47 crónicas para desatar nuestro apetito
Imagine que Ud. está en El Cairo, muy cerca del faraón Ramsés II, admirando cada detalle, cada centímetro de un rostro conservado durante siglos, una experiencia que pocos hemos tenido. Imagine que Ud. está allí y de pronto, los guardias que custodian al faraón no están y entra una familia numerosa y los niños —los de la familia numerosa—, como si jugaran con un balón de futbol, comienzan a sacudir con violencia la vitrina donde se resguarda la integridad del faraón, ante la mirada impávida de los adultos. Imagine que Ud., al ver semejante atropello, tiene que correr para buscar ayuda, para denunciar lo que está ocurriendo con Ramsés II, pero nadie lo comprende, porque está en Egipto y debe hacer mil malabares para que finalmente un guardia salga corriendo y detenga aquella andanada de golpes y sacudones que está recibiendo el indefenso faraón. Imagine que Ud., sin proponérselo, ha salvado un legado que por un instante, estuvo a punto de perderse para siempre.
Esto le ocurrió a Rodrigo Rubio Barthell y lo narra en : «El día que salvé a Ramsés II», una de las 47 crónicas que componen el volumen 1953, empieza la farsa, publicado por unasletras industria editorial en enero de 2025.
Si un acierto esencial sostiene este libro, es su capacidad ejemplar para mantenernos en vilo ante cada anécdota, ante cada suceso y lo logra porque cada crónica se construye con una muy exacta eficacia, no solo del lenguaje, sino también de procedimientos que mucho le deben al cuento, a la novela, pues no todo es la voz del cronista, manifestando su hegemonía dentro del texto, no, Rodrigo inserta diálogos allí donde el diálogo es inevitable, la curva de tensión asciende, allí donde debe ascender, el clímax de todo lo que ha querido narrar se ubica allí, donde debe estar ubicado, la dimensión del texto es breve o más extensa, sin que le sobre una sílaba, un artículo, una preposición o un gerundio.
¿Pero qué es, en definitiva, 1953, empieza la farsa?
Ya dijimos que es un libro de crónicas, ahora podemos añadir que la mayoría de ellas, testifican un viaje, se adentran en un viaje, a tan disímiles e improbables rincones de la tierra, que terminan por trazar uno de los itinerarios más rocambolescos que podamos conocer. Barthell nos conduce a Uzbekistán, a la Ruta de la Seda, a Samarcanda, a Tesalónica, al Piamonte italiano, a la Sacra di San Michele, a Rothemburgo, a África, desandando rutas, cruzando fronteras y husos horarios, meridianos, surcando los cuatro puntos cardinales de la tierra. Rodrigo llega, observa, vive, sufre, se empapa de saberes, mira, huele, palpa; no es, nunca lo es, el simple turista que se deja conducir, es el hombre que indaga, que revuelca, que se adentra en la raíz y esa verdad, ese hallazgo, lo sabe traducir en su prosa. Cada viaje, es una iniciación. Cada viaje, es un profundo trasiego de sentimientos, preguntas y acendrada memoria. Nada es típico. Todo tiende a lo inaudito, a cierto espíritu épico. ¿Alguna vez han tenido a una china, en China, prendida a sus pies, para que no abandonen un Spa? ¿Alguna vez le han dedicado, uno de sus libros, a un Papa? ¿Alguna vez lo han enviado a Europa, a encontrar a su hermana, presuntamente perdida? Muchas de las escenas aquí narradas son hilarantes, porque el humor, el buen humor, siempre cargado de referentes y juegos textuales, se adueña de los textos, incluso en las circunstancias más dramáticas, así que 1953, empieza la farsa, también es eso: un libro que, mientras nos conduce a territorios lejanísimos, nos hace reír de lo lindo.
Pero no todo es lejanía, no todo tiende a la exploración de parajes de singularidad medieval, cimas, abismos, monasterios de clausura, también y sobre todo, está Mérida, Yucatán, México: su cocina, su aliento, su historia. Cada viaje, comienza y termina en Mérida, en su geografía, en su núcleo, en su espesa urdimbre de calles y aguaceros, de polvo y memoria. Basta leer algunos párrafos para advertir que, quien escribe, pertenece en cuerpo y alma a estos parajes, a estos asombros. Tal parece que Rodrigo Rubio Barthell, nos dijera: viajen, exploren, salgan al camino, respiren la grandilocuencia de un mundo nuevo, húndanse en el lodo, renazcan, pero regresen, regresen siempre al único sitio que siempre será su amparo, al hogar, al abrazo de la familia, al salitre de aquel mar de su infancia.
Como no existe una cronología, sus lectores podrán abrir el libro en cualquier página y otorgarle el orden que mejor desee, tal y como ocurre con la famosa Rayuela, de Julio Cortázar y visitar primero África, luego Tesalónica, o primero Tesalónica y luego Samarcanda. El resultado, será el mismo: un libro que te fustiga, te atrapa, te domina, te transporta y justica, con creces, cada minuto, cada hora, cada día que permanecerá entre nuestras manos, ante nuestras pupilas.
He sido un lector azorado. He reído en la soledad de un patio de la calle 64. He sentido el tiempo detenido en Tesalónica, el sol que me abrasaba en África, he navegado, me he sumergido; yo, también he salido a buscar a mi hermana, la he encontrado y he sido feliz.
Los invito a leer este libro, pródigo en sucesos, en aventuras, en abrazos, en recuerdos; un libro escrito con la bravura del chile, con la delicadeza de la albahaca, con la fragancia del romero, con la sustancia y el estrépito de todo un país, llamado México…
Atractiva propuesta que no dejaré escapar.