Always support for young people / Apoyo siempre para los jóvenes (eng-esp)

Hello, friends of Green Zone

Since I was little, my life has revolved around and to the rhythm of guitar strings, concert halls with their distinctive scent of wood, and the silent anticipation that made me so nervous.

I've had the privilege of standing on stages that resemble altars and on others as humble as a small reception hall, with only eight different chairs and a standing audience. But on every one of them, I've felt the warm applause of the audience like a friendly hug.

I have the honor of being called "Maestra."
However, I've never stopped being that little Havana girl with a guitar almost too big for her hands; Admiring with devotion, respect, and a little fear all the teachers I had. All those great artists who supported me while I was training.

That girl is me. And because of her, I have never been able to refuse (unless for major reasons) an invitation to listen, guide, or simply accompany a young musician taking their first steps on this arduous and beautiful path.
In fact, my monthly gathering From Dream to Poetry focuses precisely on that, on giving space to the country's emerging talents.

I've come to understand that those who refuse these requests, using the excuse of a supposedly overwhelming agenda or a supposed hierarchy (most often self-appointed), are committing the gravest betrayal of oneself. It's forgetting the essence of who we are: links in an eternal chain.

I remember with a clarity that makes me shudder the first time a world-renowned maestro, whom I admired from afar, agreed to hear me play. It wasn't a masterclass; there were no cameras or audience. Just him, me, and my palpable nervousness.
At the end, his words to me were not only technical criticism, but also encouragement. He told me: “You have something to say, and the guitar is your way of saying it.” That phrase, simple but filled with faith, became the fuel that propelled me through years of solitary study. It was an act of pure generosity, a gift I didn't ask for but was given to me unconditionally.

My Maestro Jesús Ortega never stopped welcoming me into his home and guiding me. He still does. He even recently did so with my children, to whom he gave his recommendations.

Now, how could I, who drank from that water, deny the same to the one who comes after me? Supporting the cultural projects of young people is not an act of charity; it is an act of historical justice and pure survival and cultural revolution.
It's my way of giving back, in a fertile present, to the seed planted in our past. Every time I agree to participate in a festival, a club, a concert, moderate a school discussion, or simply sit and listen with full attention to a teenager playing with clumsy fervor, I am returning the money that was once invested in me.

Declining to accept a sense of superiority is a poverty of spirit disguised as importance. True greatness lies not in the height of the pedestal on which we stand, but in the solidity of the foundation we help build so that others can climb as well.

In the end, what I'm talking about isn't just about music. It's about humanity. It's about remembering that every individual achievement is woven from the threads of those who supported us before, the patience and belief others placed in us.
Reaching back to pull at the next person doesn't slow me down; it gives me meaning and anchors me to what's essential. That is, perhaps, the most honest and lasting interpretation we can ever offer.


Versión en español


Hola, amigos de Green Zone

Desde que tengo pequeña, mi vida ha girado en torno y al compás de las cuerdas de la guitarra, de salas de conciertos con su olor característico a madera y a la expectación silenciosa que tan nerviosa me ponía.
He tenido el privilegio de haber subido a escenarios que parecen altares y a otros tan humildes como el de una pequeña recepción, con solo 8 sillas distintas todas y público de pie. Pero en todas ellas he sentido la cálida ovación del público como un abrazo amigo.

Tengo el honor de que me llamen “Maestra”.
Sin embargo, nunca he dejado de ser aquella niña habanera con una guitarra casi demasiado grande para sus manos; admirando con devoción, respeto y un poco de temor a todos aquellos Maestros que tuve. A todos aquellos grandes artistas que me dieron su apoyo mientras me formaba.

Esa niña soy yo. Y por ella, jamás he podido negarme (a no ser por causas mayores) a una invitación para escuchar, orientar o simplemente acompañar a un joven músico que da sus primeros pasos en este camino tan arduo y hermoso.
De hecho, mi peña mensual Del sueño a la poesía se centra precisamente en eso, en darle un espacio a los nuevos talentos del país.

He llegado a comprender que aquellos que se niegan esas peticiones, amparándose en la excusa de una agenda supuestamente abrumadora o en una supuesta jerarquía (autoadjudicada, la mayoría de las veces), es la más grave traición a uno mismo. Es olvidar la esencia de lo que somos: eslabones en una cadena eterna.

Recuerdo con una nitidez que me estremece la primera vez que un maestro de renombre mundial, a quien yo admiraba en la lejanía, accedió a escucharme tocar. No fue una masterclass, no había cámaras ni público. Solo él, yo y mi nerviosismo palpable.
Al terminar, sus palabras para mí, no solo fueron de crítica técnica, sino también de aliento. Me dijo: “Tienes algo que decir y la guitarra es tu forma de decirlo”. Esa frase, simple pero cargada de fe, se convirtió en el combustible que me impulsó durante años de estudio solitario. Fue un acto de generosidad pura, un regalo que no pedí pero que me fue dado sin condiciones.

Mi Maestro Jesús Ortega nunca dejó de recibirme en su casa y orientarme. Aún lo hace. Incluso, hace poco lo hizo con mis hijos, a quienes les dio sus recomendaciones.

Ahora, ¿cómo podría yo, que bebi de esa agua, negarle lo mismo al que viene tras de mí? Apoyar los proyectos culturales de los jóvenes no es un acto de caridad; es un acto de justicia histórica y de pura supervivencia y revolución cultural.
Es la forma que tengo de retribuir, en un presente fértil, la semilla que se plantó en nuestro pasado. Cada vez que acepto participar en un festival, en una peña, concierto, moderar un coloquio en una escuela o simplemente sentarme a escuchar con atención plena a un adolescente que toca con fervor torpe, estoy devolviendo la moneda que una vez se invirtió en mí.

Negarse con ínfulas de superioridad es una pobreza de espíritu disfrazada de importancia. La verdadera grandeza no reside en la altura del pedestal donde nos paremos, sino en la solidez de la base que se ayuda a construir para que otros también puedan subir.
Al final, de lo que hablo no se trata solo de música. Se trata de humanidad. Se trata de recordar que cada logro individual está tejido con los hilos de quienes nos dieron su apoyo antes, la paciencia y la creencia que otros depositaron en nosotros.
Al extender la mano hacia atrás para tirar del que viene no me frena; me da sentido y me ancla a lo esencial. Esa es, quizás, la interpretación más honesta y perdurable que jamás podremos ofrecer.



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Cuando vuelva a ir a las Tunas, tengo que escaparme para uno de estos momentos 🥰

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Escucharte tocar en cualquier escenario es un gran privilegio, lo he disfrutado tanto en el escenario como en la sala de mi casa cuando tocaste para mis hijos. Gracias por ello