Wendy Guerra: The Body as Writing|Wendy Guerra: El cuerpo como escritura (ENG-ESP)

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She doesn't decorate; she bursts forth. She doesn't sit down to write; she stands up and hits the page with the force of someone who knows that truth is a hammer, not a caress. Reading Wendy Guerra is more than a pastime; it's a visceral experience: something you breathe deeply, that tightens your stomach and leaves a scar.

With her, forget about the Cuban postcard that seeks to fit the mold, about nostalgia for the past, or about prefabricated political criticism. Guerra is something much more dangerous and, therefore, more necessary: a woman who turns her body into writing, her book into a trench from which she fires.



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Her breakthrough with "Todos se van" (Everyone Leaves) (2006) was like throwing a grenade into a minefield.

Was it a novel? A diary? A scandalous confession?

The story of Nieve, that Cuban teenager navigating the decadence of the 1990s, isn't exactly a kind portrait of the island. It's a stark testimony to a generation marked by hunger, disenchantment, and a brutal lucidity that refused to be silenced. Wendy doesn't fall into complacent realism or easy melodrama.

Her prose is an excavation: short sentences, fragmented images, contained rage that overflows in silences. And yes, the book was censored in Cuba, not so much for what it explicitly said, but for the shameless audacity of the way it said it: without asking permission, without asking for forgiveness. As it should be.

In "I Was Never a First Lady" (2008), Guerra dared to do the unthinkable: demystify Celia Sánchez, the almost sacrosanct figure of the Revolution. He restored her humanity, her wrinkles, her dilemmas. The novel is uncomfortable precisely because it shows a real woman, torn between a powerful love and the shadow of a crumbling utopia. In this country, myths are often empty sacks; Guerra dynamites them with surgical precision. It's not profanation, it's healing, returning to the past the complexity that official history wants to erase.

But if there was a book that set off alarm bells for the puritans, it was "Posing Naked in Havana" (2012).

Here, Wendy Guerra transforms the female body into a territory of resistance. This isn't the sugarcoated eroticism we see in soap operas; it's sex as a political act, raw, uncomfortable, sometimes even violent.

On an island where the state has historically attempted to colonize even the most intimate instincts, stripping becomes an act of war, a declaration of radical autonomy. She was accused of being an exhibitionist, but what is exhibitionism when existence itself has become an act of resistance?

In "Negra" (2014), Guerra sets aside metaphors and confronts racism head-on. Don't look here for discourses of inclusion or manifestos for diversity; what you will find is everyday racism, the kind that many in Cuba prefer to ignore or deny.

The protagonist, a mixed-race artist, collides with the subtle but firm barriers of a system that preaches equality while perpetuating exclusion. The book exposes how prejudice infiltrates and survives, even in those who consider themselves liberators.



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The intangible but omnipresent atmosphere of fear that grips many Cuban creators serves as a pretext for Wendy to write "Domingo de Revolución" (2016). The plot, with its persecuted writer and his clandestine notebook, could belong to any era on the island, demonstrating how the mechanisms of censorship, even if they change their appearance, maintain their essence.

What's fascinating about Wendy Guerra is her refusal to be pigeonholed. She criticizes the regime without falling into the chorus of cardboard anti-communists. This equidistance has made her a target of attacks from all sides: the dogmatists call her a traitor, the extremists point to her as an accomplice. But she remains there, writing in her own way, oblivious to labels, faithful to her primal impulse.

Her prose has the cadenced and melancholic rhythm of a bolero, and at the same time, the sharp edge of a machete. She offers no solace or easy answers, only wounds that force you to think, to feel. When there are too many writers in the world who are correct, correct to the core, she remains incorrigible, savagely honest.


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Wendy Guerra: El cuerpo como escritura

Ella no decora; ella irrumpe. No se sienta a escribir, se levanta y golpea la página con la fuerza de quien sabe que la verdad es un martillo, no una caricia. Leer a Wendy Guerra es más que un pasatiempo, es una experiencia visceral: algo que se respira hondo, que te aprieta el estómago y te deja una cicatriz.

Con ella olvídese de la postal cubana que busca encajar en el molde, de la nostalgia del pasado o de la crítica política prefabricada. Guerra es algo mucho más peligroso y, por ende, más necesario: una mujer que convierte su cuerpo en escritura, su libro en una trinchera desde la cual dispara.



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Su irrupción con "Todos se van" (2006) fue como lanzar una granada en un campo minado.

¿Era novela? ¿Diario? ¿Una confesión escandalosa?

La historia de Nieve, esa adolescente cubana que navega la decadencia de los 90, no es precisamente un retrato amable de la Isla. Es crudo testimonio de una generación marcada por el hambre, el desencanto y una lucidez brutal que se negaba a ser silenciada. Wendy no cae en el realismo complaciente ni en el melodrama fácil.

Su prosa es una excavación: frases cortas, imágenes fragmentadas, rabia contenida que se desborda en silencios. Y sí, el libro fue censurado en Cuba, no tanto por lo que decía explícitamente, sino por la audacia impúdica de su forma de decirlo: sin pedir permiso, sin pedir perdón. Como debe ser.

