De niño fui muy ensimismado, quizás algo tímido y, de seguro, bastante callado, según recuerdo. Así que hoy en día me cuesta ver con claridad a ese a quien pudiera considerar como mi mejor amigo de la infancia.

¡Sospecho que este será un post breve!

Sí, recuerdo a un niño del vecindario llamado Rixio que solía visitarme para jugar a las canicas. Mi madre lo consideraba mi amigo, pero en realidad él me vendía las canicas que luego recuperaba en un juego corto. ¡Un negocio redondo! Hasta que llegó el día en que decidí comprar las canicas y no jugar. Allí fue mi primera pelea. ¿Si gané o perdí? No lo recuerdo con exactitud. Pero… sospecho que perdí junto con las canicas en la niebla de mi memoria. Que, por cierto, es muy buena. Esto explica el bloqueo, en este caso particular, una estrategia mental inconsciente de preservación de la autoestima.

Definitivamente, Rixio fue un compañero de juego interesado, no mi mejor amigo.

En el colegio me llevé bien con la mayoría de mis compañeros de estudios. Con ellos compartí una docena de años, pero sin profundizar más allá de lo superficial. Por fortuna, el ambiente de mi colegio era propicio y bien supervisado, inhibiendo los brotes comunes de crueldad infantil, y que hoy llaman acoso escolar. Quizá los más cercanos fueran Santiago y Manuel, a quienes le debo la bondad de recibirme en sus casas, con la venia de sus padres, para almorzar cuando entramos en la etapa de secundaria. Mis padres vivían lejos del colegio y el transporte escolar ya no era viable para llevarme a las clases de la tarde. Así que ellos fueron muy hospitalarios y generosos. Buenos compañeros, amigos, sí; pero sin llegar a ser íntimo.

Santiago y Manuel, buenos amigos, desinteresados, más no podría considerarlos como los mejores, en el sentido de confiarles secretos y otras cosas por el estilo.

¿No sé si cuentan los familiares? Asumiré que sí. En este caso entra mi primo Juan Carlos, un par de años menor que yo, y que era mi vecino cuando me mudé al pueblo de mi familia materna. Con él jugué y reí en incontables ocasiones. Todavía, de vez en cuando, me llama por teléfono para saludarme. Quizá él sea lo más cercano a mi mejor amigo.

Ahora, si me lo preguntan otra vez, para validar si mi primo Juan Carlos fue mi mejor amigo en la infancia, le respondería que, aunque él era el más cercano, no lo fue.

En verdad, mis mejores amigos fueron los libros. Esos que incentivaron mi imaginación y que me acompañan en las estructuras que moldean mi pensamiento y forma de ser. No es uno solo, son legiones que se reacomodan y reconstruyen con el paso de las décadas. Son fieles, no pretenden abusar de mí, al menos que yo lo permita.

Disfruto de su compañía y me alientan a escribir con constancia, aliviando mis penas y dándome sabios consejos. Siguen siendo mis amigos, en las buenas y en las malas, a pesar de que en ocasiones los olvidé por una temporada. Sé que no se molestan conmigo y están prestos a acudir cuando los necesite.

Sí, los libros fueron mis mejores amigos en la infancia, y siguen siéndolos.

Confío en que mis crónicas sean del agrado, registro útil para las generaciones futuras, propias y extrañas, que sientan curiosidad en conocerme cuando ya yo no esté aquí y ahora.

Saludos, que tengan bendecidos días, llenos de salud, alegría y cosas buenas.