The carp of the lagoon || Las Carpas de la laguna [ENG/ESP]

The afternoon sun reflected golden glints on the still surface of the artificial lagoon. I slowly approached the water's edge, holding a small jar of food in my hand. I hadn't even thrown in a single grain when I could already see the shadows of the carp approaching, as if they had learned to recognize the silhouettes of visitors.

I took a handful of small brown pellets and gently tossed them into the water. Within seconds, the liquid mirror broke into a swirl of open mouths and flapping fins. Some carp were enormous, orange and gold, while others had black and white spots, like an artist's brushstrokes.

As I watched, a particularly large one—a deep coppery hue—appeared right in front of me. It opened and closed its mouth several times, as if asking for more. It made me smile. I took another handful and dropped it near it. The carp moved forward and, with a swift movement, caught the pellets before the smaller fish could reach them.

The sound of splashing water and the occasional slosh of the fish's tails enveloped me in a sense of peace. In that moment, time seemed to stand still. There was no rush, just the simple pleasure of watching these creatures glide gracefully through their aquatic world.

After a few minutes, the feed bin was empty. The carp seemed to understand that the party was over and, little by little, they moved away toward the depths of the lagoon. I stayed a moment longer, watching the gentle ripples on the surface before turning and walking away with a smile. There was something special about that little ritual, something that always made me feel at one with nature.

El sol de la tarde reflejaba destellos dorados sobre la superficie tranquila de la laguna artificial. Me acerqué lentamente al borde del agua, sosteniendo un pequeño bote de alimento en la mano. Aún no había arrojado ni un solo grano cuando ya veía las sombras de las carpas acercándose, como si hubieran aprendido a reconocer la silueta de los visitantes.

Tomé un puñado de pequeñas bolitas marrones y las lancé suavemente al agua. En cuestión de segundos, el espejo líquido se rompió en un remolino de bocas abiertas y aletas agitadas. Algunas carpas eran enormes, de colores anaranjados y dorados, mientras que otras tenían manchas blancas y negras, como pinceladas de un artista.

Mientras observaba, una particularmente grande—de un tono cobrizo intenso—se asomó justo frente a mí. Abrió y cerró la boca varias veces, como si me pidiera más. Me hizo sonreír. Volví a tomar otro puñado y lo dejé caer cerca de ella. La carpa se adelantó y, con un movimiento veloz, atrapó los pellets antes de que los peces más pequeños pudieran alcanzarlos.

El sonido del agua salpicando y el ocasional chapoteo de las colas de los peces me envolvieron en una sensación de paz. En ese momento, el tiempo parecía detenerse. No había prisa, solo el placer simple de ver a esos seres deslizarse con elegancia en su mundo acuático.

Después de unos minutos, el bote de alimento quedó vacío. Las carpas parecían comprender que la fiesta había terminado y, poco a poco, fueron alejándose hacia las profundidades de la laguna. Me quedé un instante más, observando las suaves ondulaciones en la superficie antes de dar media vuelta y alejarme con una sonrisa. Había algo especial en ese pequeño ritual, algo que siempre me hacía sentir en armonía con la naturaleza.