Susurro carioca./ Carioca whisper. (ESP/ENG)

Les deseo un día hermoso desde este rincón del mundo. Hoy me asomo por aquí para compartir con ustedes uno de esos deseos que se convierten realidad.

Viajar no solo es desplazarse de un lugar a otro; es alimentar el alma con experiencias que dejan huellas imborrables. Y así fue para mí cuando tuve la oportunidad de visitar Río de Janeiro, conocida como la Ciudad Maravillosa, un título que lleva con orgullo y que queda corto ante la grandeza que ofrece esa parte de la geografía brasileña.

Nuestro día comenzó con un propósito claro, conocer la icónica estatua del Cristo Redentor, símbolo no solo de Río, sino de toda Brasil. A pesar de que el amanecer estaba nublado, la naturaleza nos premió con un cambio de clima milagroso. Las nubes se abrieron justo cuando llegamos a la cima del Cerro del Corcovado, revelando la majestuosa figura de 30 metros de altura que domina la ciudad.

La vista desde allí es, sencillamente, abrumadora. El Cristo, con sus brazos abiertos, parece abrazarlo todo, las playas de Copacabana e Ipanema, la selva urbana de Tijuca, y el infinito azul del océano Atlántico. Nos quedamos en silencio, mientras capturábamos cada ángulo con las cámaras de nuestros teléfonos. La foto con los brazos extendidos, imitando al Redentor, se convirtió en un recuerdo tangible de esa felicidad efímera pero intensa.

El tour continuó hacia otro ícono de la ciudad, el Pão de Açúcar (Pan de Azúcar) y su hermano menor, el Morro da Urca. Subir en el teleférico fue una experiencia emocionante. A diferencia de muchos turistas que cierran los ojos por el miedo a las alturas, nosotras disfrutamos cada segundo del ascenso. La vista desde las cabinas es espectacular, las montañas verdes que contrastan con el verdeazul del mar, las favelas pintando las laderas de colores, y los barcos navegando en la Bahía de Guanabara.

En el Morro da Urca, hicimos una pausa para tomar un café mientras admirábamos el paisaje. La brisa fresca y el sonido de los pájaros tropicales añadían magia al momento. Luego, el segundo tramo del teleférico nos llevó a la cima del Pão de Açúcar. ¡Qué maravilla! Desde allí, Río se muestra en todo su esplendor, el océano interminable, las playas doradas, el ajetreo de la ciudad y, al fondo, el Cristo vigilante. Fue un regalo para los sentidos, una de esas imágenes que se graban en la memoria para siempre.

Pero el día aún guardaba sorpresas. Nuestra siguiente parada fue en el Sambódromo, el templo del carnaval carioca. Este lugar, famoso por albergar los desfiles más vibrantes del mundo, es un sueño para cualquier amante de la cultura brasileña. Aunque no era época de carnaval, el solo hecho de pisar esa pasarela nos transportó a la fiesta.

¡Hasta me atreví a probarme un traje de carnaval! Por un momento, olvidé mi sobrepeso y me sentí como una auténtica reina de la samba (bueno, al menos en mi imaginación). Las plumas, los brillantes y la música imaginaria hicieron que el momento fuera tan divertido, yo diria que surrealista.

Con el sol cayendo y el cuerpo agotado de tanto caminar, regresamos al hotel. Pero Río no se despide tan fácilmente porque nos esperaba una noche mágica por delante, prometiendo más postales de esta ciudad que, como su apodo indica, es verdaderamente maravillosa.

Hoy, al revisar las fotos, vuelvo a sentir esa mezcla de nostalgia y alegría. Río no es solo un destino; es una experiencia que transforma. Y aunque mi estancia fue breve, el espíritu de la ciudad quedó grabado en mí.

Un abrazo fuerte y gracias por acompañarme en este viaje a través de mis letras.

Este post fue redactado sin el uso de IA. Las imágenes me pertenecen. Los banners fueron creados en Canva, cortesía de @yuraimatc

I wish you a wonderful day from this corner of the world. Today, I stop by to share with you one of those dreams that come true.

Traveling isn’t just about moving from one place to another; it’s about nourishing the soul with experiences that leave indelible marks. And that’s exactly how it was for me when I had the chance to visit Rio de Janeiro, known as the Marvelous City,a title it wears with pride, yet one that still falls short of the grandeur this part of Brazil has to offer.

Our day began with a clear goal, to see the iconic Christ the Redeemer statue, a symbol not just of Rio but of all Brazil. Though the morning was cloudy, nature rewarded us with a miraculous change in weather. The clouds parted just as we reached the summit of Corcovado Mountain, revealing the majestic 30 meter tall figure overlooking the city.

The view from there is simply breathtaking. With its arms wide open, Christ seems to embrace everything, the beaches of Copacabana and Ipanema, the urban jungle of Tijuca, and the endless blue of the Atlantic Ocean. We stood in silence, capturing every angle with our phone cameras. The photo with our arms outstretched, mimicking the Redeemer, became a tangible memory of that fleeting yet intense happiness.

The tour continued to another city icon: Pão de Açúcar (Sugarloaf Mountain) and its little brother, Morro da Urca. Riding the cable car was thrilling. Unlike many tourists who close their eyes in fear of heights, we enjoyed every second of the ascent. The view from the cabins is spectacular, the green mountains contrasting with the turquoise sea, the favelas painting the hillsides in vibrant colors, and the boats sailing across Guanabara Bay.

At Morro da Urca, we paused for coffee while admiring the scenery. The cool breeze and the sound of tropical birds added magic to the moment. Then, the second cable car ride took us to the top of Sugarloaf Mountain. What a wonder! From there, Rio reveals itself in all its splendor, the endless ocean, golden beaches, the bustling city, and in the distance, the watchful Christ. It was a feast for the senses, one of those images etched into memory forever.

But the day still held surprises. Our next stop was the Sambadrome, the temple of Rio’s Carnival. This place, famous for hosting the most vibrant parades in the world, is a dream for any lover of Brazilian culture. Even though it wasn’t Carnival season, just stepping onto that runway transported us to the festivities.

I even dared to try on a Carnival costume! For a moment, I forgot about my obesity and felt like a true samba queen , well, at least in my imagination. The feathers, glitter, and imaginary music made the moment so fun, I’d even say surreal.

As the sun set and our bodies grew tired from so much walking, we headed back to the hotel. But Rio doesn’t say goodbye so easily, a magical night still awaited us, promising more postcard-worthy moments from this city that, as its nickname suggests, is truly marvelous.

Now, as I look through the photos, I feel that mix of nostalgia and joy all over again. Rio isn’t just a destination; it’s a transformative experience. And though my stay was brief, the spirit of the city left its mark on me.

A big hug, and thank you for joining me on this journey through my words.

"This post was written without the use of AI. The images are mine. The banners were made on Canva, courtesy of @yuraimatc."