A Hug in the Middle of Winter || Un Abrazo en Medio del Invierno [Eng/Esp]

I don't know how many times I dreamed of a moment like this: the whole family together, laughing, hugging, sharing. And finally, that day arrived.

It was a cold winter night. The wind blew through the cracks in the doors, but inside the living room, the warmth overcame everything. We arrived early, helped arrange the chairs—although in the end, almost no one sat down—and little by little, everyone arrived. Some with hats, others with scarves, and all with that smile you only see when your soul is happy.

I remember looking around and thinking: "This is where my roots lie." My parents, my siblings, my uncles, my cousins, friends who are like family… and the little ones running between the chairs, playing without worrying about anything other than the present. I had my son cuddled in my lap while we tried to keep him still for the photo, but he just wanted to go back to playing. I understood perfectly. I, too, wanted to capture that moment, not just with the camera, but with my heart.

We lined up, as best we could. There was no shortage of jokes, gentle nudges to accommodate us, laughter when someone said, "More to the center!" or "Don't block Grandma!" Finally, the camera clicked, and it was captured: that perfect moment where we all became one.

That photo is more than just an image. It's proof that, despite everything—the distance, the time, the differences—we continue to choose each other. Each with our own story, our own character, our own scars… but together.

And as I look at that image today, with a full heart, I can only think of one thing:

Thank you.

No sé cuántas veces soñé con un momento así: toda la familia reunida, riendo, abrazándonos, compartiendo. Y finalmente, ese día llegó.

Era una noche fría de invierno. El viento se colaba por las rendijas de las puertas, pero dentro del salón el calor humano lo vencía todo. Llegamos temprano, ayudamos a acomodar las sillas —aunque al final casi nadie se sentó—, y poco a poco, todos fueron llegando. Unos con gorros, otros con bufandas, y todos con esa sonrisa que solo se ve cuando el alma está contenta.

Me acuerdo de mirar alrededor y pensar: "Aquí están mis raíces". Mis padres, mis hermanos, mis tíos, mis primos, amigos que son como familia… y los más chiquitos corriendo entre las sillas, jugando sin preocuparse por nada más que el ahora. Yo tenía a mi hijo abrazado a mis piernas, mientras tratábamos de mantenerlo quieto para la foto, pero él solo quería volver a jugar. Lo entendí perfectamente. También yo quería congelar ese momento, pero no solo con la cámara, sino con el corazón.

Nos alineamos, como pudimos. No faltaron las bromas, los codazos suaves para acomodarnos, las risas cuando alguien decía “¡más al centro!” o “¡no tapes a la abuela!”. Al final, sonó el clic de la cámara y ahí quedó capturado: ese instante perfecto donde todos fuimos uno.

Esa foto es más que una imagen. Es el testimonio de que, a pesar de todo —las distancias, el tiempo, las diferencias—, seguimos eligiéndonos. Cada uno con su historia, con su carácter, con sus cicatrices… pero juntos.

Y mientras miro esa imagen hoy, con el corazón lleno, solo puedo pensar en una cosa:

Gracias.