La magia de los padres - Cuento original

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Había una vez, en un mundo de magia y fantasía, una niña llamada Akari. Akari era una aprendiz de hechicera que vivía con sus padres, Kaito y Miyu, en una pequeña cabaña en el bosque. Sus padres eran magos muy poderosos y bondadosos, que protegían al pueblo de las criaturas malignas que acechaban en las sombras.

Akari amaba a sus padres, pero también sentía curiosidad por el mundo exterior. Quería conocer otros lugares, otras personas, otras formas de magia. Por eso, a menudo se escapaba de la cabaña para explorar el bosque, sin que sus padres se dieran cuenta. Akari sabía que sus padres se preocupaban por ella, pero también pensaba que eran demasiado sobreprotectores y que no la dejaban vivir su propia aventura.

Un día, mientras Akari caminaba por el bosque, se encontró con un extraño personaje. Era un hombre alto y delgado, vestido con una capa negra y un sombrero puntiagudo. Tenía el pelo blanco y los ojos rojos, y una sonrisa maliciosa en su rostro.

  • Hola, pequeña - le dijo el hombre -. ¿Qué haces tan sola por aquí?

  • Estoy explorando el bosque - respondió Akari, sin miedo -. ¿Y tú quién eres?

  • Soy Ryuu, un viajero que viene de lejos - mintió el hombre -. He visto muchos lugares, muchas personas, muchas formas de magia. ¿Te gustaría que te contara algunas historias?

Akari sintió una gran curiosidad por lo que Ryuu podía decirle. Tal vez él podría enseñarle cosas que sus padres nunca le habían contado. Así que aceptó escuchar sus historias, y se sentó junto a él en un claro del bosque.

Ryuu empezó a contarle a Akari historias maravillosas, de reinos lejanos, de dragones y unicornios, de hechizos y encantamientos. Akari se quedó fascinada con sus palabras, y le hizo muchas preguntas. Ryuu le respondió con paciencia, y le dijo que él podía enseñarle más, si ella quería.

  • ¿De verdad? - preguntó Akari, emocionada -. ¿Podrías enseñarme a hacer magia como tú?

  • Claro que sí - dijo Ryuu, con una sonrisa malvada -. Pero para eso, tendrías que venir conmigo. Tendrías que dejar este bosque, y a tus padres.

Akari se quedó pensativa. Por un lado, quería aprender más magia, y ver el mundo con sus propios ojos. Por otro lado, quería a sus padres, y no quería abandonarlos. ¿Qué debía hacer?

  • No te preocupes - le dijo Ryuu, viendo su indecisión -. Tus padres no te echarán de menos. Ellos tienen su propia vida, y no necesitan que tú estés con ellos. Además, ellos no te dejan ser libre, ni hacer lo que quieres. Si vienes conmigo, podrás hacer lo que te plazca, y serás feliz.

Akari se dejó convencer por las palabras de Ryuu. Pensó que él tenía razón, que sus padres no la entendían, y que ella merecía vivir su propia vida. Así que aceptó irse con él, y se levantó para seguirlo.

Pero en ese momento, oyó una voz familiar que la llamaba.

  • ¡Akari! ¡Akari! ¿Dónde estás?

Era la voz de su padre, Kaito, que la había estado buscando por el bosque. Akari se sobresaltó, y se giró hacia la voz.

  • ¡Papá! - exclamó Akari.

  • ¡Akari! ¡Gracias a los dioses que te he encontrado! - dijo Kaito, aliviado, al ver a su hija -. ¿Estás bien? ¿Qué haces aquí?

  • Papá, este es Ryuu - dijo Akari, señalando al hombre -. Él me ha contado muchas historias, y me ha dicho que me puede enseñar más magia. Él dice que puedo irme con él, y ver el mundo.

  • ¿Qué? - dijo Kaito, sorprendido y enfadado -. ¿Irte con él? ¿Dejar a tu familia? ¿Estás loca?

  • No, papá, no estoy loca - dijo Akari, molesta -. Estoy cansada de que me trates como a una niña. Quiero aprender más magia, y ver el mundo. Ryuu me lo puede dar todo.

  • No, Akari, no lo entiendes - dijo Kaito, angustiado -. Ryuu no es quien dice ser. Él es un mago oscuro, un enemigo de nuestra familia. Él quiere engañarte, y llevarte con él para hacerte daño.

  • No, papá, tú eres el que me engaña - dijo Akari, rebelde -. Tú eres el que no me deja ser feliz. Ryuu me quiere, y me respeta. Yo me voy con él.

