The cold is fought with a good lentil Stew || El frío se combate con un buen guiso de lentejas [Eng/Esp]

It was a cold afternoon, one of those that invites you to stay home and prepare something comforting. The day called for a lentil and chorizo ​​stew, and we, obedient to the craving, got to work.

It all began with the classic sofrito: finely chopped white onion and red bell pepper sizzling in hot oil. The kitchen was soon filled with the unmistakable aroma that announces something good is about to come. The bottom of the pot began to brown, absorbing the flavors that would be the base of the stew.

With the sofrito just right, the cooked lentils entered the scene, accompanied by their brown water, loaded with flavor and nutrients. Steam rose in a warm sigh, as if greeting what would soon be a banquet.

To one side, the protagonists of the flavor awaited their moment: two chorizos, one red and one Creole. Already golden brown, each with its own character, ready to be submerged in the pot and impart its smoky, juicy essence to the stew.

Then, the diced potatoes joined the ritual. The broth bubbled with promises of home and flavor, thickening with each passing minute. The vegetables, lentils, and chorizo ​​began to merge into the heart of the pot.

Thus, amidst aromas and warmth, the stew took shape. It wasn't just food: it was memory, it was refuge, it was the taste of days that invite us to share. Outside it was cold, but inside, the soul warmed with each ladleful.

And in the end, like in every good story, there was silence... the kind that only appears when the table is full and everyone is busy enjoying themselves.

Era una tarde fría, de esas que invitan a quedarse en casa y preparar algo reconfortante. El día pedía a gritos un guiso de lentejas con chorizo, y nosotros, obedientes al antojo, nos pusimos manos a la obra.

Todo comenzó con el clásico sofrito: cebolla blanca bien picada y morrón rojo, chispeando en aceite caliente. La cocina pronto se llenó del aroma inconfundible que anuncia que algo bueno está por venir. El fondo de la olla empezó a dorarse, absorbiendo los sabores que serían la base del guiso.

Con el sofrito en su punto justo, las lentejas cocidas entraron en escena, acompañadas de su agua marrón, cargada de sabor y nutrientes. El vapor subió en un suspiro cálido, como saludando a lo que pronto sería un banquete.

A un costado, los protagonistas del sabor esperaban su momento: dos chorizos, uno colorado y otro criollo. Ya dorados, cada uno con su carácter, listos para sumergirse en la olla y regalarle al guiso su esencia ahumada y jugosa.

Luego, las papas, cortadas en cubos, se unieron al ritual. El caldo burbujeaba con promesas de hogar y sabor, espesándose con cada minuto que pasaba. Las verduras, las lentejas y el chorizo empezaban a fundirse en un mismo corazón de olla.

Así, entre aromas y calor, el guiso fue tomando forma. No era solo comida: era memoria, era refugio, era el sabor de los días que invitan a compartir. Afuera hacía frío, pero adentro el alma se calentaba con cada cucharón.

Y al final, como en toda buena historia, quedó el silencio... ese que sólo aparece cuando la mesa se llena y todos están ocupados disfrutando.