotes.
Your next target is to reach 340000 upvotes.

You can view your badges on your board and compare yourself to others in the Ranking
If you no longer want to receive notifications, reply to this comment with the word STOP

0
0
0.000
avatar

Sin esperarlo, me he divertido con el modo en que finalizas esta historia. He reído, no por alegría, sino porque me has evocado recuerdos de situaciones que se repiten en mi país coincidentemente y es lamentable.
¡Gracias por esta historia!

!MMB
!STRIDE
!WEIRD

0
0
0.000
avatar

Sí, estoy convencido que este tipo de fenómenos se escapan mucho más allá de nuestras fronteras... 😅

¡Gracias a ti por comentar!

0
0
0.000
avatar

Ja, ja, ja. Conozco a más de una con ese talante. Ciudadanas de un mundo que amenaza con destruir su propia identidad y esencia. Bien hizo su hija en convertirse en la reina del casabe y con el trono cerca del bejuco.

Saludos, mi amigo

0
0
0.000
avatar

Jajaja, no podría estar más de acuerdo contigo... 😉

¡Un abrazo y gracias!

0
0
0.000