  • ¡No, Akari, no lo hagas! - gritó Kaito, desesperado -. ¡Te lo suplico, hija mía, no te vayas con él! ¡Te arrepentirás!

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Pero Akari no le hizo caso. Se alejó de su padre, y se acercó a Ryuu, que la tomó de la mano. Ryuu le sonrió a Kaito con burla, y le dijo:

  • Adiós, Kaito. Gracias por tu hija. Ella será muy útil para mis planes.

Y dicho esto, Ryuu y Akari desaparecieron en un destello de luz negra, dejando a Kaito solo y llorando en el bosque.

Ryuu y Akari desaparecieron en un destello de luz negra, dejando a Kaito solo y llorando en el bosque.

Kaito no podía creer lo que acababa de pasar. Había perdido a su hija, su tesoro, su razón de vivir. Se sentía culpable, impotente, desesperado. ¿Cómo había podido dejar que Ryuu se la llevara? ¿Cómo había podido fallarle a su hija?

Pero Kaito no se rindió. A pesar del dolor, del miedo, de la angustia, Kaito se levantó y se secó las lágrimas. Recordó el amor que sentía por su hija, y el amor que ella le había demostrado tantas veces. Recordó las risas, los abrazos, los juegos, los momentos felices que habían compartido. Recordó la promesa que le había hecho a su esposa, Miyu, antes de que ella muriera: proteger a Akari, cuidarla, hacerla feliz.

Kaito se juró a sí mismo que no dejaría que Ryuu le arrebatara a su hija. Que haría lo que fuera para recuperarla, para salvarla, para abrazarla. Que no descansaría hasta volver a verla.

Kaito era un mago muy poderoso y bondadoso, que protegía al pueblo de las criaturas malignas que acechaban en las sombras. Pero también era un padre muy valiente y determinado, que lucharía contra cualquier enemigo por su hija.

Kaito se puso en marcha, siguiendo el rastro de magia negra que Ryuu había dejado. No sabía dónde se la había llevado, ni qué planes tenía para ella. Pero sabía que tenía que encontrarla, y que tenía que hacerlo rápido.

Mientras tanto, Ryuu y Akari llegaron a un castillo oscuro y tenebroso, rodeado de un muro de espinas. Era el refugio de Ryuu, donde guardaba sus secretos, sus tesoros, y sus prisioneros.

  • Bienvenida, Akari - dijo Ryuu, entrando al castillo -. Este es tu nuevo hogar. Aquí podrás aprender más magia, y ver el mundo.

  • Gracias, Ryuu - dijo Akari, siguiéndolo -. Estoy muy emocionada.

Pero en el fondo, Akari sentía una extraña sensación. Una mezcla de miedo, de duda, de arrepentimiento. ¿Había hecho bien en dejar a su padre? ¿Había hecho bien en confiar en Ryuu? ¿Qué pasaría ahora?

Ryuu la llevó a una habitación lujosa y amplia, con una cama grande, un armario lleno de ropa, y una ventana con vistas al bosque.

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  • Esta es tu habitación - dijo Ryuu, mostrándosela -. Aquí podrás descansar, y prepararte para tus lecciones. Te traeré comida, y todo lo que necesites. Solo hay una condición: no salgas de esta habitación, ni intentes escapar. Si lo haces, te arrepentirás.

  • ¿Por qué? - preguntó Akari, confundida -. ¿Qué hay fuera de esta habitación?

  • Nada que te interese - dijo Ryuu, evasivo -. Solo peligros, y secretos. Confía en mí, Akari. Yo sé lo que es mejor para ti.

  • Está bien - dijo Akari, sin convicción -. Confío en ti, Ryuu.

  • Muy bien - dijo Ryuu, satisfecho -. Ahora, te dejaré sola. Mañana empezaremos tus lecciones. Hasta entonces, diviértete.

Y dicho esto, Ryuu salió de la habitación, y cerró la puerta con llave. Akari se quedó sola, y se sentó en la cama. Miró a su alrededor, y vio que la habitación estaba llena de libros, de juguetes, de objetos mágicos. Parecía un sueño hecho realidad. Pero Akari no se sentía feliz. Se sentía atrapada, engañada, abandonada.

Akari se acercó a la ventana, y miró al bosque. Pensó en su padre, y en lo que estaría haciendo. ¿Estaría bien? ¿La estaría buscando? ¿La perdonaría? Akari se arrepintió de haberse ido con Ryuu, y de haberle dicho esas cosas a su padre. Se dio cuenta de que su padre la quería, y de que solo quería protegerla. Se dio cuenta de que ella también lo quería, y de que lo echaba de menos.

