REMEDIOS PARA EL ALMA (28)
Recuerda:
"Cuántas veces me alertaron que dejara de echarles las culpas a todos y a todo lo que me rodea, de lo que me sucedía, y yo, sordo, no escuchaba lo que decían y ni por un segundo reflexionaba lo que hacía.
Solo pechaba para adelante como un caballo percherón con los antifaces puestos para que no se distrajera, autómata. Fue por esos años que me llegó este cuento y me puso a reflexionar, generando el ferviente deseo de querer estudiar, aprender un poco más del asunto.
Jacob, era clásico, o mejor dicho, alguien simple. Se levantaba casi siempre apresurado con la idea de que se le haría tarde, y todo sucedía corriendo. Se higienizaba, desayunaba algo y salía todo presuroso para alcanzar el metro tranvía que lo depositaría cerca de su trabajo.
Esa mañana, subió y de casualidad encontró un asiento desocupado, y justo enfrente había una dama muy bien agraciada. Sus miradas se chocaron y ella esbozó una sonrisa tenue, pero que a él, lo inundó de satisfacción.
Detrás de ella, parado, se dejaba ver un joven con su carita risueña que tenía mal acomodado el moño. Automáticamente, al ver que no le quitaba la vista de encima, bajó la suya y, como un acto reflejo, tocó su moño para asegurarse de que el suyo sí estuviera en su lugar.
Minutos después de esa incómoda situación, la joven dama, se puso de pie, hizo sonar la campanilla y descendió.
Él, de alguna manera, sabía que conocía a ese muchacho, pero, como mil veces nos suele pasar, no sabía de dónde.
Su día continuó normal, su trabajo en sí, era rutinario y él ya estaba de por demás adaptado. Las horas pasarían, ya de regreso a casa, decidió que era hora de un buen corte de pelo, así que cambió la rutina y se dirigió a la barbería.
Aunque no lo podía creer, mientras, sentado, le estaban colocando la capa para humedecerle el pelo y rebajárselo, levantó la vista y por una ráfaga de segundos, le pareció haber visto al joven de la mañana, ahora con cara de despreocupado.
Bajó la vista y como seguía sin ubicar de dónde lo conocía, decidió mirar para otro lado y pensar en otra cosa, como escuchar a su barbero. Después de regresar con un pequeño dolor de cabeza, cenó algo liviano y se fue a dormir.
Al día siguiente, con mejor humor pero apurado como de costumbre, se cepilló los dientes y cuando levantó la vista, ahí estaba el joven del metro tranvía, el de la barbería no era otro que él mismo!!!
Todo el tiempo, un espejo le había devuelto su propia imagen.
¿En verdad, nos conocemos? ¿y si no es, tan bien como creemos?, ¿cómo podremos ayudarnos sinceramente y amarnos a nosotros mismos? que somos, el motor de toda nuestra existencia.
¿Cómo podremos mirar al otro a la cara y decirle con total certeza que lo amamos y saber que no es más que otro simple deseo de posesión, o un capricho? Creo que llegó la hora de desandarnos, de conocernos por dentro, para en realidad comprender quiénes en verdad, somos por fuera...