"Prefiero un psicólogo, doctor… yo no estoy loco" [ESP-ENG]
(Una historia real, incómoda, pero necesaria)
Era un martes cualquiera en la consulta. El aire acondicionado zumbaba como un abejorro medio muerto y yo estaba ahí, revisando historias clínicas sin mucha prisa, cuando entró Carlos (le cambié el nombre, obvio). Veintipocos años, camisa que parecía dormida en el fondo de un closet, uñas comidas hasta que sangraban. Se sentó como si la silla estuviera caliente, apenas rozándola.
—Doctor, vine porque mi novia me obligó— soltó de una, brazos cruzados como escudo.
Le sonreí, le pregunté qué pasaba. Y entonces espetó:
— Es que yo quería un psicólogo, pero me mandaron con usted. Yo no soy de pastillas, no estoy… ya me entiende.
No dijo "loco", pero lo sugirió evidentemente.
Carlos tenía ataques de pánico. Se le aceleraba el corazón, le sudaban las manos, sentía que se moría en medio de la calle. —Pero no estoy como los de los manicomios— aclaró, como si yo tuviera pacientes encadenados en el baño.
Le dije que los psiquiatras también escuchamos, que no siempre se trata de medicar, que un ataque de pánico no es estar "loco". Pero él seguía tieso, mirando el recetario como si fuera una sentencia de muerte.
—Es que esas pastillas te vuelven zombie, te quitan lo que eres— dijo, repitiendo eso que todos repiten sin saber.
Le expliqué que un diabético no le tiene miedo a la insulina, que el cerebro también se enferma, que las pastillas no te roban, te devuelven. Pero Carlos no quería saber nada. Se fue con un papelito para el psicólogo y un —Si alguien me ve salir de acá, van a creer que perdí la cabeza.
El prejuicio no sale de la nada. Está en las películas donde el "loco" es el que mata con un cuchillo, en las familias que te dicen "no exageres" mientras te ahogas por dentro, en los amigos que sueltan "qué bipolar" cuando cambias de opinión.
Carlos no sólo peleaba contra sus ataques de pánico, peleaba contra todo un mundo que le gritaba que pedir ayuda era volverse el raro, el débil, "uno de esos".
Tres meses después, Carlos volvió. Traía una bolsita con medicamentos…pero del psicólogo.
—Dijo que necesitaba algo más fuerte— confesó, mirando al piso.
Había perdido el trabajo por los ataques, la novia lo dejó. El miedo al qué dirán le costó meses de sufrimiento.
Lo que pienso
No es solo Carlos. Es la abuela que esconde los antidepresivos en el cajón de los cubiertos, el joven que cree que la depresión es ser un cobarde, el señor que escucha voces y las calla con alcohol.
La salud mental no es un chiste, no es un lujo, no es "cosa de locos". Duele que te miren raro por recetar un ansiolítico, pero duele más saber que hay gente que prefiere pudrirse en silencio antes que
quedar como un "loco".
Carlos mejoró. Aprendió que estar mal no te hace menos, que los prejuicios pesan más que cualquier fármaco. Y lo más importante: que nadie elige enfermarse, ni del cuerpo ni de la mente.
El texto es de mi autoría y fue realizado sin el empleo de IA.
Las imágenes pertenecen al archivo libre de Pixabay.
ENGLISH VERSION
"I prefer a psychologist, doctor... I'm not crazy."
(A true story, uncomfortable, but necessary)
It was an ordinary Tuesday at the doctor's office. The air conditioner was buzzing like a half-dead bumblebee, and I was there, leisurely reviewing medical records, when Carlos (I've changed his name, obviously) came in. He was in his early twenties, his shirt looked like it had been sleeping in the back of a closet, his nails bitten to the point of bleeding. He sat down as if the chair was hot, barely touching it.
"Doctor, I came here because my girlfriend made me," he blurted out, arms crossed like a shield.
I smiled at him and asked him what was wrong. And then he blurted out:
"I wanted to see a psychologist, but they sent me to you. I'm not into pills, I'm not... you know what I mean."
He didn't say "crazy," but he obviously suggested it.