Akari se puso a llorar, y se abrazó a sí misma. Quería volver a ver a su padre, quería pedirle perdón, quería decirle que lo amaba. Pero no sabía cómo hacerlo. Estaba encerrada en una habitación, con un mago oscuro, en un castillo maldito.

¿Qué podía hacer?

Kaito siguió el rastro de magia negra que Ryuu había dejado, hasta llegar al castillo oscuro y tenebroso, rodeado de un muro de espinas. Era el refugio de Ryuu, donde guardaba sus secretos, sus tesoros, y sus prisioneros.

  • Ahí está - dijo Kaito, viendo el castillo -. Ahí tiene que estar mi hija.

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Kaito se acercó al muro de espinas, dispuesto a atravesarlo. Pero en ese momento, oyó una voz que lo detuvo.

  • Alto, Kaito - dijo la voz -. No te acerques más.

Kaito reconoció la voz. Era la voz de Ryuu, que salió de la sombra del castillo. Ryuu lo miró con desprecio, y le dijo:

  • ¿Qué haces aquí, Kaito? ¿Has venido a buscar a tu hija?

  • Sí, Ryuu - dijo Kaito, firme -. He venido a buscar a mi hija, y a llevármela de aquí. Devuélvemela, ahora.

  • No, Kaito - dijo Ryuu, burlón -. No te devolveré a tu hija. Ella es mía, ahora. Ella me ha elegido a mí, y no a ti. Ella quiere estar conmigo, y no contigo.

  • No, Ryuu - dijo Kaito, indignado -. No me mientas. Tú la has engañado, y la has secuestrado. Tú no la quieres, tú solo la quieres usar. Tú no sabes lo que es el amor.

  • ¿Ah, no? - dijo Ryuu, irónico -. ¿Y tú sí? ¿Tú sabes lo que es el amor? ¿Tú crees que la amas? ¿Tú crees que ella te ama?

  • Sí, Ryuu - dijo Kaito, seguro -. Sí lo sé. Sí la amo. Sí me ama.

  • Pues demuéstralo - dijo Ryuu, desafiante -. Si quieres recuperar a tu hija, tendrás que pasar una prueba. Una prueba de amor.

  • ¿Qué prueba? - preguntó Kaito, receloso.

  • Una prueba muy simple - dijo Ryuu, sonriendo maliciosamente -. Tendrás que atravesar el muro de espinas, y llegar al castillo. Pero hay un truco: el muro de espinas está encantado. Cada vez que lo toques, te hará daño. Y cada vez que te haga daño, le hará daño a tu hija. Así que tendrás que elegir: ¿sacrificar tu vida, o sacrificar la de tu hija?

  • ¿Qué? - dijo Kaito, horrorizado -. ¿Qué clase de prueba es esa? ¿Qué clase de monstruo eres?

  • Un monstruo que te odia, Kaito - dijo Ryuu, riendo -. Un monstruo que quiere verte sufrir, y que quiere que tu hija sufra. Un monstruo que quiere que fracases, y que pierdas a tu hija para siempre.

  • No, Ryuu - dijo Kaito, valiente -. No me asustas, ni me detienes. Acepto tu prueba, y la superaré. Porque mi amor por mi hija es más fuerte que tu odio. Porque mi amor por mi hija es más fuerte que tu magia.

  • Pues adelante, Kaito - dijo Ryuu, incrédulo -. Adelante, y muere. Muere, y haz que tu hija muera contigo.

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Y dicho esto, Ryuu se retiró al castillo, y cerró la puerta. Kaito se quedó solo, frente al muro de espinas. Sabía que era una trampa, que Ryuu quería que él y su hija murieran. Pero también sabía que no podía rendirse, que tenía que intentarlo. Porque amaba a su hija, y porque confiaba en que ella también lo amaba.

Kaito respiró hondo, y se armó de valor. Extendió su mano, y tocó el muro de espinas. Al instante, sintió un dolor agudo, como si mil agujas se clavaran en su piel. Gritó, y retiró su mano. Vio que estaba sangrando, y que el muro de espinas se teñía de rojo.

Pero no solo él sangraba. En la habitación del castillo, Akari también sintió un dolor agudo, como si mil agujas se clavaran en su piel. Gritó, y se miró la mano. Vio que estaba sangrando, y que la cama se teñía de rojo.

