Entrada al concurso "Llegaron los marcianos" / Si conoces a alguien con un pasajero marciano...

Si conoces a alguien con un pasajero marciano...

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Mi esposa lo hacía todo mal. Sin embargo, mi voz interior intentaba convencerme de lo contrario. Por ejemplo, esta mañana volvió a perseguirme. (Me refiero a mi esposa, no a mi voz interior)
Mientras desayunábamos, me preguntó:
—¿Quiénes son las personas que aparecen en la foto?
Lo dijo en ese tono casual, diríase que distraído, semejante al que usan los personajes con identidad oculta en las películas de espionaje. A mí no se me escapa ese tipo de tono porque yo escribo guiones para películas de espionaje.
—¿Qué foto? —repliqué, también "distraídamente".
—Una foto que subiste a las Olas de Ecency, y también a X con un enlace a Hive Posh.
No me cupo duda. Era él quien hablaba. El pasajero marciano que mi esposa lleva dentro.
—Son los miembros del Coro Nacional que cantaron anoche en la catedral de Santa Clara —dije y bebí un sorbo de café La Llave.
Gabriela lo hace todo mal, pero el café La Llave le queda exquisito. No obstante, me llevé la taza a la boca para esconder mi dura sonrisa. La sonrisa terrícola de quien se advierte a sí mismo: "no me harás caer en tu trampa, marciano".
A ustedes, descendientes de la raza humana que leerán en el futuro esta historia que escribo: los pasajeros marcianos que habitan las mentes humanas tratan de conocerlo todo al detalle.
—No has contestado mi pregunta —insistió Gabriela mirándome directamente al rostro. Me pareció ver un ligerísimo destello verde bajo la negrura de sus ojos.
Te lo imaginaste, dijo Mercy, mi voz interior.
No. Fue un leve destello verde con una pincelada de rojo, confirmé. Es una evidencia más.
Son solo tus locuras e imaginerías de escritor, repuso Mercy. Gabriela no lleva ningún pasajero marciano dentro.
—¿Te refieres a los nombres de los cantores? —le dije a mi esposa y bromeé—: ¿Los apellidos también?
—Si te apetece —ella sonrió con los ojos.
Me puse serio. No le iba a dar información a ningún invasor extraterrestre así como así.
—¿Cómo pretendes que conozca todos los nombres y apellidos de los miembros de un coro?
—Hmm —replicó Gabriela—. Pasado mañana es nuestro aniversario de bodas. ¿Estás excitado?
Era su táctica habitual (la del marciano, no de mi esposa). Ese pasajero que la invadía, cambiaba el tema de conversación no bien advertía un prurito de ira en mi voz.
—Claro —respondí sinceramente—. Te quiero como desde el principio.

Escenas como esas se repetían todo el tiempo. El maldito intentando recabar información sobre nuestro planeta. Tenía que detenerlo. Era mi deber como terrícola. Consulté a una amiga neuróloga. Le conté pormenorizadamente todas las estrategias y tácticas empleadas por el invasor marciano. Tan al detalle le conté, que por un momento logré borrar de su rostro la sonrisa irónica y que me tomara en serio. Accedió por fin.
—Si quieres que encuentre microorganismos marcianos en el cuerpo de tu esposa, tienes que traerme una muestra de sangre.
—Está bien —dije.
¿Te has vuelto loco o qué?, casi gritó Mercy.
Tú cállate.

Mi esposa no bebe casi nunca. Una copa de vino muy de vez en cuando, pero celebrábamos nuestro décimo aniversario de bodas. Yo no olvidaba que cuando nos conocimos durante nuestra época universitaria, en los años de locura y bohemia juveniles, ella perdía la cabeza con la cerveza Budweiser. Así que me puse en plan nostálgico, compré tres docenas de Budweiser y un ramo muy extraño que combinaba gladiolos, claveles y príncipes negros, las flores preferidas de Gabriela.
[Hey, chicos del futuro, yo amo a mi esposa. A quien detesto es al pasajero marciano que lleva dentro. Un espía del planeta rojo que pretende esclavizarnos].
Fue una deliciosa velada. Yo me mantuve todo el tiempo en alerta. Tonteamos, hicimos el amor varias veces, bebimos (me aseguré que ella bebiera más que yo). Cuando se quedó profundamente dormida, le pinché el dedo pulgar y extraje la muestra de sangre. Se la llevé a mi amiga neuróloga. Los resultados del laboratorio estuvieron al cabo de tres días. Mi amiga diagnóstico:
—Tenías razón. Hay unos microorganismos verdes en su sangre, provenientes del planeta Marte. Tú que eres escritor sabes que es el dios de la guerra.
—Lo sé. Esos marcianos siempre han sido una raza invasora —respondí con orgullo pedante.
Mi amiga sonrió y continuó:
—Pues estos microorganismos verde-rojos los conocemos aquí en la Tierra con el nombre de "celos" que provienen de otro parásito cerebral terrícola llamado "amor"
¡Te lo dije!, gritó mi pasajera Mercy.

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Hay marcianos en tu cerebro. Pero qué buenas ideas te dan para construir historias👏🏻👏🏻👏🏻👏🏻👏🏻👏🏻

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Me encantó el modo de hilvanar la historia y los códigos que abordas son dignos de aplaudir.
¡Bravo!

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Jejeje jejeje y jejeje ✍️

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Es el comentario más largo que he visto empleando solo tres letras, jjj

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Eres magnífico, querido amigo. Un narrador maduro y de pluma segura te habita 🥰

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Una historia de marcianos muy creativa, la forma en la que se narra queda genial y su desarrollo ha quedado muy bueno.

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Estaré atenta para ver qué más hacen esos marcianos.

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