Don Julio and his wife María, an eternal friendship || Don Julio y su esposa María, una amistad Eterna [Eng/Esp]

Good morning, friends of hive. Today I want to share with you a night where food, and above all, love, abounded at a friend's house. That night wasn't just any dinner; it was a celebration of friendship, tradition, and the simple joy of sharing. Don Julio and his wife, María, opened the doors of their home to us, and with them, the doors of their hearts.

As soon as we entered, we could already smell the unmistakable aroma of something special cooking. In the kitchen, María, with her eternal smile and wise hands, was finishing the Salteña empanadas that so characterize her. Beside her, Don Julio enthusiastically uncorked a bottle of Viñas de Alvear, like someone who knows that what's coming deserves a toast.

The table was set. On it, the golden banquet: perfectly golden empanadas, with that lovingly made repulgue, rested on absorbent paper. We bit into them with eagerness and excitement. The crunch of the fried dough gave way to the juicy filling: knife-cut beef, onion, hard-boiled egg, spring onions, and a slight spiciness that warmed the soul. It was the taste of the north, of home, of history.

Between bites, laughter began to flow. Don Julio raised his glass and, in a firm but tender voice, said: "These empanadas have a history, and today you join it." María mischievously added: "And if you don't repeat, you won't come back."

We repeated. More than once.

And while outside the night silently advanced, inside hearts were full. Because there's no recipe more powerful than sharing what's made with love. And in Don Julio and María's house, that's abundant.

Buen día amigos de hive hoy quiero compartir con ustedes una noche donde la comida y sobre todo el amor sobraron en casa de unos amigos. Esa noche no fue una cena cualquiera, fue una celebración de la amistad, la tradición y la alegría simple de compartir. Don Julio y su esposa María nos abrieron las puertas de su casa y, con ellas, las del corazón.

Apenas entramos, ya se sentía el aroma inconfundible de algo especial cocinándose. En la cocina, María, con su eterna sonrisa y manos sabias, terminaba de cerrar las empanadas salteñas que tanto la identifican. A su lado, Don Julio descorchaba con entusiasmo una botella de Viñas de Alvear, como quien sabe que lo que se viene merece brindis.

La mesa estaba lista. Sobre ella, el banquete dorado: empanadas perfectamente doradas, con ese repulgue hecho con amor, descansaban sobre papel absorbente. Las mordimos con ansiedad y emoción. El crujido de la masa frita dio paso al relleno jugoso: carne cortada a cuchillo, cebolla, huevo duro, verdeo y un leve picor que calentaba el alma. Era sabor a norte, a casa, a historia.

Entre bocado y bocado, las risas comenzaron a fluir. Don Julio levantó la copa, y con voz firme pero tierna dijo: “Estas empanadas tienen historia, y hoy se suman ustedes a ella”. María, con picardía, agregó: “Y si no repiten, no vuelven”.

Volvimos a repetir. Más de una vez.

Y mientras afuera la noche avanzaba silenciosa, adentro los corazones estaban llenos. Porque no hay receta más poderosa que la de compartir lo hecho con amor. Y en casa de Don Julio y María, eso sobra.