La casona de los secretos

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La gran casona de la abuela Francisca fue construida a finales del siglo dieciocho. Había pasado de mano en mano por generaciones como parte del legado de su familia y que ahora heredaba Leonardo, el último bisnieto.

Fue una jugarreta póstuma de la anciana matrona para molestar a los ambiciosos hijos y nietos, quienes, espantados por las cosas raras vividas durante la infancia, juraron deshacerse de la casa una vez ella muriera.

Leonardo, en cambio, aun siendo un joven y habituado al estilo de vida ultramoderno, sentía un vínculo especial con aquello añejo. Durante las breves visitas a la bisabuela, adquirió el aprecio por lo clásico de la arquitectura de la casona. Algo que el joven integró mientras crecía al estudio de la complejidad de la mente y alma humana con su entorno.

Él recordaba los relatos sobre supuestas entidades fantasmales de familiares contados por la anciana. Pero en realidad nunca le dio crédito. Pensaba en que eran inventos de una mente delirante casi centenaria.

La cláusula vinculante en el testamento lo obligaba a mudarse a la Casona, no solo para tomar posesión de la misma, sino también como condición inquebrantable para disponer de la parte de la fortuna que le correspondía, la cual era muy generosa.

Así que, tan pronto como pudo, tomó algunas de sus pertenencias, y se mudó de casa de sus padres a la residencia recién legada. Sus abuelos le advirtieron sobre el fantasma de Clementina, bisabuela de Francisca. Quién murió en extrañas circunstancias en aquella casa y cuyo cadáver desapareció al poco tiempo de ser encontrada sin vida en el cuarto principal. La madre de Francisca solía contarles que fue el mayordomo quien ejecutó el infame acto y que luego huyó sin dejar rastros.

El primer día fue como siempre, tal como lo recordaba. Solo que ahora no estaba la matrona. Al finalizar la tarde, notó la premura de los empleados por abandonar la casona. Era curioso, algunos de ellos también tenían una larga tradición generacional al servicio de los dueños. Cayó en cuenta que el apuro por dejar la casa al caer la tarde era el mismo de sus padres.

La casona dominaba el valle desde la colina más alta y entre los lugareños se rumoreaba que estaba encantada por espíritus o fantasmas. Con seguridad, el aspecto sobrio le daba un aire misterioso que inspiraba los relatos de miedo de la comarca.

Acaecida la noche, Leonardo se encontró solo, cansado por el trajín de la mudanza. Así que entró en la recámara principal con un libro en la mano, dispuesto a echarse en la cama, cuando de pronto, ante sus ojos, apareció de la nada y sin prisa la silueta de una mujer.

—¡Leonardo! —, escuchó paralizado sin poder articular una palabra. —No temas, soy Francisca.

La voz era trémula y casi inaudible.

—¡Ten cuidado en ayudar al mayordomo, él aún está aquí! ¡Ayuda a mi abuela!

El corazón casi le estalló de la impresión. El miedo repentino se disipó en la medida en que comprendió el propósito del fantasma ancestral. Al contrario, de lo que afirman los cuentos de caminos, no sintió el frío, sino una calidez familiar, la misma que emanaba en vida su bisabuela.

Supo que la noche sería larga y llena de sorpresas. Se preguntaba cómo ayudaría a Clementina, y qué podría hacer en contra del mayordomo después de lo que acababa de descubrir.

Escuchó el sollozo de una mujer, mientras Francisca se desvaneció con la repentina oscuridad. La casona quedó en penumbras. Tenía que bajar al sótano para revisar el tablero de los viejos fusibles, más el frío intenso cubrió la habitación.

—¡Leonardo! Ja, ja, ja —. Volvió a escuchar una voz, pero esta vez evidentemente masculina y burlona.

—¿Eres tú el culpable de los miedos y los males en esta casa? —Respondió armándose de valor.

—Si y no.

—¡No entiendo! ¿O eres culpable o no? —, exclamó de inmediato exasperado.

—Soy culpable, pero no del todo. Fracasé en proteger a mi amada Clementina. Por eso ella llora.

—¿De quién debías protegerla?

—Del amo malvado y cruel.

—¡Qué! ¿Del honorable padre de mi tatarabuelo?

—Sí, él nos mató a los dos cuando descubrió que su hijo no era suyo.

Una voz detrás de ellos los interrumpió uniéndose a la charla sobrenatural.

—¡Calla, Leonardo!

—¡Yo!

—¡No tú! ¡Leonardo, el mayordomo traidor!

Entendió uno de los secretos mejor guardado de la familia, y que encubría la trágica historia y la razón real del porqué de la abuela Francisca al designarlo, no como heredero, sino como un mediador o terapista fantasmal para resolver de una vez por todas el drama quedado en el limbo.

Desde entonces, los empleados domésticos, a pesar de las promesas de confidencialidad, siguen contando los extraños fenómenos que observan justo cuando abandonan la casa y el extraño parecido del nuevo amo con la antigua matrona y su empeño por arreglar cosas ocultas.

Fin

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Un cuento original de @janaveda

Imagen de Claudio Bianchi en Pixabay y editado en Canvas

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Muchas gracias por leerme, espero sea de su agrado.



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16 comments
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Desde el título quedé atrapada,una gran historia con el toque justo de miedo y de sorpresa. Saludos

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Hola @roxjavin,

¡Qué bueno que te gustara!

Gracias por pasar y dejar un estimulante comentario.

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Buen relato, y el final está muy bien planteado. Ese giro de resolver los misterios de la casa como mediador terapista fantasmal... tremenda rimbombancia que me hizo sonreír.

😅 Lo disfruté.

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Hola @nanixxx

Sí. Ja, ja, ja. ¿Cuántos fantasmas acudirían a una cita con Leonardo?

Gracias por pasar.

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Estoy segura que muchos, porque la casa es bastante grande. Caben un montón. jajaja

Gracias a usted

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Gracias @la-colmena,

Siempre es un aliciente, sentir el apoyo de la comunidad hispana que ustedes representan.

Saludos.

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Una casa embrujada, personalmente he conocido algunas tal cual el relato.
Muy buena la narrativa y el suspenso que le diste a la trama, encantado de leerte y disfrutar de esta bella pieza literaria.
Gracias por compartir.
Bonita noche.

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Hola @rinconpoetico,

Las casas encantadas son más abundantes de lo que piensa la gente. Aunque, siendo honesto, no he tenido la fortuna o infortunio de conocerlas más allá de la ficción.

Gracias por tus generosas palabras.

Saludos.

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