“Me gusta tu brillo”
Le dijo el corazón de oro a la lágrima de fantasía.
Al escuchar aquello mis grandes orejas se enervaron.
Había escuchado el sonido que hace el oro al caer sobre las baldosas de terracota de la casa en la que mi familia había vivido por generaciones. Era un sonido de campanas pequeñas, un “ding” completamente reconocible que casi siempre venía seguido de un agitar de telas que denunciaban la presencia de los gigantes.
Pero esta vez no sucedió así. Era, ciertamente el sonido de una pieza de oro, pero con un matiz más complejo, profundo, con un vibrato especial, muy sugestivo. A continuación escuché una respuesta. Esta voz era diferente, metálica también, pero suave y algo rugosa, como el sonido de las cuerdas de una guitarra cuando están flojas y están raspando con algo.
“Gracias…”
Dijo la lágrima de fantasía, con su voz fina, rugosa e insegura. La entonación quedo suspendida, mientras buscaba, como hacen los tímidos, la manera de mantener una conversación decente.
“Pero no es nada comparable con tu propio brillo” dijo al fin.
Si algo sabemos bien, los de mi especie, es escuchar. Escuchamos sonidos que muchos no pueden oír, no solo por nuestras capacidades auditivas, superiores a la de muchos linajes, sino porque, con ciertas complicadas excepciones, siempre pasamos inadvertidos. Estamos allí donde nadie sospecha, con nuestros grandes ojos abiertos y nuestra potente nariz diferenciando miles de olores y nuestras grandes orejas.
Yo estaba entrado al inmenso lugar donde la gigante de la casa guardaba sus telas cuando escuché la incipiente conversación entre el corazón de oro y la lágrima de fantasía. Había allí un perfume estupendo que convertía aquel lugar en un jardín de flores aromáticas, por ese motivo yo visitaba el lugar con frecuencia.
Al escuchar la conversación Mi olfato y mi oído, juntos como si fueran un mismo órgano, me llevaron hasta debajo de una larga blusa rosada desde donde, precisamente en el bolsillo izquierdo, emanaban las voces.
Conversaban como los que han visto antes, pero que no han tenido la oportunidad de intercambiar palabras. Sin lugar a dudas aquella era una primera conversación. Yo, por mi parte, no podía verlos, pero sus voces me daban una idea del material del que estaban hechos. El corazón, de oro. Ya lo he dicho. La lágrima, de un delgadísimo latón.
Tiempo después, exactamente un mes después, pude saciar mi curiosidad y mirarlos, juntos, cuando, después de haberlos encontrado en el bolsillo de la blusa rosada, la gigante de la casa los colocó juntos sobre una repisa a la altura de su cama. Yo la había escuchado gritar de alegría…
Yo sabía que desde hacía semanas ella revisaba toda la casa, levantando objetos, buscando dentro de cajas y cofres, revisando, insistentemente, en busca del corazón de oro que un día recibió de regalo y que usaba con mucha frecuencia.
La escuchaba lamentarse y comentarlo al otro gigante de la casa.
“He perdido el corazón de oro, recuerdo que lo guardé en algún lugar, pero no recuerdo donde.” Repetía. Hablaba, continuamente, consigo misma, lamentando haber perdido algo tan precioso.
Debo decir, porque viene al caso, que los ratones conocemos el lenguaje humano. Es un lenguaje hecho de sonidos simples, fácil de decodificar. Aun los humanos no han aprendido a usar técnicas más eficientes de comunicación, como nosotros, que podemos comunicarnos con ultasonidos y utilizando conjuntamente otras técnicas, como las odoríferas.
Un día, la gigante tuvo una imagen reveladora. Mirándose al espejo recordó algo.
“La última vez que vi el corazón de oro fue el día que compré en un bazar chino, aquel barato par de zarcillos en forma de lágrimas. “ Dijo ella en voz baja pero audible.
Yo, debajo de la cama, la escuché. El gigante, su esposo, la escucho también y respondió:
“Recuerdas si ese día te miraste al espejo con tu lágrima de fantasía?”
“Sí. Me encantó su brillo! No era de un metal precioso pero brillaba de una manera fantástica! Me probé, aquí, solo uno de los dos sarcillos.
Al decir esto la mujer la mujer giró su cuerpo y abrió rápidamente la gaveta donde guardaba su tesoro. En otras ocasiones yo he visto el interior de esa gaveta. También a las ratonas nos gustan las joyas.
