Merendando pancitos "argen-chinos" / Snacking on “Argen-Chinese” bread rolls
Una de las maravillas generadas por las migraciones, son las mezclas de culturas, costumbres y gastronomía. Algunas resultan ser algo extrañas, pero por lo general, en su mayoría surgen inventos fascinantes.
Recuerdo la primera vez que probé el arroz chino o chaofan hecho por chinos residentes en Argentina, no se parecía ni remotamente al que solía comer en Venezuela, donde los asiáticos tomaron sabores autóctonos para mezclarlos con su receta, dando como resultado una delicia que me atrevo a decir que la mayoría de los venezolanos disfrutamos en algún momento.
Y este fenómeno se repite en todos los lugares en los que hayan emigrantes, quienes en pos de mantener su cultura culinaria, buscan recrear esos sabores y recetas que los lleven en sus recuerdos a la tierra que los vio nacer. Pero ello no significa que no se atrevan a agregarles ingredientes nuevos y ver qué tal resultan.
Justo eso fue lo que pasó con estos pancitos chinos que hizo mi supervisora para la merienda de sus hijos, y que me convidó un par para probar en días pasados. Yo los había comido solos, y la verdad tampoco se parecen a los panes que venían con la comida china de sus restaurantes en Venezuela, pero son ricos al paladar.
Su color blanco puro lo hacen parecer crudos, pero son deliciosos y muy esponjosos, tanto que se pueden comer sin relleno. Pero en esta oportunidad, los pancitos venían además de calentitos, ¡rellenos! Un punto en medio de uno de ellos, delataba que era dulce, y efectivamente el dulce de leche en su interior lo potenciaba por mucho. Fue una agradable merienda en medio de la rutina laboral.
El otro pancito parecía ser del tradicional, hasta el primer mordisco cuando un color amarillo en su interior, hizo que mis papilas gustativas y mi cerebro buscaran descifrar de qué se trataba. En principio predominaba el sabor salado, y a medida que iba comiéndolo, sentía que mi gusto buscaba como detective para identificar el sabor, ya que todavía se confundía con el dulce del pan anterior, pues no soy de comer dulces.
Casi finalizando la degustación logré determinar que era una mezcla de huevo revuelto y queso pategrás (el de los huequitos que prefieren los ratoncitos de los dibujos animados) y la verdad también me gustó mucho, aunque hubiese preferido haberlos comido en orden inverso.
Lo bueno fue, que más allá de ser una merienda, me resolvieron la cena, pues luego de ello no comí nada más hasta el día siguiente, fue tener la oportunidad de probar esta combinación de sabores de estos pancitos "argen-chinos", como les dicen a los hijos de los emigrantes asiáticos que nacieron en estas tierras.

One of the wonders generated by migration is the blending of cultures, customs, and cuisine. Some combinations turn out to be a little strange, but generally speaking, most of them result in fascinating inventions.
I remember the first time I tried Chinese rice or chaofan made by Chinese residents in Argentina. It was nothing like what I used to eat in Venezuela, where Asians took local flavors and mixed them with their recipe, resulting in a delicacy that I dare say most Venezuelans have enjoyed at some point.
This phenomenon is repeated in all places where there are immigrants, who, in an effort to maintain their culinary culture, seek to recreate those flavors and recipes that take them back in their memories to the land where they were born. But that doesn't mean they don't dare to add new ingredients and see how they turn out.
That's exactly what happened with these Chinese buns that my supervisor made for her children's snack, and she offered me a couple to try a few days ago. I had eaten them on their own, and to be honest, they don't really resemble the buns that came with Chinese food at restaurants in Venezuela, but they are delicious.
Their pure white color makes them look raw, but they are delicious and very fluffy, so much so that they can be eaten without filling. But on this occasion, the buns were not only warm, but also filled! A spot in the middle of one of them revealed that it was sweet, and indeed, the dulce de leche inside enhanced it greatly. It was a pleasant snack in the middle of the work routine.
The other roll seemed to be traditional, until the first bite when a yellow color inside made my taste buds and brain try to figure out what it was. At first, the salty flavor predominated, and as I ate it, I felt like my taste buds were searching like a detective to identify the flavor, as it was still confused with the sweetness of the previous roll, since I am not one to eat sweets.
Towards the end of the tasting, I managed to determine that it was a mixture of scrambled eggs and pategrás cheese (the kind with holes that cartoon mice prefer), and I actually liked it a lot, although I would have preferred to have eaten them in reverse order.
The good thing was that, beyond being a snack, it solved my dinner problem, because after that I didn't eat anything else until the next day. It was an opportunity to try this combination of flavors in these “Argen-Chinese” rolls, as they call the children of Asian immigrants who were born in these lands.
Foto/Photo by: @mamaemigrante
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Esos pancitos sé ven ricos y provocativos, y bien es cierto que cómo en todos los países uno se siente extraño al probar platillos diferentes, pero es una buena forma de aprender de otras culturas,así cómo nosotros aquí con el arroz chino, cada quien le da su toque, nada parecido a la receta original de los chinos jeje, pero igual se disfruta.
Créeme que es más rico el arroz chino de allá que el original, jajaja
Entre lo blanco y el relleno, me trajeron a la memoria los aranchini. Plato siciliano muy sencillo, una bola de arroz blanco rebozado cuál milanesa y frito, que en su interior guarda una buena porción de salsa boloñesa con mucha carne y delicioso tomate frito.
Qué onda con la comida, mañana comparto lo que estoy escribiendo ahora.
Buenas noches, feliz descanso.
Me gustó esa mini receta! Voy a intentar recrearla para algún almuerzo de mis hijos, pues aunque es lo solemos cocinar a veces, el cambio de presentación a veces enamora.
Me encantó la reflexión inicial sobre la migración amiga, porque es totalmente cierto que de esas mezclas surgen joyas gastronómicas únicas. Lo de los pancitos me pareció un ejemplo claro y muy bien contado, con ese contraste entre lo que esperabas y lo que realmente encontraste al probarlos. Creo que lo más interesante fue que no solo los disfrutaste como merienda, sino que terminaron resolviendo la cena, lo cual demuestra lo sustanciosos que son. Me quedo con la idea de que la comida, además de alimentar, siempre cuenta historias de viajes, de raíces y de adaptaciones. Saludos 🤚
La comida da para todo: compartir, extrañar, afianzar lazos... en este caso, una parte de mi ya es china, de tantas cosas que ellos me han compartido y a la inversa igual, pues la chinita ya hace arepas y tequeños pero con las tapas de los pastelitos.