Un país que se mueve detrás de un caballo (Esp/Eng)
Esta historia siempre comienza después del primer café y de la despedida con un beso en la frente a mi hija. Comienza diariamente cuando me dispongo a llegar al lugar donde trabajo, y es que creo que paso más tiempo encima de un caballo que el que demoro en conversar con mi hija.
¡Sí! Escucharon bien, sí… Esta ciudad se mueve detrás de un caballo, sobre cuatro ruedas que van a cuestas de ese cuadrúpedo que ha corrido con la mala (o quizás buena) suerte de nacer aquí, en la Cuba del siglo XXI. Y dudo, sin nada de sarcasmo en mi voz, que en el siglo XVIII se transportaran tanto así como en el día de hoy.
Todo acontece cuando las opciones de transporte se reducen al coche o a la agilidad para coger un mototaxi eléctrico, y créanme que la agilidad no es mi fuerte. Por eso, allá voy, hacia aquel instrumento/carro/carreta/plancha/carretón que, halado por un caballo, me puede llevar a cualquier lugar, hasta al más insospechado. Generalmente, prefiero montar de primera, acomodarme en un sitio donde el sol sea menos severo, y luego me siguen las demás personas, que quizás piensen lo mismo que yo, pero que no lo escriben.
El caballo despega a trotar, y el cochero/chófer/jinete/hombre con látigo parece sentirse un rey en su trono, dueño de nuestros destinos: que el caballo vaya más o menos rápido depende de lo temprano o tarde que lleguemos al trabajo, al banco, al hospital o al mercado. Así de destinos y cumplimientos tiene entre sus manos el hombre detrás del caballo.
Por el lado pasa otro caballo con su coche, y ambos hombres se saludan, mientras yo me pregunto qué diálogo podrían entablar los dos caballos: "¿A ti te tienen trabajando desde temprano? ¿Estás cansado? ¿Te dieron de comer ayer? ¿Estás tan aburrido de la vida como yo?" Decido, entonces, no imaginar más el diálogo de los caballos y mejor mirar los árboles de la avenida, que han decidido florecer en primavera.
Somos ocho personas las que vamos montadas allí, y la cadencia del caballo permite que todos conversen con todos. Cuando bajas, ya estás al tanto del clima, de los últimos precios del arroz y hasta de cuántos años deberá pagar el que se robó un carro por Buena Vista. A esa hora, somos ocho personas que dependemos de la mucha o poca agilidad de un jinete con su caballo, pero que decidimos juzgar al mundo.
Me bajo del coche y pago. Siempre pago al llegar al lugar, no antes. Creo que al único que se le debía pagar por adelantado era a Caronte, antes de viajar por el Estigia hacia el Inframundo… Y como por acá no hay agua, ni mar, y aunque en algunos momentos dudo de estar o no en el Inframundo, nunca pago por adelantado.
La cuestión es que cuando llego al hospital y me reciben los pacientes que me esperan, nunca los dejo sin detalles de mi viaje: "Su doctora vino en un corcel"… "Su doctora es muy chic y viaja en modo vintage"… "Su doctora viene a trabajar todos los días como en una novela de época"… Los padres de mis pacientitos se ríen, y los pequeños corresponden con la sonrisa de sus padres y de la doctora que parece acostumbrada, o quizás resignada, a este país que se mueve detrás de un caballo.
This story always begins after the first coffee and the goodbye kiss on my daughter’s forehead. It begins daily when I set off to my workplace, and the truth is, I believe I spend more time on horseback than I do talking to my daughter.
Yes! You heard right, yes… This city moves behind a horse, on four wheels carried by that quadruped who had the bad (or perhaps good) luck to be born here, in 21st-century Cuba. And I doubt—without a hint of sarcasm in my voice—that in the 18th century, people traveled this way as much as they do today.