“Uno de los pendientes está solo en la caja, entre la joyería de fantasía.”
“Allí lo tienes! Los guardaste juntos. Con seguridad aparecerán pronto, cariño.” Le había dicho el hombre acercándose a ella y depositando un beso en su mejilla.
Yo, debajo de la cama, escuchaba la conversación, embelesada. Los ratones somos muy curiosos, pero también somos discretos y respetuosos. A mí particularmente, me gustan las historias de amor y disfrutaba, en esa casa, de la tranquila historia de amor, hecha día a día, en base a los pequeños gestos y en las palabras de los gigantes de la casa. Les tenía aprecio a aquellos dos seres. Los miraba cuidarse mutuamente, entrar y salir continuamente. Se procuraban, trabajosamente, las complicadas vidas que vivían.
Como me hubiera gustado poder hablarles! Decirle a ella, particularmente, que su corazón de oro que, había atesorado por tanto tiempo y su hermosa lágrima de fantasía estaban juntos, conversando y conociéndose, dentro del bolsillo izquierdo de la camisa rosa que colgaba en el lugar donde ella guardaba su ropa.
Pero los ratones no tenemos permitido intervenir en los asuntos de los gigantes. Es riesgoso. Por una parte, los humanos en su gran mayoría no saben guardar secretos. Si habláramos con ellos pondríamos en riesgo la información que nos ha permitido a los ratones sobrevivir durante millones de años.
Por otra parte, desde que escuché la primera conversación entre el corazón de oro y la lágrima de fantasía, yo había aumentado mis visitas al lugar de las telas. Me gustaba escucharlos conversar. Había notado como se habían hecho buenos amigos. Me enteré que la lágrima de fantasía superó su sentimiento de inferioridad frente al corazón de oro. Había constatado la nobleza del corazón para apoyarla, repitiéndole continuamente que él amaba su manera de brillar. Por su parte la lágrima había dejado salir un sentido del humor muy fino. Cada vez que el corazón decía las gentiles palabras ella reía con su voz rasposa.
“Eso no es gracia, los corazones no pueden escoger entre amar o no. Están hechos para eso.”
Yo imaginaba que él la miraba largamente, sin poderse explicar por qué le gustaba tanto mirarse reflejado en su reluciente superficie. Las ratonas somos muy románticas.
Lo cierto es que después de un mes la gigante quiso vestir nuevamente la camisa rosada. Ese fue el momento cuando escuchamos el grito de alegría.
“Los encontré, los encontré”
Repetía.
Yo correteé por las paredes y llegué, emocionada, debajo de la cama. El gigante también llegó apresurado. Ella, con una gran sonrisa le enseñó su mano. Allí, uno junto al otro, estaban el corazón de oro y la lágrima de fantasía. La mujer levantó, con la otra mano, el corazón de oro, abrió la gaveta de su tesoro e hizo el gesto de colocarlo entre las prendas del mismo metal.
Entonces se detuvo. Movió la cabeza un poco hacia su izquierda como hacen las personas cuando tienen una intuición. Sacó de la gaveta un pequeño recipiente de cristal. Lo colocó sobre la repisa al lado de su cama y adentro colocó, juntos, al corazón de oro y a la lágrima de fantasía. Los miró largamente. Parecía haber entendido algo. Yo abajo, asombrada, la miraba a ella.
Más tarde, cuando fue seguro, subí a la repisa. Encontré a los amigos, conversando. Contemplé la belleza de aquella lágrima de fantasía. Vi mi silueta reflejada en su superficie. Me perdí en ese espejo y no pude notar la presencia de la gigante, que había regresado.
Cuando levanté la vista la vi allí, inmensa. Un impulso de muerte me recorrió el lomo. Quedé paralizada. Entonces noté su mirada. Sus ojos sonreían. Se veía quieta y serena. Supe que ella comprendía que a los seres pequeños nos asustan los gestos bruscos…
“No temas. Te he visto muchas veces debajo de mi cama. Sé que me entiendes” Dijo, sin quitar la sonrisa de sus ojos.
Yo me contagie de su sonrisa e impulsivamente comencé a emitir mis sonidos agudos y a rechinar mis dientes. Esa es nuestra forma de sonreír. Allí comenzó la historia entre la gigante y yo en la casa de los pisos de terracota.