  • ¿Qué pasa? - se preguntó Akari, asustada -. ¿Qué me está pasando?

Akari se levantó, y se acercó a la puerta. Intentó abrirla, pero estaba cerrada con llave. Golpeó la puerta, y gritó:

  • ¡Ryuu! ¡Ryuu! ¡Ábreme! ¡Socorro!

Pero nadie le respondió. Nadie la oyó. Nadie la ayudó.

Akari se sintió sola, y desesperada. Se dio cuenta de que Ryuu le había mentido, y de que no le importaba. Se dio cuenta de que Ryuu era un mago oscuro, un enemigo de su familia. Se dio cuenta de que Ryuu quería que ella muriera.

Pero no solo ella moriría. En el bosque, Kaito también sintió el dolor de su hija, y supo que ella también sangraba. Supo que Ryuu había conectado sus vidas, y que si él moría, ella moriría. Supo que Ryuu quería que ellos murieran.

Pero no iba a dejar que eso pasara. Kaito se llenó de coraje, y de amor. Volvió a extender su mano, y volvió a tocar el muro de espinas. Volvió a sentir el dolor, y volvió a sangrar. Pero no se detuvo. Siguió avanzando, atravesando el muro de espinas, sin importarle el sufrimiento.

Porque sabía que su hija lo necesitaba. Porque sabía que su hija lo esperaba. Porque sabía que su hija lo amaba.

Akari volvió a sentir el dolor, y volvió a sangrar. Pero también sintió algo más. Sintió el amor de su padre, y su voluntad de salvarla. Sintió que su padre estaba cerca, y que no se rendía. Sintió que su padre la necesitaba. Sintió que su padre la esperaba. Sintió que su padre la amaba.

Akari se llenó de esperanza, y de amor. Se acercó a la ventana, y miró al bosque. Vio a su padre, que se abría paso entre el muro de espinas, sin importarle el dolor. Vio a su padre, que la buscaba, y que no se daba por vencido. Vio a su padre, que la quería, y que la protegía.

Akari se arrepintió de haberse ido con Ryuu, y de haberle hecho daño a su padre. Quiso pedirle perdón, y decirle que lo amaba. Quiso volver a verlo, y abrazarlo. Quiso salir de esa habitación, y ayudarlo.

Pero no podía. Estaba encerrada, y herida. No podía hacer nada. Solo podía esperar.

Y esperó.

Kaito llegó al final del muro de espinas, y vio el castillo. Estaba casi sin fuerzas, y casi sin sangre. Pero no se rindió. Se acercó a la puerta del castillo, y la empujó. Estaba cerrada, y tenía un hechizo. Pero no se detuvo. Usó su magia, y la rompió. Entró al castillo, y lo recorrió. Buscó a su hija, y la encontró.

La encontró en la habitación lujosa y amplia, con la cama grande, el armario lleno de ropa, y la ventana con vistas al bosque. La encontró en la cama, pálida y débil, pero viva. La encontró en la ventana, mirando al bosque, pero sonriendo.

  • ¡Akari! - exclamó Kaito, al verla -. ¡Akari, hija mía!

  • ¡Papá! - exclamó Akari, al verlo -. ¡Papá, papá!

Kaito corrió hacia la cama, y abrazó a su hija. Akari se abrazó a su padre, y lloró. Los dos se miraron, y se sonrieron. Los dos se pidieron perdón, y se dijeron que se amaban. Los dos se sintieron felices, y aliviados.

  • Te he encontrado, Akari - dijo Kaito, acariciándole el pelo -. Te he encontrado, y te he salvado.

  • No, papá - dijo Akari, besándole la mejilla -. Tú me has encontrado, y yo te he salvado.

  • ¿Cómo? - preguntó Kaito, confundido.

  • Porque tu amor me ha dado fuerzas, papá - dijo Akari, mirándole a los ojos -. Porque tu amor me ha dado esperanza. Porque tu amor me ha dado vida.

  • Y el tuyo a mí, Akari - dijo Kaito, abrazándola más fuerte -. Y el tuyo a mí.

Los dos se quedaron así, abrazados, y felices. Se olvidaron del dolor, y del miedo. Se olvidaron de Ryuu, y de su magia. Solo se acordaron de su amor, y de su familia.

Y ese fue el final de su prueba. Una prueba de amor, que habían superado. Una prueba de amor, que habían ganado.


Todas las imagenes de este cuento fueron realizadas en la inteligencia artificial de Copilot y algunas fueron modificadas con Canva.com en su version pro para utilizar el borrador magico



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