La lógica de los sueños

Se han vuelto a echar las anclas de tu mente. Tus ojos no tienen el halo blanco de los últimos días, tu piel se va alisando poco a poco, hasta que me habla un hombre de cabellos negros y un bigotico fino sobre un labio de zorro. Con esa misma sonrisa que abuela tanto odiaba y yo mataría por ver de nuevo.

Haces una gran maleta azul que lleva siglos guardada en el armario, y me dices que te vas, como si no fuera obvio. Una medalla que nunca he visto se enreda en tu pecho y te ríes de mis lágrimas.

Un tranvía rojo, nada menos, se detuvo frente a casa el día que te moriste. Yo lo vi, tú sabes que lo vi. Tú lo viste, yo sé que lo viste. Al despertar creí que estaba loca porque un tranvía rojo pasó en mis sueños a buscarte. Entonces salí y vi que, en efecto, te estabas yendo.

Y yo quise ir contigo, pero ellos también saben que esa tarde te vi irte (en un tranvía rojo, pero eso es entre nosotros y la Muerte). Me pregunto si a mí también vendrán a buscarme en un tranvía. Ya sé que me tardo porque no me toca, sé que no me toca, aunque a veces… a veces quisiera. Y tengo miedo de querer algo así.

A veces vuelvo a dormir y de nuevo tengo doce años. De nuevo soy incapaz de ayudarte. De nuevo me miras de esa forma, como quien se despide. De nuevo tengo que llorar por ti.

Cuando le conté a abuela lo que había soñado, me confesó que abuelo sí llevaba una cadena de plata con una medalla de la virgen, pero la vendió mucho antes de yo nacer. No hay una sola foto suya que muestre la cadena. No sé de dónde saqué algo así. Por eso este sueño va a quedar siempre en mi memoria como una premonición.