Astronomy and Me... A Toxic Love Affair/La astronomía y yo... Una relación tóxica (En/Es)
I’ve loved astronomy all my life. As a child, my mother would take me to the planetarium at the Academy of Sciences (then housed in Havana’s Capitolio), and the night sky didn’t unfold before me as just a canvas of stars or an infinite universe—it felt like a space where I belonged. An abstract construct where everything made sense to me. Stellar distances measured in light-years, the time delays caused by the finite speed of light that lets us witness ancient events in unimaginably distant systems… Those illogical things were what made the night sky feel like home.
That’s the real reason I got a degree in Physics—a brutally hard major that, ironically, offered just two astronomy classes (I swear, only two: one in my second year for Kepler’s Laws, another in my third year for stellar evolution). No regrets, though. I remained an amateur astronomer for years, and during my time with Havana’s Grupo Cosmos (an astronomy enthusiasts’ club), I learned endlessly and had unforgettable experiences with observational astronomy. I even got to temporarily manage the University of Havana’s astronomical observatory, perched atop the Faculty building (fun fact: what’s now the Faculty of Mathematics and Computer Science used to house Physics and likely hosted more astronomy classes back then). Visiting that observatory today is like time-traveling to the era of classical astronomy, when amateurs hunted comets with modest telescopes. But when I was in university—back in the last century—it was cutting-edge.
Time passed. I graduated. Digital cameras arrived, then remote telescope automation, space telescopes, the looming threat of Near-Earth Objects, and countless other advancements that dragged astronomy from rooftops and dark-sky sites into climate-controlled rooms with remote-access computers. The saddest part? The thrill of discovering comets and asteroids was ripped from amateurs and handed to research institutes. Comets once named Tempel-Tuttle or Hale-Bopp became cold labels like NLC-542315. We went from Gaspra to B-612 in under a decade. And that… that pushed me away from astronomy.
But.
It didn’t make me reject it. I stopped gazing upward and focused on the horizon—and below. I stayed in my comfort zone because the night sky lingered in my writing. I turned to science fiction, weaving my physics and astronomy knowledge into stories. In truth, I kept living in my cosmic world, exploring it through imagination. I’ve traveled to triple-star systems, watched supernovae explode without my eyes frying from gamma rays, and drifted through nebulae where the furnaces of life ignite—all without leaving home.
Yet sometimes, I still look up. During blackouts in my country, I set up a tripod and point my mid-range Chinese smartphone at the sky. I can’t afford a telescope, but I’ll snap photos of the Moon. The dream isn’t to discover a comet and slap my name on it (though, admit it, Comet Mota has flair)—that’s impossible now. But the stars, planets, and faint smudges of distant galaxies and nebulae? They’re still there. Right where they were when I dreamed of becoming an astrophysicist and naming a star. They’ve changed, but my entire existence is a tenth of a microsecond to them. And somehow, that gives me peace. The kind of peace I’ve only ever found in the deep black void, studded with bright, untouchable points.
Toda la vida me gustó la astronomía . De pequeño mi madre me llevaba al planetario de la Academia de ciencias (que por ese entonces radicaba en el Capitolio de La Habana) y el cielo nocturno se abría ante mi no como un cielo plagado de estrellas, ni un universo infinito, se veía como un espacio en el que yo encajaba. Una especie de construcción abstracta en la que todo era lógico para mí. Las distancias estelares que se medían en años-luz, las diferencias de los tiempos debido a la limitación de la velocidad luz que hace que veamos sucesos de un pasado remoto en sistemas impensable mente lejanos. Esas cosas que escapaban a la lógica eran las que me hacían sentirme en casa cuando miraba al cielo nocturno.
Esa es la verdadera razón por la que estudié Licenciatura en Física, una carrera que, además de ser difícil, solo tenía dos clases dedicadas a la astronomía (Lo juro, solo dos, una en segundo año para las Leyes de Kepler y otra en tercero para la evolución estelar)
Igual no me arrepiento, fui aficionado a la astronomía por muchos años y en el tiempo que milité en el Grupo Cosmos de Aficionados a la Astronomía de La Habana aprendí mucho y tuve experiencias realmente fascinantes relacionadas con la observación atronómica. Tuve además, la oportunidad de hacerme cargo temporalmente del observatorio astronómico de la Universidad de La Habana situado en el techo de la Facultad (el misterio es que la actual Facultad de Matemática y Ciencias de la Computación antes era la facultad de ciencias e incluía a Física, donde posiblemente se daban más clases de astronomía) Actualmanete visitar el observatorio de la UH es como hacer un viaje en el tiempo a la época de la astronomía clásica, hecha por aficionados que cazaban cometas con pequeños telescopios. Pero cuando yo estaba en la universidad allá por el siglo pasado) aquello era la actualidad.
Pasó el tiempo, me gradué, aparecieron las cámaras digitales, los métodos de automatización remota de telescópios, los telescopios espaciales, la amenaza de los Objetos Cercanos a la Tierra y un sinfín de métodos que llevaron la astronomía de los techos y los lugares oscuros a los cuartos climatizados delante de una computadora con conexión remota. Lo más triste fue que el privilegio de descubrir cometas y asteroides fue arrebatado a los aficionados por los observatorios e institutos de investigación. Los cometas pasaron de llamarse Tempel-Tute o Hale-Bob a NCL-542315. Pasamos de Gaspra a B-612 en menos de una década. Y eso me alejó de la astronomía.
Pero.
Me hizo renegar de ella. Me alejé de los cielos nocturnos y miré el cielo del horizonte para abajo. Me mantuve en mi espacio confortable porque el cielo nocturno permaneció en mi obra literaria. Me dediqué a escribir ciencia ficción aprovechando no solo mi conocimiento de física y atronomía. En realidad lo que hice fue vivir en mi mundo astronómico y explorarlo con mi imaginación mediante la ficción. He viajado a sistemas triples, he visto supernovas explotar sin que mis ojos se frían con los rayos gamma, he estado en las nebulosas donde nacen los hornos de la vida y todo sin salir de casa.
Sin embargo, de vez en cuando, miro hacia arriba. Monto un trípode y coloco mi celular en las noches de apagón de mi país. No puedo permitirme tener un telescopio pero de vez en cuando fotografío la luna con mi móvil chino de gama media. Lo importante no es ya descubrir un cometa y ponerle mi apellido (diganme si El cometa Mota no tiene flow), eso actualmente es imposible, sin embargo, las estrellas, los planetas y los objetos difusos de lejanas galaxias y nebulosas siguen allí. En el mismo lugar donde las miraba cuando quería ser astrofísico y ponerle mi nombre a una estrella. Han cambiado, pero la duración de mi intensa vida ha sido una décima de micro segundo para ellas. Sorprendentemente eso me brinda paz. La paz que solo he encontrado en el espacio profundo de fondo negro y plagado de puntos brillantes.
¡No dejes de levantar la mirada y contemplar a ese universo maestro!
Congratulations @juantomaskirk74! You received a personal badge!
You can view your badges on your board and compare yourself to others in the Ranking
Check out our last posts: