The Silverbloggers Chronicles - #10. The Object. [ESP/ENG]

In my grandmother's house, the dining room occupied a very spacious area. The table was large, about eight places, and the place of honor was held by a large, highly polished wooden display case, carved with beautiful arabesques, and with sliding glass doors that allowed easy viewing of the beautiful tableware kept inside.

Of those sets, the most prized one my grandmother had received from her mother, my great-grandmother. It was a double set, enough for twelve people. My grandmother said it had been bought in some store in downtown Caracas for her mother's wedding.

It had probably been made in some European country. In the Caracas of my great-grandmother's time, in the 1930s, it was common to see this type of European objects in stores.

Grandma was very particular about those dishes. They were only used on special occasions, such as when there were visitors, birthdays, grandchildren's first communions, and New Year's celebrations. Grandma didn't let anyone wash the dishes; only she did. And when she was doing that chore, it was strictly forbidden for anyone to walk around the sink area. This way, she prevented any tripping that would cause a plate or cup to fall out of her hands and crash to the floor.

As a child, I loved looking at the dishes. I would stand in front of the display case and think I could hear the countless stories and conversations those plates and cups could have.

The soup plate might have mocked the others by saying it was the most important because every meal began with it, which, by the way, was strictly true. In our family tradition, almost every meal includes some soup as a starter, and then everything else comes afterward.

The larger plates responded that this wasn't true, that they were mistaken. In their defense, they maintained that soup could always offer a limited combination of products; it was always a piece of meat, chicken, or fish in a little water with some vegetables. Meanwhile, the larger plates could include much more. When meals were very special, up to four or five sides were placed, in addition to any stews or steaks that were part of the meal.

The smaller plates and cups, on the other hand, said they were the favorites; they were the ones used the most. Unlike the other tableware items, they didn't require any special food to leave the display case. It was enough to offer coffee or cake to any visitor at any time. Besides, they didn't require any formality, and people almost always ended up laughing with them, especially the children when they ate their large pieces of cake.

I listened to them, or thought I heard them, and laughed. I thought that those seemingly inanimate objects were also capable of remembering their many stories.

When Grandma was a little older, she had an accident and fractured her hip, and as a result, she spent several years bedridden. From that moment on, I don't remember the big gatherings of the past.

Sometimes when I visited her with my children, her great-grandchildren, my aunt would serve us a meal in the old dining room. My grandmother watched us from her room. I looked at the display case and inevitably remembered those big family gatherings from my childhood. I felt blessed to have known those experiences.

When I said goodbye, I thought I heard the members of the tableware celebrating, saying that they had been able to serve a new generation again…

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Español.

En la casa de la abuela el comedor ocupaba un sitio muy espacioso. La mesa era grande, como de ocho puestos, y el lugar de honor lo tenía una gran vitrina de madera, muy pulida, labrada con lindos arabescos, y con puertas de vidrio corredizas que dejaban ver fácilmente las lindas vajillas que guardaba en su interior.

De aquellas vajillas la más preciada la había recibido mi abuela de su madre, mi bisabuela. Era una vajilla doble, suficiente para doce personas. La abuela decía que la habían comprado en alguna tienda del centro de Caracas, con motivo del matrimonio de su madre.

Probablemente había sido fabricada en algún país Europeo. En la Caracas de los tiempos en que se casó mi bisabuela, años treinta del siglo pasado, era común ver en las tiendas ese tipo de objetos procedentes de Europa.

La abuela era muy celosa con aquella vajilla. Solo se usaba en ocasiones especiales, como cuando había visitas, en los cumpleaños, primeras comuniones de los nietos, y en las celebraciones de fin de año. La abuela no dejaba que nadie fregara la vajilla, solo ella lo hacía. Y cuando se dedicaba a esa tarea estaba estrictamente prohibido que nadie caminara por la zona del fregador, de este modo evitaba que cualquier tropiezo hiciera que se fuera de sus manos algún plato o alguna taza y se estrellara en el piso.

De niño me encantaba mirar la vajilla. Me paraba frente a la vitrina y creía escuchar la cantidad de historias y conversaciones que aquellos platos y aquellas tazas podían tener.

El plato de sopa quizá se burlaba de los otros diciendo que él era el más importante porque todas las comidas se iniciaba con él, lo que por cierto era una estricta verdad. En nuestra tradición familiar casi todas las comidas incluyen de entrada alguna sopa, luego viene lo demás.

Los platos más grandes respondían que eso no era así, que estaban equivocados. En su defensa sostenían que la sopa siempre podía ofrecer una combinación limitada de productos, siempre era algún trozo de carne pollo o pescado en un poco de agua con algunas verduras. Mientras que en los platos grandes se podía incluir mucho más cosas. Cuando las comidas eran muy especiales se colocaban hasta cuatro o cinco contornos, además de los guisos o filetes que formaran parte de la comida.

Los platos pequeños y las tazas, por su parte, decían que ellos eran los preferidos, eran los que se usaban más. A diferencia de los otros componentes de la vajilla ellos no necesitaban que hubiese alguna comida especial para salir de la vitrina. Bastaba con que se quisiera obsequiar con café o tortas a cualquier visitante y en cualquier horario. Además, no necesitaban ninguna formalidad y casi siempre la gente terminaba riéndose con ellos, sobre todo los niños cuando comían sus grandes trozos de tortas.

Yo los escuchaba, o creía escucharlos, en eso y me reía. Pensaba que aquellos objetos, aparentemente inanimados también eran capaces de recordar sus muchas historias.

Cuando la abuela estaba un poco mayor tuvo un accidente y se fracturó la cadera, como consecuencia de eso pasó varios años en cama. A partir de ese momento no recuerdo que se hicieran más las grandes reuniones de antes.

Algunas veces cuando la visitaba con mis hijos, sus bisnietos, mi tía nos servía alguna comida en el viejo comedor. Mi abuela nos veía desde su cuarto. Yo miraba la vitrina e irremediablemente recordaba aquellas grandes reuniones familiares de mi infancia. Me sentía dichoso por haber conocido esas experiencias.

Cuando me despedía creía escuchar la celebración de los componentes de la vajilla, diciendo que habían podido servir otra vez a una nueva generación…

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