Mission on a winter night || Misión en una noche de invierno [Eng/Esp]

It was a cold night, one of those when even the bravest adventurer seeks shelter. In a small house, two brave furry companions were about to embark on an important mission.

Cinnamon, a curly-haired, restless dog, was wearing her red vest with black paw prints: her official domestic exploration uniform. Determinedly pacing the sofa, she sniffed every nook and cranny between the cushions. Something valuable had gone missing: her favorite toy, the squeaky little bone. She was convinced it had been sucked into the mysterious depths of the couch.

Meanwhile, at the other end of the house, Mishi, an elegant and stealthy gray cat, dressed in her striking pink and fluorescent green coat, was guarding the entrance. She was in charge of keeping any intruders (like the neighbors or the dog in the back) at bay. But when she heard Cinnamon barking, she knew she had to join the operation.

"Did you lose your bone again?" "He meowed in resignation as he approached. "I didn't lose it, the treacherous cushions hid it!" Cinnamon growled, continuing to dig.

With his usual feline agility, Mishi climbed onto the back of the chair and with a small, strategic shove moved the exact cushion.

"There it is!" Cinnamon barked happily upon finding her hidden treasure.

Mission accomplished.
That night, the two snuggled up on the couch, proud of their teamwork. It was cold outside, but inside the house, among the pillows and friendship, the warmth of a great shared adventure reigned.

Era una noche fría, de esas en las que hasta el más valiente aventurero busca abrigo. En una pequeña casa, dos valientes compañeros peludos estaban a punto de embarcarse en una importante misión.

Canela, una perrita de rizos dorados y espíritu inquieto, vestía su chaleco rojo con huellitas negras: su uniforme oficial de exploración doméstica. Recorriendo el sofá con determinación, olfateaba cada rincón entre los cojines. Algo valioso había desaparecido: su juguete favorito, el huesito rechinante. Estaba convencida de que había sido absorbido por las misteriosas profundidades del sillón.

Mientras tanto, en la otra punta de la casa, Mishi, una gata gris elegante y sigilosa, vestida con su llamativo abrigo rosa con verde fosforescente, vigilaba la entrada. Era la encargada de mantener a raya a cualquier intruso (como los vecinos o el perro del fondo). Pero al escuchar los ladridos de Canela, supo que debía unirse a la operación.

—¿Otra vez perdiste tu hueso? —maulló con resignación mientras se acercaba. —¡No lo perdí, lo escondieron los cojines traicioneros! —gruñó Canela, sin dejar de escarbar.

Con su habitual agilidad felina, Mishi trepó al respaldo del sillón y con un pequeño empujón estratégico movió el cojín exacto.

—¡Ahí está! —ladró Canela feliz al encontrar su tesoro escondido.

Misión cumplida.

Esa noche, ambas se acurrucaron juntas en el sofá, orgullosas de su trabajo en equipo. Afuera hacía frío, pero dentro de la casa, entre cojines y amistad, reinaba el calor de una gran aventura compartida.