It all happens when transportation options are reduced to a car or the agility to catch an electric mototaxi, and believe me, agility is not my strength. So off I go, toward that contraption/car/cart/slab/wagon pulled by a horse that can take me anywhere, even the most unexpected places. Usually, I prefer to ride up front, settling into a spot where the sun is less harsh, and then the others follow—people who might think the same as I do but don’t write about it.
The horse starts trotting, and the coachman/driver/rider/man with a whip seems to feel like a king on his throne, master of our fates: whether the horse goes faster or slower determines how early or late we arrive at work, the bank, the hospital, or the market. That’s how much power over destinies and obligations lies in the hands of the man behind the horse.
Another horse-drawn cart passes by, and the two men greet each other while I wonder what dialogue the two horses might have: "Did they make you work since dawn? Are you tired? Did they feed you yesterday? Are you as bored with life as I am?" I decide, then, to stop imagining the horses’ conversation and instead look at the trees along the avenue, which have decided to bloom in spring.
There are eight of us riding there, and the horse’s rhythm allows everyone to chat with everyone else. By the time you get off, you’re up to date on the weather, the latest rice prices, and even how many years the guy who stole a car in Buena Vista will have to serve. At that moment, we are eight people depending on the skill—or lack thereof—of a rider and his horse, yet we still choose to judge the world.
I step off the cart and pay. I always pay upon arrival, never before. I think the only one who was ever paid in advance was Charon, before crossing the Styx into the Underworld… And since there’s no water or sea around here, and though sometimes I wonder if I’m already in the Underworld, I never pay upfront.
The thing is, when I arrive at the hospital and am greeted by the waiting patients, I never spare them the details of my journey: "Your doctor arrived on a steed"… "Your doctor is so chic and travels vintage-style"… "Your doctor comes to work every day like it’s a period novel"… The parents of my little patients laugh, and the children mirror their parents’ smiles—and that of the doctor who seems accustomed, or perhaps resigned, to this country that moves behind a horse.
¡Hermoso cómo traduces a esos padres y nenes la historia cotidiana para hacerla brillar!
En mi caso, solo me queda caminar....
Entonces mi labor es darte envidia, yo si vivo en un perpetuo siglo XVIII 😉
La envidia será por la posibilidad de pagar ese medio de transporte diario... En mi caso, es imposible.
Me hace gracias tu post pues solo pienso en mis aventuras en ese medio de transporte que por mi estatura apenas puedo poner los pies en el piso 😃 y voy desesperadamente asida a la primer barra ferrosa que le alcanzo.
Si, las peripecias a caballo, las anécdotas, los vaivenes y las incomodidades son tan asiduas de este transporte, que no podría contarlas aquí.
!luv
Hola @neuropoeta...!!
Cambie esa opción por la bicicleta y verá.
Gracias por su ocurrente post.
Muchas gracias ☺️ y sí, realmente es una opción, aunque la distancia de mi trayectoria no es poca, y ya no podría bromear con mis pequeños pacientes 😉... La alegría siempre es una carta bajo la manga para que la vida jamás no venza 😌
Hola, le iba a decir que la bicicleta es una buenísima opción, que por lo menos a mí me ha hecho adicta. Pero ya esa sugerencia se la hicieron.
😂
🤣
Anotada la sugerencia 😉.
Congratulations @neuropoeta! You have completed the following achievement on the Hive blockchain And have been rewarded with New badge(s)
Your next target is to reach 300 upvotes.
You can view your badges on your board and compare yourself to others in the Ranking
If you no longer want to receive notifications, reply to this comment with the word
STOP
Check out our last posts:
Por suerte (pues no estaba muy contento de poner la mía en las patas de un caballo) por acá los coches de caballos han sido sustituidos casi totalmente por los triciclos eléctricos. Menos sufrimiento animal, calles más limpias y viajes más rápidos. 🌼
En estos momentos en esta ciudad existe una guerra campal entre ambos bandos: los coches de caballos y los vehículos eléctricos. Peleas callejeras, insultos y más debido a esta rivalidad. Ya te digo, que la ciudad se nos asemeja , cada día más, al Medioevo ☺️⚔️🛡️