Los tragos amargos son el pan de cada día. Algunos resaltados, otros que apenas se hacen notar. Son parte de los desafíos de la vida y que, en mi opinión, son esos peldaños que forman nuestro carácter y nos suman experiencia.

Yo te puedo hablar de muchas situaciones tipo trago amargo. Vamos a ver cuántas te presento.

Echemos el carrete para atrás y vayamos a mi década de los 20.

Enrique, mi hermano fallecido y yo veníamos en mi flamante, querido y recordado Ford Maverick (el fantasma) por la avenida Ciudad Universitaria. Esa que inicia en la plaza Tres Gracias y culmina en la Basílica de San Pedro Apóstol, Caracas.

Justo cuando íbamos a cruzar la calle Codazzi, tuve que frenar para dar paso a otro vehículo. En ese momento se sintió el mamonazo. Me chocaron por la parte trasera de mi vehículo.

Enrique, que era un monstruo por su tamaño, me preguntó si estaba bien y yo le dije que sí, que solo la cabeza se había movido como martillo de una campana.

Se bajó de inmediato y fue a la parte trasera del carro. Segundos después, salgo yo. Enrique iba como un dragón capaz de acabar con todo. Yo, un poco más suave, pero sí iba con la intención de comerme al chofer que me chocó. Pero algo sucedió, vimos algo inesperado.

Mi carro estaba intacto, no le pasó absolutamente nada. Pero el del hombre, esa cosa que era un Ford Del Rey, era un acordeón. Enrique y yo nos vimos las caras y sonreímos, pero tratamos de disimular porque la cara del hombre era una tragedia por lo apenado, por su descuido y por la forma en que quedó su vehículo. Yo me llevaba la mano al cuello. El impacto se sintió en el cuello, pero muchacho al fin, me creí súper poderoso y viendo cómo quedó el Del Rey, controlé mi furia y más la de Enrique y le dijimos al tipo que arreglara su carro que yo me iba.

En ese momento el Hulk que vive en mí no salió porque el otro señor sufrió. Pero yo no tomé en cuenta que el efecto latigazo que ocasionó el choque era algo para ir al médico. Por ello, el hombre pudo ir detenido y yo hubiese recibido atención médica pagada por él y no sufriera de mi cervical hoy en día.

Fue un momento en que tuve un comportamiento en que fomente la paz. Pero me salió caro al pasar el tiempo.

En esos días estaba de amores con Magaly. Ya llevábamos tres años juntos y la habíamos pasado requeté bien. Pero como todo en la vida, el amor tiene vencimiento. La relación se fue enfriando, yo bajé la cantidad de visitas y salidas y una noche fui a su casa con la intención de hablar sobre el asunto para tratar de remediarlo. Todos nos querían, veían en nosotros una pareja linda y cónchale estropear, eso no era bueno.

Recuerdo que nos sentamos en un sofá inmenso y le dije: tenemos que hablar seriamente. Ella respondió que pensaba en lo mismo. Entonces, como buen caballero sin espada, le dije que hablara primero. Ella manifestó que quería terminar. Yo creo que ella no había pronunciado la última R de terminar cuando le respondí con una sensación de alivio que sí, que estaba de acuerdo y sentí que mi cara era de felicidad, dibujada con sonrisa y ojos brillantes.

Ella quedó en shock. Esa cara más nunca se me olvidó y hoy en día me río de ello. Ella se levantó con un inmenso signo de interrogación encima de su cabeza. Yo hice lo mio y le dije: "Bueno, ya no hay más nada que hablar, me retiro". Ella expresó: "pero yo esperaba una reacción de rabia de tu parte, un rayo de disgusto y pereciera que te he dado la noticia más feliz de tu vida".

Fue un momento en que tuve un comportamiento en que fomente la paz.

Soy un hombre pacífico, no me gustan las contiendas y por ello todas las mañanas me unto aceite para que todo me resbale. Pero hay días en que las cosas son imposibles de controlar.

Maritza era una maracuchita que había conocido por Facebook. Ella me decía caraqueñito, ¡tan bella! Nos hicimos amigos, conversábamos, la pasábamos bien. Nos gustábamos, pero era algo virtual, yo estaba claro en eso y ella también. Nuestra relación duró años, la relación era espectacular. Ninguno de los dos quiso echarla a perder, y nadie se fue a buscar al otro. Siempre detrás de una pantalla. Supimos mostrar nuestras almas y eso era maravilloso.

Ella conoció a un argentino, de la misma forma como me conoció: a través de Facebook. El tipo le gustaba a ella y él le correspondía. El tipo era un policía o un militar, no recuerdo bien. Un día Maritza publicó algo en su cuenta y yo no la pelé. Le comenté con mi típico cariño que hago con mis amigas. Ella y yo nos tratábamos con tanto cariño que había personas que juraban que teníamos algo muy serio. Nuestro trato mutuo era como un causal de divorcio, pero eso yo lo disfrutaba.

Bueno, resulta que mi respuesta no le gustó al che. El hombre, en vez de comportarse y conversar, se fue de bruces y me dijo tripas verdes. Yo, evitando, me contuve. Pero esto hizo hervir la sangre del señor y subió su ofensa. No pude aguantar más. Hulk apareció y le respondí hasta del mal que iba a morir. Le dije que le saldría caro con su hija, hermana, madre y familia en general, que ocultarse detrás de una pantalla no le iba a ayudar.

El tipo logró lo que quería: molestarme. Caí en su juego.

Como me movía muy bien en las redes sociales y conocía todo sobre informática forense y las comunicaciones porque eso era mi trabajo. Ubiqué el sitio en que estaban sus dispositivos, descubrí a todos sus amigos y familiares y uno a uno les fui lanzando bombas virtuales. Fue como el operativo Beeper, pero más rudimentario y no letal. La cosa fue tan destructiva que el che se hizo en los pantalones al ver que no podía defenderse y verme hasta en sus sueños, se lo dijo a Maritza. Ella me reclamó, yo le eché el cuento real, no había hecho nada que él no provocara, que se había metido con el tipo equivocado. Pero ella estaba tan enamorada que me pidió que le pidiera perdón a él.

Puede decirle que estaba loca, puede habérmela comido, pero la quería y no la podía lastimar. Lo que hice fue eliminarla de mis contactos. Con el tiempo me enteré de que mandó para la porra al mamarracho. Bien por ella. Alejarme de ella, me dolió.

Recientemente, la vi, pero preferí no contactarla. La magia se había perdido y había dejado una cicatriz imborrable. Pero como sea con ella, fue un momento en que tuve un comportamiento en que fomenté la paz. El otro necio todavía debe estar llorando.

Por cierto, esa técnica que le hice a ese tipo me funcionó con otros equivocados y equivocadas. A veces debemos estar claros de que no sabemos con quién nos metemos y que las pantallas no nos esconden. Todos somos ubicables. Lo dice el sabio protocolo IP.

Soy amante de la paz y el amor, es casi imposible hacerme estallar, con el tiempo he minimizado al señor de las furias, pero a veces es necesario invocarlo y dejarlo actuar, pero con la correa sujetada.

Me gustó echar este cuento, lo tenía por allí guardado queriendo salir.