Cleaning the terrace || Limpiando la Terraza [Eng/Esp]

Today I woke up early, with the sun barely filtering through the curtains. Outside, the sky was clear, and I felt it was the perfect day to tackle a task I'd been putting off: cleaning the terrace. That terrace, which so often serves as a refuge, a setting for a conversation, or simply a place to gaze at the sky, needed a little attention today.

I went upstairs with the bucket, broom, and hose. The reddish floor, marked by patches of dirt and dry leaves, welcomed me with the accumulated heat of the previous day. I connected the hose to the faucet, and when I turned it, the water began to flow with a cool, almost musical sound. The first jet forcefully swept away the accumulated dust, and immediately the floor began to change color. Little by little, the terrace began to breathe again.

While the water ran, I swept and directed the flow toward the drain, where the puddles found their way to the grate. The stains were disappearing, and with each wipe, the floor regained its dull, yet clean, shine. Even the potted plant seemed grateful, its shiny leaves splashed with water.

The midday shadow began to move slowly across the wet floor, drawing shapes that disappeared as the cloth passed. I paused for a moment, leaning against the wall, the hose still dripping and the sound of the water filtering in the background. I took a deep breath and felt that mixture of physical exhaustion and satisfaction.

Cleaning the terrace wasn't just another chore; it was a pause, a way to tidy up the inside as well. Because sometimes, tidying up a space also means tidying up the day. And so, between water, sun, and a clean floor, the terrace once again became that place where everything can begin anew.

Hoy me levanté temprano, con el sol apenas filtrándose por las cortinas. Afuera, el cielo estaba despejado, y sentí que era el día perfecto para encarar una tarea que venía postergando: limpiar la terraza. Esa terraza que tantas veces sirve de refugio, de escenario para una charla o simplemente para mirar el cielo, hoy necesitaba un poco de atención.

Subí con el balde, la escoba y la manguera. El piso rojizo, marcado por manchas de tierra y hojas secas, me recibió con ese calor acumulado del día anterior. Conecté la manguera al grifo, y al girarlo, el agua empezó a fluir con un sonido fresco y casi musical. El primer chorro barrió con fuerza el polvo acumulado, y enseguida el piso empezó a cambiar de color. De a poco, la terraza volvía a respirar.

Mientras el agua corría, yo barría y dirigía el flujo hacia el desagüe, donde los charcos encontraban su camino hacia la rejilla. Las manchas iban desapareciendo, y con cada pasada, el piso recuperaba su brillo opaco, pero limpio. Hasta la planta en la maceta pareció agradecida, con sus hojas relucientes salpicadas por el agua.

La sombra del mediodía comenzó a moverse lentamente sobre el piso mojado, dibujando formas que desaparecían al paso del trapo. Me detuve un momento, apoyado contra la pared, con la manguera aún goteando y el sonido del agua filtrándose como fondo. Respiré hondo y sentí esa mezcla entre cansancio físico y satisfacción.

Limpiar la terraza no fue solo una tarea más, fue una pausa, una forma de ordenar también por dentro. Porque a veces, poner en orden un espacio es también poner en orden el día. Y así, entre agua, sol y piso limpio, la terraza volvió a ser ese lugar donde todo puede comenzar de nuevo.