REMEDIOS PARA EL ALMA (26)

Recuerda:

"Aparte de la fuerza de voluntad de hierro que debemos tener para transitar esta vida con éxito, necesitaremos ser sumamente inteligentes, ya que los seres humanos somos impredecibles.

Hoy somos mejores amigos o familia, y mañana... ¡Vemos! Así que espero que este cuento sirva para despejar dudas de lo que iremos encontrando en el día a día.

Solo busca mantenernos despiertos y, por sobre todo, atentos a lo que pueda venir. Cuenta la historia que en una población muy laboriosa se hallaba un joven muy agraciado, carismático y por demás dulce y trabajador.

La joven princesa, hija del Rey reinante, se enamoró perdidamente del muchachito, aunque las diferencias sociales eran de por demás elocuentes. Ambos parecían caminar por encima de las nubes, totalmente distraídos, enajenados del qué dirán en otro mundo, y solo su felicidad era plena cuando, a escondidas, lograban juntarse, verse, hablarse, sentirse, besarse.

Pero como todas las historias felices, esta también poseía su villano, quien pretendía a la joven y adulaba al rey, ya que era un oscuro caballero de la corte, con pensamientos retorcidos.

Cuando se enteró del romance, armó todo un cuento, donde el joven terminó preso, listo para ser juzgado y ser ahorcado en la plaza pública. El Rey, ante tan abrumadora evidencia presentada por el Caballero, todos testigos pagados por supuesto, no tuvo más que aceptar el juicio público.

Y así fue como el jovencito, con su ropa toda rota y magullado por los golpes recibidos durante su arresto y posterior encarcelamiento, prohibido de agua y comida, fue arrastrado entre la multitud al más injusto de los juicios.

Como era costumbre, el agraviado, si pertenecía a la corte real, sería el único juez, y así también el único en llevar la voz cantante. Así que todo estaba preparado, y el joven, de por demás inocente, marchaba a una muerte segura.

El caballero hizo atar y amordazar al acusado para que no pudiese interrumpir y alterar la paz del debido proceso. Y, como era de costumbre, se escribirían 2 papeles: uno diría "inocente, libertad absoluta" y el otro, "culpable, ahorcarlo inmediatamente".

Si el joven resultaba absuelto, el Caballero debía abonarle 20 monedas de oro por los daños físicos y morales que se le ocasionaron, y se marcharía escoltado con una guardia por su seguridad.

Todo se llevaba a cabo en regla. Se depositó sobre la mesa la bolsa con las 20 monedas, la copa de oro engarzada con diamantes que contendría ambos papeles redactados por un escriba del palacio, y mostrado ante la concurrencia.

Y en el segundo final, cuando el agraviado, el Caballero oscuro, debía tomar un papel y leer el veredicto ante el rey que oficiaba de veedor y el público presente, ordenó que le desataran las manos y le quitaran la mordaza al acusado, y que sería el mismo quien sellaría su destino, ya que sería él quien tomara y leyera el papel.

El joven, ante tanta seguridad de su enemigo, supuso que eligiese el que eligiese, moriría. Había demasiado en juego: el honor y la credibilidad del hombre del Rey estaría por el suelo si perdía, y ni hablar de sus pretensiones con la princesa, desaparecerían antes de empezar.

Haciendo caso omiso, tomó un papel, lo llevó a su boca y se lo tragó. Por un momento, el desconcierto fue total. A lo que el Caballero dijo: "Bueno, bueno, amiguito, quise ser de por demás justo y que la providencia acudiera a ti y te salvase, pero tú decidiste echar todo a perder.

Así que nos negaste a todos la posibilidad de impartir justicia". Y viendo que, como no hay otra manera de saber qué decía el papel que se tragó, "deberás morir hoy".

Es ahí donde el joven se jugó su última carta, esa que tiene en sí toda la fe depositada junto a los ruegos en oración de que se haga justicia. Y dijo: "Perdón, si hay una forma de por demás sencilla de saber cuál es el papel que llevé en mi, el veredicto que escogí.

Tomad el que aún queda en la copa y leedlo en voz alta, ya que dependiendo de lo que ahí diga, lo opuesto es lo que me tragué". El Rey estuvo totalmente de acuerdo, y por supuesto "Que él joven salió absuelto de cargo y culpa", se le entregaron sus veinte monedas de oro y, mientras era escoltado por la guardia real fuera de la tumultuosa concurrencia que danzaba de alegria, vio sonreír a su amada.

Y del ex caballero oscuro no quedó ni la sombra.
Él, por un instante, pudo presentirlo: ahí estaba, cualquier papel que eligiese, moriría ese día. Ambos decían lo mismo: "Culpable".

Y siguiendo la clara voz del instinto, sumado a la divina providencia, sin siquiera pensarlo ni dudarlo, se tragó uno. Una cosa lleva a la otra: el Rey se sentía en falta con el joven y lo invitó reiteradas veces al palacio real.

Cuando se enteró del amor que se profesaban con su única hija, lo nombró Caballero real, a lo que el pueblo tomó con mucha gratitud, ya que el muchachito era muy popular y apreciado.

Con el correr del tiempo, se convirtió en la mano derecha del Rey y en el feliz esposo de su hija. Cuántos obstáculos deberemos sortear para llegar a esa vida que deseamos, solo Dios lo sabe.

Y si, a menudo pondremos en juego nuestras vidas, lo queramos o no, pero desde que nacemos iniciamos el camino hacia nuestra muerte y creó fehasiente mente que en el medio vale la pena intentar hasta con el último aliento alcanzar nuestras metas...



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