Cuando el “jabonero/bombardero”, @felixmarranz, me invitó para esta iniciativa, me causó gracia el tema, pero debo ser sincero, no era algo que me llamara la atención. Tal vez porque cuando se habla de juegos de infancia, se relacionan con grupos o equipos y yo vengo de otro planeta, soy un solitario de nacimiento. Pensé que nadie podía entender que en mi infancia no jugaba con otros niños, incluyendo mis hermanos, y hablar de eso ya me da pereza.

Pero la invitación no solo quedó allí. Algo pasó. Nunca imaginé que sería transportado a una dimensión que solo mi yo niño podía haber soñado. Ese carajito estaba escondido desde hace rato.

Estaba editando un video con la concentración habitual, una taza de café y mis auriculares Redragon. De pronto, la pantalla de la laptop parpadeó. Las imágenes del proyecto en curso se desvanecieron, y en su lugar apareció un mensaje flotando en un fondo negro.
“Recuerda tu primer juego. Construye o se desarmará tu realidad.”

Con la boca abierta, como cuando veo la abogada más linda del planeta, una luz azul me hizo cerrar los ojos. Cuando volví a abrirlos, me encontraba en un mundo hecho de bloques, con colores brillantes y formas conocidas. Reconocí de inmediato aquel universo: eran mis viejos bloques LEGO. Habían cobrado vida

Las construcciones iban y venían en esa plataforma digital. Todo parecía tambalearse en ese mundo de imaginación, estructura y hasta nostalgia. Al fondo, surcando el aire como un destello, un carrito de Hot Wheels cruzó el cielo digital dejando una estela de neón. ¡Qué vaina más maravillosa!

Todo parecía un tributo a mi infancia, pero con una advertencia: si no volvía a crear como antes, sin reglas, sin algoritmos, todo ese universo colapsaría. Aquel mundo estaba gobernado por una criatura bizarra, compuesta de código binario, filtros y fragmentos hexadecimales. Se trataba del Editor Supremo, un ser que había tomado control del algoritmo de la imaginación.

Era evidente que el equilibrio entre jugar, crear y vivir se había perdido. Durante años había cambiado los LEGOS por bloques de texto, los “Ruedas Calientes” por herramientas de edición, y los dibujos por capas de imágenes de Photoshop o Canva. Sin embargo, en lo profundo de mi memoria, aún palpitaba el niño que construía casas imposibles, naves espaciales asombrosas y garabateaba historias en papel.

Para colmo, una explosión de color inundó aquel mundo. Los bloques comenzaron a flotar nuevamente, las líneas de código se deshicieron, y una especie de render eterno dio forma a un espacio nuevo, hecho de recuerdos, creatividad y humor. Todo volvió a integrarse. ¡Qué hermoso!

Sin darme cuenta, ya estaba de regreso al escritorio de la laptop. Allí vi algo. Una carpeta que no recordaba haber creado, con el nombre: Bloques de la Imaginación.

Desde aquel día, algo cambió. Las capas de las ediciones parecían ordenarse solas, y a veces, mientras ajustaba el brillo o el contraste de una imagen, una chispa pasaba por la esquina de la pantalla... como el reflejo fugaz de un carrito volador.

Gracias por despertar a mi yo niño.