The Fermentation of Anger|La fermentación de la ira (ENG-ESP)

Resentment is not an emotion. It's a chemical process, a slow fermentation of anger, wounded pride, and frustrated justice. It doesn't explode like hatred; it doesn't cry like pain. It infiltrates. It settles. It becomes part of the soul's furniture, like the worn-out sofa that's useless but that you don't dare throw away because, after all, it's yours.
And therein lies the problem: we believe that resentment belongs to us, that it's a right, a macabre trophy of battle. But in reality, it's the other way around. We belong to it.
Reason is clear: resentment is bad business. It's like keeping a corpse in the closet and pretending the smell doesn't exist. Mathematically, it doesn't add up. Philosophically, it's a dead end. "Letting go is winning," self-help gurus repeat while selling books with gilded titles.
But emotion doesn't read books. Emotion burns.
When someone betrays you, humiliates you, or steals something more valuable than money—your trust, your time, your faith—reason says, "Move on." Emotion, on the other hand, burns every detail into your memory: the tone of voice, the evasive glance, the door that closed behind you. And then, resentment is born. Not like an unexpected guest, but like a tenant demanding to stay.

Elena is a woman whose life was marked by profound disillusionment. At twenty, trusting and in love, she had invested all her hope in an artistic project with a partner who, in the end, took all the credit and glory, leaving her in the shadows, forgotten, and humiliated. For fifteen years, Elena nurtured her resentment.
She didn't shout, she didn't threaten. Her resentment was silent, a stone statue she erected at the center of her being. Every time she saw a work by her former partner in a gallery, she felt that acid corrode her insides. She stopped painting, sculpting, creating. Her studio became a storehouse of broken dreams.
Her reason constantly told her: "Elena, that guy is already in another galaxy. Your resentment only hurts you. What do you gain from this?"
But her emotion clung to the image of the opening, to her partner's fake smile, to the applause that echoed for him as she vanished into the crowd. She told herself that to forgive was to validate his betrayal, that to forget was to betray herself. And so, day after day, she nurtured her resentment, like someone tending a carnivorous plant.
One day, twenty-five years later, Elena stumbled upon an old photo album. In it, she saw herself, young, radiant, with clay-stained hands and an insatiable spark in her eyes. It was the Elena who loved to create, the one who knew nothing of the corrosion of resentment. In that instant, something broke inside her, but not the stone of resentment, but the armor that protected her. She realized that her statue of resentment was not a monument to her pain, but a tomb for her talent.
Reason, which had always been there, whispering in the background, gained strength. "Do you really want your legacy to be a statue of hate? Or would you prefer it to be the echo of your art?"
It took time, a long time, and an arduous process of introspection, but Elena began to dismantle that statue. It wasn't a sudden forgiveness of her former partner, but an act of self-forgiveness, of recovering her own identity. She returned to her studio, dusted off her tools, and began to create again.
This time, his works didn't speak of betrayal, but of resilience, of reconstruction, of the beauty that survives ruin. The acid of resentment transformed, in his hands, into the pigment of a new and powerful expression.

Resentment is the only poison sold as an antidote. It convinces you that you decide when to let it go (spoiler: never).
It promises that, if you feed it enough, one day it will be worth it (lie: it will only grow until it suffocates you).
Reason knows this. That's why it insists: "Let it go. Forgive. Move on."
But emotion responds: "If I let it go, then what? Do I admit that it doesn't hurt anymore? That he won?"
Here's the trick: resentment isn't about the other. It's about your inability to accept that something hurt you more than you're willing to admit.

This is my entry in the "Iris's Things" initiative. I invite you to follow the new Hive #greenzone community.
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La fermentación de la ira
El rencor no es una emoción. Es un proceso químico, una fermentación lenta de ira, orgullo herido y justicia frustrada. No estalla como el odio; no llora como el dolor. Se infiltra. Se instala. Se vuelve parte del mobiliario del alma, como el sofá desgastado que no sirve pero que no te atreves a tirar porque, al fin y al cabo, es tuyo.
Y ahí está el problema: creemos que el rencor nos pertenece, que es un derecho, un trofeo macabro de la batalla. Pero en realidad, es al revés. Nosotros le pertenecemos a él.
La razón lo tiene claro: el rencor es un mal negocio. Es como guardar un cadáver en el armario y pretender que el olor no existe. Matemáticamente, no suma. Filosóficamente, es un callejón sin salida. "Soltar es ganar", repiten los gurús de la autoayuda mientras venden libros con títulos en oro.
Pero la emoción no lee libros. La emoción arde.
Cuando alguien te traiciona, te humilla o te roba algo más valioso que el dinero: tu confianza, tu tiempo, tu fe, la razón dice: "Sigue adelante". La emoción, en cambio, graba a fuego cada detalle: el tono de voz, la mirada esquiva, la puerta que se cerró detrás de ti. Y entonces, el rencor nace. No como un huésped inesperado, sino como un inquilino que exige quedarse.

