The other side of the coin / La otra cara de la moneda (eng-esp)

Hello, friends of Green Zone!

Yesterday I was talking about the need to surround ourselves with good people. Today I'll talk a little about the consequences of the opposite, about the other side of the coin, but from a more personal point of view.

Something that happened to me when I was beginning my professional career. Luckily, it wasn't long-lived, as I had people by my side who helped me get out of this bad place I suddenly found myself in.

The stage has always been my sanctuary. Under the spotlight, with the wood of my guitar nestled against me, everything is harmony, order, and truth. Every note is a decision, every phrase an emotion purified by art.

But life isn't a permanent concert (even if it could be seen that way). I've learned, sometimes through bitter experience, that just as important as tuning my instrument is tuning the environment I live in when I step off the stage.

There was a time when, out of misguided loyalty, a fear of loneliness, or a false sense of strength, and not knowing how to say NO, I allowed toxic people and negative environments to have a front-row seat in my life.
Some were friendships that undermined my achievements with passive-aggressive criticism. Companies where pessimism was the main language, and spaces where my energy drained as if someone had opened a valve.
At first, I justified it by telling myself, "That's just life," and refusing or being afraid to change. Until the moment came when it started to take its toll.

Other people's negativity is like moisture: it seeps in soundlessly until it corrodes the walls and foundations. I started to notice it even in my fingers. In my music. The music that emerged was mechanical, lacking that spark of vulnerability that makes it authentic and characterizes me.
My concentration, fierce on stage, was dispersed in a sea of doubts. Worse still, my own inner voice began to imitate those tones, filling with questions and self-sabotage. "Why rehearse so much? Who do you think you are?" It's all for fun*

It was then that I understood that protecting myself wasn't an act of selfishness, but of the deepest self-preservation. My art, my instrument, my sensitivity, are my temple. And a temple doesn't leave its door open to vandalism.
Staying away from those who hurt me wasn't an act of superiority, but of self-love. It was like weeding a garden so the good plants could flourish.

Today, I choose with a firm conscience who I let into my orbit. I seek out those who inspire me, those who challenge me to be better, those who celebrate the light without envying its brilliance.
My music thanks them for it. Because every note I choose to play, every piece I perform, is born from an inner place that must be at peace, strong, and clear. Harmony doesn't begin with the guitar; it begins in the heart, and is defended by the sacred boundary you draw around your life.

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Versión en español

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Hola, amigos de Green Zone!

Ayer les hablaba sobre la necesidad de rodearnos de buenas personas. Hoy hablaré un poco sobre las consecuencias de lo contrario, de la otra cara de la moneda; pero desde un punto de vista más personal.
Algo que me sucedió cuando comenzaba mi carrera profesional. Por suerte, fue algo que duró poco, ya que tuve personas a mi lado que me ayudaron a salir de este mal lugar donde me encontré de repente.

El escenario siempre ha sido mi santuario. Bajo los focos, con la madera de mi guitarra acurrucada contra mí, todo es armonía, orden y verdad. Cada nota es una decisión, cada frase una emoción purificada por el arte.
Pero la vida no es un concierto permanente (aunque pudiera verse de ese modo). He aprendido, a veces a golpe de amargas experiencias, que tan importante como afinar el instrumento es afinar el ambiente en el que vivo cuando me bajo del escenario.

Hubo un tiempo en el que, por lealtad mal entendida, por miedo a la soledad o por una falsa idea de la fortaleza y por no saber decir NO, permití que personas tóxicas y entornos negativos tuvieran un asiento de primera fila en mi vida.
Algunas, eran amistades que minaban mis logros con críticas pasivo-agresivas. Compañías donde el pesimismo era el idioma principal y espacios donde mi energía se drenaba como si alguien le hubiera abierto una válvula.
Al principio, lo justificaba diciéndome Es que así es la vida y negándome o temiendo a cambiar. Hasta que llegó el momento en que comenzó a pasar factura.

La negatividad ajena es como la humedad: se filtra sin hacer ruido hasta corroer las paredes y cimientos. Empecé a notarlo hasta en mis dedos. En mi música. La música que surgía era mecánica, carente de esa chispa de vulnerabilidad que la hace auténtica y me caracteriza.
Mi concentración, férrea en el escenario, se dispersaba en un mar de dudas. Lo más grave: mi propia voz interior comenzó a imitar esos tonos, llenándose de cuestionamientos y autosabotaje. ¿Para qué ensayar tanto? ¿Quién te crees que eres? Todo es por gusto

Fue entonces cuando entendí que protegerme no era un acto de egoísmo, sino de la más profunda autopreservación. Mi arte, mi instrumento, mi sensibilidad, son mi templo. Y a un templo no se le deja la puerta abierta al vandalismo.
Alejarme de aquellos que me hacían daño no fue un acto de superioridad, sino de amor propio. Fue como desmalezar un jardín para que pudieran florecer las plantas buenas.

Hoy elijo con férrea consciencia a quien dejo entrar en mi órbita. Busco a quienes me inspiran, a quienes me retan a ser mejor, a quienes celebran la luz sin envidiar su brillo.
Mi música se lo agradece. Porque cada nota que elijo tocar, cada pieza que interpreto, nace de un lugar interno que debe estar en paz, fuerte y claro. La armonía no empieza en la guitarra; empieza en el corazón, y se defiende con la frontera sagrada que trazas alrededor de tu vida.