La agudeza de Sor Juana Inés de la Cruz

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A 330 años de su muerte (17 de abril de 1695), Sor Juana Inés de la Cruz sigue siendo referencia obligada, no sólo para considerar su fundacional estilo barroco en la poesía latinoamericana, sino también como una de las excelsas artífices de la prosa ensayística y epistolar. En tres oportunidades he dedicado a ella posts en esta plataforma (ver 1, 2 y 3).


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Aunque he hecho alusión a su carta conocida como Respuesta de la poetisa a la muy ilustre Sor Filotea de la Cruz en otros textos, he querido dedicar este post a destacar algunos fragmentos de ella.

Son textos donde puede notarse tanto la delicada escritura barroca de Sor Juana como la agudeza de su pensamiento, de una elocuente expresión irónica, tan propia del pensamiento y actitud barroca.

Como se indica en la referencia citada, Sor Juana Inés escribe esta carta en respuesta a una que le había dirigido una supuesta Sor Filotea de la Cruz; la monja sabe que tal nombre esconde la verdadera identidad: la del obispo de Puebla, Manuel Fernández de Santa Cruz, quien había sido un allegado y supuesto admirador de la poeta mexicana.

A continuación, varios fragmentos claves de esa respuesta.


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(…) de manera que aquellas cosas que no se pueden decir, es menester decir siquiera que no se pueden decir, para que se entienda que el callar no es no haber qué decir, sino no caber en las voces lo mucho que hay que decir.
El escribir nunca ha sido dictamen propio, sino fuerza ajena; que les pudiera decir con verdad: Vos me coegistis. Lo que sí es verdad que no negaré (lo uno porque es notorio a todos, y lo otro porque, aunque sea contra mí, me ha hecho Dios la merced de darme grandísimo amor a la verdad) que desde que me rayó la primera luz de la razón, fue tan vehemente y poderosa la inclinación a las letras, que ni ajenas reprensiones —que he tenido muchas—, ni propias reflejas —que he hecho no pocas—, han bastado a que deje de seguir este natural impulso que Dios puso en mí (…).

Entréme religiosa, porque aunque conocía que tenía el estado cosas (de las accesorias hablo, no de las formales), muchas repugnantes a mi genio, con todo, para la total negación que tenía al matrimonio, era lo menos desproporcionado y lo más decente que podía elegir en materia de la seguridad que deseaba de mi salvación; a cuyo primer respeto (como al fin más importante) cedieron y sujetaron la cerviz todas las impertinencillas de mi genio, que eran de querer vivir sola; de no querer tener ocupación obligatoria que embarazase la libertad de mi estudio, ni rumor de comunidad que impidiese el sosegado silencio de mis libros.

Yo confieso que me hallo muy distante de los términos de la sabiduría y que la he deseado seguir, aunque a longe. Pero todo ha sido acercarme más al fuego de la persecución, al crisol del tormento; y ha sido con tal extremo que han llegado a solicitar que se me prohíba el estudio.

Este modo de reparos en todo me sucedía y sucede siempre, sin tener yo arbitrio en ello, que antes me suelo enfadar porque me cansa la cabeza; y yo creía que a todos sucedía esto mismo y el hacer versos, hasta que la experiencia me ha mostrado lo contrario; y es de tal manera esta naturaleza o costumbre, que nada veo sin segunda consideración. Estaban en mi presencia dos niñas jugando con un trompo, y apenas yo vi el movimiento y la figura, cuando empecé, con esta mi locura, a considerar el fácil moto de la forma esférica, y cómo duraba el impulso ya impreso e independiente de su causa, pues distante la mano de la niña, que era la causa motiva, bailaba el trompillo; y no contenta con esto, hice traer harina y cernerla para que, en bailando el trompo encima, se conociese si eran círculos perfectos o no los que describía con su movimiento; y hallé que no eran sino unas líneas espirales que iban perdiendo lo circular cuanto se iba remitiendo el impulso.
(…)
Pues ¿qué os pudiera contar, Señora, de los secretos naturales que he descubierto estando guisando? Veo que un huevo se une y fríe en la manteca o aceite y, por contrario, se despedaza en el almíbar; ver que para que el azúcar se conserve fluida basta echarle una muy mínima parte de agua en que haya estado membrillo u otra fruta agria; ver que la yema y clara de un mismo huevo son tan contrarias, que en los unos, que sirven para el azúcar, sirve cada una de por sí y juntos no. Por no cansaros con tales frialdades, que sólo refiero por daros entera noticia de mi natural y creo que os causará risa; pero, señora, ¿qué podemos saber las mujeres sino filosofías de cocina?

(…) yo nunca he escrito cosa alguna por mi voluntad, sino por ruegos y preceptos ajenos; de tal manera, que no me acuerdo haber escrito por mi gusto sino es un papelillo que llaman El Sueño.


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Sin duda, Sor Juana Inés de la Cruz ocupa un hito fundamental en la literatura de habla hispana: es la manifestación decidida del talento, la hondura de pensamiento, la facultad creativa, y la sabia y afectiva escritura en los inicios de la historia literaria hispanoamericana, con la propiedad y la autonomía que inaugura en nuestras letras.

Los fragmentos citados son muy ricos en muchos aspectos, e iré comentándolos brevemente.

Saboreamos ese gusto por la elaboración paradójica, tan propia del barroco, que Sor Juana supo aprovechar —ella tan contrastante— entre el decir y el no decir.

El reconocimiento de su impulso natural, dado por Dios, a escribir e imaginar, lo que era de por sí mal visto en la época para una mujer.

Confiesa, sin tapujos, su no inclinación al matrimonio (sabemos que para entonces era una suerte de sometimiento a los gustos y pareceres del marido) y que se hizo monja por su afición a la lectura y el estudio, lo cual, para el momento histórico, era algo negado a las mujeres; poder retirarse a una vida solitaria, solo el convento podría permitírselo.

Desde su modestia y actitud espiritual, denuncia el acoso al que se le sometió, al extremo de negársele escribir, despojarla de sus libros y ser obligada a retractarse, pese a condena inquisitorial, de sus “graves pecados”. Esta fase de su vida está muy bien recogida en el filme Yo, la peor de todas, de María Luisa Bemberg.

En una narrativa muy grata y, a la vez, irónica, nos confronta con el saber propio desde lo cotidiano, y más, desde lo cotidiano femenino.

Y, finalmente, confiesa que muchos de sus textos fueron productos de encargos. Sin embargo, puedo decir que en ellos está la mayor riqueza de la poesía amatoria y femenina de Sor Juana, tal como puede experimentarse al leer sus sonetos y redondillas. Algo de ello pueden leer en mis posts anteriores.


Referencias:
Cruz, Sor Juana Inés de la (1969). Obras escogidas (x3ª ed.). México: Espasa-Calpe Mexicana.
https://es.wikipedia.org/wiki/Sor_Juana_In%C3%A9s_de_la_Cruz
En los siguientes enlaces se puede acceder a la carta aquí tratada: 1 ; 2.


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Gracias por su lectura.




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Nunca había oído hablar de una persona así hasta ahora. Una vez más he aprendido algo nuevo.

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Gracias por tu vista. Sor Juana Inés de la Cruz es uno de nuestros hitos de la literatura hispanoamericana. Saludos.

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