Elena, es una mujer cuya vida quedó marcada por una profunda desilusión. A sus veinte años, confiada y enamorada, había invertido toda su ilusión en un proyecto artístico junto a un socio que, al final, se llevó el mérito y la gloria, dejándola en la sombra, olvidada y humillada. Durante quince años, Elena cultivó su rencor.
No gritaba, no amenazaba. Su rencor era silencioso, una estatua pétrea que erigió en el centro de su ser. Cada vez que veía una obra de su exsocio en alguna galería, sentía ese ácido corroerle las entrañas. Dejó de pintar, de esculpir, de crear. Su estudio, se convirtió en un almacén de sueños rotos.
Su razón le decía constantemente: "Elena, ese tipo ya está en otra galaxia. Tu rencor solo te daña a ti. ¿Qué ganas con esto?".
Pero su emoción se aferraba a la imagen de la inauguración, a la sonrisa falsa de su socio, a los aplausos que resonaron para él mientras ella se desvanecía en la multitud. Se decía a sí misma que perdonar era validar su traición, que olvidar era traicionarse a sí misma. Y así, día tras día, alimento su resentimiento, como quien cuida una planta carnívora.
Un día, veinticinco años después, Elena tropezó con un viejo álbum de fotos. En él, se vio a sí misma, joven, radiante, con las manos manchadas de arcilla y una chispa insaciable en la mirada.. Era la Elena que amaba crear, la que no conocía la corrosión del rencor. En ese instante, algo se quebró en ella, pero no fue la piedra del rencor, sino la armadura que la protegía. Se dio cuenta de que su estatua de rencor no era un monumento a su dolor, sino una tumba para su talento.
La razón, que siempre había estado ahí, susurrando en el fondo, cobró fuerza. "¿Realmente quieres que tu legado sea una estatua de odio? ¿O prefieres que sea el eco de tu arte?".
Le tomó tiempo, mucho tiempo, y un arduo proceso de introspección, pero Elena comenzó a desmantelar esa estatua. No fue un perdón repentino al exsocio, sino un acto de autoperdón, de recuperación de su propia identidad. Volvió a su estudio, desempolvó sus herramientas, y empezó a crear de nuevo.
Esta vez, sus obras no hablaban de la traición, sino de la resiliencia, de la reconstrucción, de la belleza que sobrevive a la ruina. El ácido del rencor se transformó, en sus manos, en el pigmento de una nueva y poderosa expresión.

El rencor es el único veneno que se vende como antídoto. Te convence de que tú decides cuándo dejarlo ir (spoiler: nunca).
Te promete que, si lo alimentas lo suficiente, algún día valdrá la pena (mentira: solo crecerá hasta asfixiarte).
La razón lo sabe. Por eso insiste: "Deja ir. Perdona. Sigue adelante."
Pero la emoción responde: "Si lo dejo ir, ¿entonces qué? ¿Admito que ya no me duele? ¿Que ganó él?"
Aquí el truco: el rencor no se trata del otro. Se trata de tu incapacidad para aceptar que algo te dolió más de lo que estás dispuesto a admitir.

Esta es mi entrada a la iniciativa "Las cosas de Iris". Te invito a seguir la nueva comunidad #greenzone
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Ciertamente, es un mal negocio el rencor. Lo he sentido y de manera fuerte. Pero he sabido desalojar a ese inquilino indeseado, con prontitud.
Si vienes de ese sitio, @yuraimatc
conoces como nadie el sufrimiento que vive un ser atenazado en las entrañas del rencor.
Te felicito por haberte liberado de esas cadenas y salir como pétalo en madrugada a desandar los jardines de la felicidad, la confianza y la espiritualidad; que seguramente te abren colores y caminos donde posar el paso hermoso y seguro de tu humanidad.
🌿✨
Es pura enseñanza tu texto, como puede desecharse ese sentimiento que te corroe como ácido. Cada cual ha de asumir por sus actos, la vida es una factura que un día cierra y pasa la cuenta. Gracias por dejar deslizar tus letras así sin rencor, con tanta paz
💚🫂🤍
Es un placer inmenso siempre volver a esta comunidad, que es como nuestra casa.
Tu iniciativa, excelsa @iriswrite se presta para ensayar ideas que tal vez puedan contribuir a la luz de aquellas personas para quien todo es predecible, aún cuando en realidad no lo sea.
Es un arduo trabajo personal que el ser humano debe vencer de todas, todas si quiere crecer y avanzar en la vida.
Gracias por la maravillosa oportunidad que no es más que un caramelo entre los labios de un niño 🌿✨
Un placer y un honor tenerte en este espacio. Un abrazo
Tu aporte a la iniciativa es muy valioso, haces magia con las palabras, tienes una visión distinta de ilustrar los temas y eso me gusta mucho. Saludos @marabuzal
Amable y dulce amiga @maylink es de mucha estimación para mí que encuentres valiosas mis palabras y que estas, tal vez, puedan arrojar claridades expresas en el andar!
Gracias por la magnífica oportunidad 🌿✨
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No hay duda, el rencor es un mal negocio, el peor posible, el que nos lo quita todo sin jamás darnos nada. Quizás por eso es tan peligroso, por eso y porque parece algo "natural", hay veces en que el rencor se siente tan "justificado" que es difícil dejarlo ir.
El rencor es como la piedra atada al cuello del hombre que se lanzó al río y luego cambió de idea. Te sigue arrastrando al fondo hasta que no logres liberarte de él, pero pocas veces es sencillo desamarrar ese nudo, pocas veces lo dejamos ir antes de que nos arrastre un poco.
Al final la única posible utilidad del rencor es la luz que desprenda cuando al fin decidamos lanzarlo a la hoguera. Quemar el rencor como se quema la basura es un acto liberador, pero es mejor ser libres desde el principio y no dejarlo entrar a nuestras vidas.
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