Tartarem se sentó apaciblemente, descansando sus escamas aún cubiertas de carbon y hollín después de un arduo día de trabajo en las minas.

Salir de las minas a diario ya era una proeza en sí misma, sumando una victoria tras otra cada día. El ambiente era oscuro, repleto de rocas, humo y un calor asfixiante.

A menudo se preguntaba qué habría sido de él si no fuera un draconido. ¿Cuál habría sido su destino? Probablemente habría terminado siendo exhibido como una de las extrañas y curiosas criaturas en la plaza del pueblo, donde los humanos se maravillaban.

Sinceramente, no podía entender cómo podían respirar sin branquias.

Todavía recuerdo cuando me lo contó aquel día, hace exactamente un año, mientras estábamos sentados frente a la mesa festiva para renovar nuestros propósitos del año.

Era tradición no comenzar la celebración hasta que llegara el último invitado, y, como todos los años, Tartarem siempre era el último en llegar, cubierto de polvo y suciedad.

Los demás lo recibieron con alegría, aunque el hada de la muerte, con sus alas grises y dientes afilados, escupió veneno al suelo en señal de desaprobación por su tardanza.

Nadie le prestó atención y, una vez sentado, comenzó su declaración:

• 𝑀𝑖 𝑝𝑟𝑜𝑝𝑜́𝑠𝑖𝑡𝑜 𝑠𝑒𝑟𝑎́ 𝑡𝑎𝑙𝑙𝑎𝑟 𝑒𝑙 𝑑𝑖𝑎𝑚𝑎𝑛𝑡𝑒 𝑚𝑎́𝑠 𝑔𝑟𝑎𝑛𝑑𝑒 - bufó el enano.

• Yᴏ ᴛᴇʀᴍɪɴᴀʀᴇ́ ᴇʟ ᴘᴀsᴀᴅɪᴢᴏ ɴᴏʀᴛᴇ ʜᴀᴄɪᴀ ʟᴀ sᴇᴄᴄɪᴏ́ɴ ᴘʀɪɴᴄɪᴘᴀʟ ᴅᴇ ʟᴀ ᴄᴜᴇᴠᴀ -habló el trol.

• Y̡̪͜o͕͉͚ e̢̻̪x̡͉͎ț̡̡r̟͓̫a͚̻̘e̢͎̝r̫͉͍é̡̢͜ l͉͕̺a͇̞͜ m̡̻̫a͚̻͕y͓͉̝o͓͔͙r̺̠̼ c͖̼a͕̝̻n̺̙͚t̟͓̼i̢̢̙d͎͔͜a̻̦͚d͉͓̟ d̻͜e͉̪ d͔̘̻i̫͕͍a͙̺̞m͖͉͉a̠͉͎n͉͎̠t̝̺̘e̟̟͓s̙͚͜ - dijo el hada de la muerte, arrogante y orgullosa.

• 𝖄 𝖞𝖔 𝖍𝖆𝖗𝖊́ 𝖖𝖚𝖊 𝖙𝖔𝖉𝖔𝖘 𝖚𝖘𝖙𝖊𝖉𝖊𝖘 𝖈𝖚𝖒𝖕𝖑𝖆𝖓 𝖘𝖚𝖘 𝖕𝖗𝖔𝖒𝖊𝖘𝖆𝖘 -dijo Tartarem, el capataz.

Así transcurrió la cena, todos reunidos en la fogata, mientras yo permanecía encerrado en mi esfera de cristal, escribiendo esta crónica para que tu la disfrutes en este preciso momento.

Adiós.