A combination with many calores || Una Combinación con muchas Calorías [Eng/Esp]
This afternoon, without planning it, I ended up in front of one of the simplest and most powerful delicacies I know: avocado with honey. Two ingredients that, although seemingly humble, contain ancestral wisdom and a generosity that goes beyond flavor.
Avocado, with its creamy texture and vibrant green hue, is not just a fruit: it's a whole food. Rich in healthy fats, those that protect the heart and nourish the brain. It has potassium, more than bananas, and fiber that aids digestion without making a fuss. Each bite is an internal caress, a reminder that natural can also be pleasurable.
Honey, on the other hand, is a liquid gift. Its sweetness is not just flavor: it is pure, rapid energy, but with the addition of antioxidants, antibacterial properties, and a direct link to the earth and flowers. That honey in the jar, thick and golden, was probably collected carefully, without machines, only by hands that know the rhythm of the bees.
When you combine them in a dish, something special happens. The avocado provides a soft, neutral base. The honey adds light, brilliance, a contrast that doesn't clash but dances. Nothing else is needed: no salt, no lemon, nothing. Just that unexpected union that, in addition to nourishing, heals.
The curious thing is that this combination isn't new. In many villages, this balance has been known for generations. Not as a gourmet recipe, but as popular wisdom. Because the body recognizes what's good before the mind.
This simple and unpretentious image captures an act of care. It's a moment when two pure foods meet to remind us that sometimes the best for body and soul fits in a spoon.
Hoy a la tarde sin planearlo, terminé frente a uno de los manjares más simples y poderosos que conozco: aguacate con miel. Dos ingredientes que, aunque parezcan humildes, encierran una sabiduría ancestral y una generosidad que va más allá del sabor.
El aguacate, con su textura cremosa y su tono verde vibrante, no es solo una fruta: es un alimento completo. Rico en grasas saludables, esas que protegen el corazón y nutren el cerebro. Tiene potasio, más que el banano, y fibra que ayuda a la digestión sin hacer alboroto. Cada bocado es una caricia interna, un recordatorio de que lo natural también puede ser placentero.
La miel, por su parte, es un regalo líquido. Su dulzura no es solo sabor: es energía pura, rápida, pero con el agregado de antioxidantes, propiedades antibacterianas y un lazo directo con la tierra y las flores. Esa miel del frasco, espesa y dorada, probablemente fue recolectada con cuidado, sin máquinas, solo con manos que conocen el ritmo de las abejas.
Cuando los unís en un plato, sucede algo especial. El aguacate aporta lo suave, lo neutro, la base. La miel suma luz, brillo, un contraste que no choca sino que baila. No hace falta más: no sal, no limón, no nada. Solo esa unión inesperada que, además de alimentar, sana.
Lo curioso es que esta combinación no es nueva. En muchos pueblos, desde generaciones atrás, ya se conocía este equilibrio. No como receta gourmet, sino como saber popular. Porque el cuerpo reconoce lo bueno antes que la mente.
Esa imagen, sencilla y sin pretensión, guarda un acto de cuidado. Es un momento en el que dos alimentos puros se encuentran para recordarnos que, a veces, lo mejor para el cuerpo y el alma cabe en una cuchara.