Carlos was having panic attacks. His heart was racing, his hands were sweating, he felt like he was dying in the middle of the street. "But I'm not like those in mental hospitals," he clarified, as if I had patients chained to the bathroom.
I told him that psychiatrists also listen, that it's not always about medication, that a panic attack isn't "crazy." But he remained stiff, staring at the prescription pad as if it were a death sentence.
"Those pills turn you into a zombie; they take away what you are," he said, repeating what everyone repeats without knowing.
I explained that a diabetic isn't afraid of insulin, that the brain also gets sick, that pills don't steal from you, they give you back. But Carlos didn't want to hear anything. He left with a slip of paper for the psychologist and a "If anyone sees me leave here, they'll think I've lost my mind."
Prejudice doesn't come out of nowhere. It's in the movies where the "crazy" person is the one who kills with a knife, in the families who tell you "don't overdo it" while you're drowning inside, in the friends who blurt out "you're bipolar" when you change your mind.
Carlos wasn't just fighting his panic attacks; he was fighting against an entire world that yelled at him that asking for help meant becoming the weirdo, the weak one, "one of those."
Three months later, Carlos returned. He had a small bag of medication…but from the psychologist.
"He said he needed something stronger," he confessed, looking at the floor.
He had lost his job because of the attacks; his girlfriend dumped him. The fear of what people would say cost him months of suffering.
What I think
It's not just Carlos. It's the grandmother who hides antidepressants in the cutlery drawer, the young man who believes depression is being a coward, the man who hears voices and silences them with alcohol.
Mental health isn't a joke, it's not a luxury, it's not "a crazy thing." It hurts to get weird looks for prescribing an anti-anxiety medication, but it hurts more to know that there are people who prefer to rot in silence rather than be seen as "crazy."
Carlos got better. He learned that being unwell doesn't make you less, that prejudices weigh more than any medication. And most importantly: no one chooses to get sick, whether in body or mind.
The text is my own work and was created without the use of AI.
The images belong to the free Pixabay archive.
Google Translate was used.
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Un estigma social que nos golpea a diario tanto los psiquiatras como los psicólogos.
En mi profesión me sucede con mayor frecuencia de manera similar, más de lo que quisiera. Afortunadamente, en ocasiones transcurre el tiempo y muchas de esas personas modifican sus criterios y nos abrazan agradecidos. Y ante ello, uno solo puede respirar y sonreír con la satisfacción del deber cumplido.
En una ocasión yo venía bajando del hospital rumbo a la carretera y me encontré con uno de mis pacientes cuya madre lo había ido a buscar porque ya estaba de alta hospitalaria. Mi paciente le dijo a su madre: mira mamá él es el doctor que me atendió, con él y su equipo yo he logrado volver a ser el que era antes de que me "atacaran los nervios" y fue y me dio un abrazo fuerte.... Fue hace varios años pero ha sido una de las más emotivas experiencias que guardo en mi mente relacionadas con mi profesión y considero que en ese abrazo estaba la gratitud a todos mis profesores, colegas, equipos de salud, familiares, comunidades, pacientes y a tantos seres luminosos que han investigado, escrito los libros y hecho tanto a favor de la salud mental. Ese abrazo también fue para ti mi hernano.
Así mismo, abrazos como esos nos devuelven un sinnúmero de emociones para recordarnos que el trabajo, aunque ingrato en ocasiones, no es en vano.
¡Gracias por compartir ese abrazo conmigo!
¡Enhorabuena!
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Cordialmente
El equipo de CHESS BROTHERS
La primera vez que fui al psicólogo le exigí que no me enviara al psiquiatra. Le dije que no quería pastillas. Al final él mismo valoró que no eran necesarias, pero igual me mandó para allá. El psiquiatra, por suerte, también lo valoró. En mi caso es porque no me gusta tomar pastillas, en general. Para nada. Las infecciones, y si acaso. Ha costado dios y ayuda que yo entienda que tomarme algo para el dolor de ovarios o la migraña no es la muestra de la más abyecta debilidad 🤣
Interesante tema trata en su post.
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