En "Nunca fui primera dama" (2008), Guerra se atrevió a lo impensable: desmitificar a Celia Sánchez, la figura casi sacrosanta de la Revolución. Le devolvió su humanidad, sus arrugas, sus dilemas. La novela es incómoda precisamente porque muestra a una mujer real, dividida entre un amor poderoso y la sombra de una utopía que se desmoronaba. En este país los mitos son a menudo sacos vacíos, Guerra los dinamita con precisión quirúrgica. No es profanación, es sanación, devolverle al pasado la complejidad que la historia oficial se quiere borrar.

Pero si hubo un libro que encendió las alarmas de los puritanos, ese fue "Posar desnuda en La Habana" (2012).

Aquí, Wendy Guerra convierte el cuerpo femenino en un territorio de resistencia. No se trata del erotismo edulcorado que vemos en las telenovelas; es el sexo como acto político, crudo, incómodo, a veces hasta violento.

En una isla donde el Estado ha intentado históricamente colonizar hasta los instintos más íntimos, desnudarse se convierte en un acto de guerra, una declaración de autonomía radical. La acusaron de exhibicionista, pero ¿qué es exhibicionismo cuando la propia existencia se ha vuelto un acto de resistencia?

En "Negra" (2014), Guerra deja de lado las metáforas y se enfrenta de bruces al racismo. No busquen aquí discursos de inclusión ni manifiestos por la diversidad; lo que encontrarán es el racismo cotidiano, ese que muchos en Cuba prefieren ignorar o negar.

La protagonista, una artista mulata, choca contra las sutiles pero firmes barreras de un sistema que predica la igualdad mientras perpetúa la exclusión. El libro expone cómo el prejuicio se infiltra y sobrevive, incluso en quienes se creen liberadores.



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La atmósfera intangible pero omnipresente del miedo que atenaza a muchos creadores cubanos sirve de pretexto a Wendy para escribir "Domingo de Revolución" (2016). La trama, con su escritor perseguido y su cuaderno clandestino, podría pertenecer a cualquier época de la Isla, demostrando cómo los mecanismos de la censura, aunque cambien de apariencia, mantienen su esencia.

Lo fascinante de Wendy Guerra es su negativa a ser encasillada. Critica al régimen sin caer en el coro de los anticomunistas de cartón. Esta equidistancia la ha convertido en blanco de ataques de todos los bandos: los dogmáticos la llaman traidora, los ultras la señalan como cómplice. Pero ella sigue ahí, escribiendo a su manera, ajena a las etiquetas, fiel a su impulso primario.

Su prosa tiene el ritmo cadencioso y melancólico de un bolero, y a la vez, el filo cortante de un machete. No te ofrece consuelo ni respuestas fáciles, solo heridas que te obligan a pensar, a sentir. Cuando en el mundo hay demasiados escritores correctos, correctos hasta la médula, ella permanece incorregible, salvajemente honesta.

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Muy interesante tu post, en consecuencia con la obra de Wendy. Éxitos para ti 💜🤍🫂

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Muchas gracias por el apoyo y por compartir mi reseña en Literatos! Es un honor contribuir a esta comunidad literaria y difundir la obra de una autora tan relevante como Wendy Guerra. Seguiré participando con más contenido. ¡Saludos!

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Qué interesante escritora con esos libros que reseñas, estimado @marabuzal. Por supuesto, por estos lares no hay acceso a ellos. ¿Existirá algunos en versión digital? Saludos.

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Muchísimas gracias, mi estimado profesor @josemalavem. Que haya mucha salud y prosperidad para usted y su familia.
Haré las gestiones y ya le diré respecto a los libros de Wendy.
Gracias por apoyar mi trabajo.
Un abrazo!

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Sus reseñas nos aportan mucho, por eso disfruto leerlo. Está autora nunca la he leído, pero me gustaría hacerlo y es ahí su gracia. Usted nos conduce por interesantes caminos.

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Amable como la música de la noche.
Bienvenida 🌿

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Wendy encontró, se atrevió, dijo y desde la piel es una de las voces más consecuentes con la literatura de nuestra realidad. Quien espere la píldora dulzona que no la lea aunque, me atrevo a decir, detrás de la palabra descarnada se ven las fibras de su ternura. Nadie que no conozca la ternura puede escribir así, mi querido @marabuzal.
Gracias por estas pinceladas magníficas sobre esta autora.

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Amiga, @maiasun84, los textos de Wendy cortan como un bisturí, pero bajo esa piel descarnada late una ternura profunda, casi vulnerable. Solo quien ha conocido el dolor puede nombrarlo con tanta crudeza… y tanta belleza. Gracias por leer mi reseña con esa mirada aguda y por sumarte a este diálogo sobre una de las voces más auténticas de nuestra literatura. Un abrazo fuerte!!🌿

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Exacto, esa es mi lectura. Solo quién conoce el dolor puede hablar de él sin que le afecte y ello comprende un proceso de desprendimiento, de sensibilidad y de absoluta ternura que hace posible nombrarlo y que parezca que lo hace detrás del blindaje. Cuando digo dolor me refiero a tantas temáticas que Wendy es capaz de hilar con maestría y en las que deja piel y alma, es notable.

Siempre es un placer llegar a tus posts. Abrazo

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