[ESP] Más allá de la verja
Más allá de la verja
Nunca pensé que detrás de una simple verja oxidada se pudiera esconder tanto misterio. Me llamo Naomi y, mientras escribo estas palabras, no puedo evitar sentir un escalofrío que me recorre la espalda.
El recuerdo de aquel día sigue vivo en mi mente, como una sombra que se niega a desvanecerse. Cada vez que cierro los ojos, oigo el chirrido metálico que hizo la verja al abrirse. Mi corazón se estremece al recordar la sensación que tuvimos cuando cruzamos a un mundo completamente distinto, uno en el que las reglas de la realidad parecían distorsionarse.
La curiosidad y el miedo se entrelazaban en mi pecho, creando una mezcla de emociones que nunca había experimentado. Esa vez, sentí una inexplicable atracción por lo desconocido, una necesidad de descubrir qué secretos se escondían más allá de la puerta. Al mismo tiempo, una voz en mi interior me advertía que me diera la vuelta, que no siguiera a Pablo, mi mejor amigo. Pero las ganas de investigar eran más fuertes, y a cada paso que dábamos, el aire se volvía más denso, cargado de una energía que parecía vibrar a nuestro alrededor.
Todo empezó una tarde de otoño, cuando el sol se escondía tras las colinas y el viento frío nos obligaba a abrigarnos. Pablo y yo habíamos decidido explorar los alrededores de una vieja propiedad abandonada. Estaba a una hora de la ciudad, rodeada de un bosque alto y denso que no se veía en absoluto, y en uno de sus rincones más oscuros descubrimos una verja de hierro oxidado que parecía llevar siglos sin ser abierta.
—¿Te atreves a cruzar? —me preguntó Pablo con una sonrisa desafiante.
—Claro que sí —respondí, tratando de ocultar mi nerviosismo.
Empujamos la verja con gran esfuerzo y, tras varios intentos fallidos, por fin se abrió con un crujido que resonó en el silencio del bosque. Al otro lado, un estrecho sendero cubierto de hojas secas se adentraba en la espesura. La luz del sol apenas penetraba entre las ramas, creando sombras espeluznantes que se movían con el viento. Los altos y retorcidos árboles parecían formar un túnel natural que nos envolvía en una penumbra constante. El aire estaba cargado de humedad y el olor a tierra mojada y hojas en descomposición era bastante penetrante.
Caminábamos en silencio, atentos a cada sonido. El crujido de las hojas bajo nuestros pies y el eco del viento eran los únicos ruidos que rompían la quietud. De repente, el sendero se ensanchó y llegamos a un claro. El contraste era sorprendente: el suelo estaba cubierto de una alfombra de musgo verde brillante, salpicada de pequeñas flores silvestres de vivos colores. En el centro del claro había una vieja mansión en ruinas, con las ventanas rotas y las paredes cubiertas de enredaderas que trepaban hasta el techo. La estructura, aunque ruinosa, aún mostraba signos de su antigua grandeza, con columnas de mármol y una puerta de madera maciza tallada con intrincados diseños.
—¿Qué es este lugar? —pregunté, sintiendo un escalofrío recorrerme la espalda.
—No lo sé, pero debe de ser más antigua de lo que imaginábamos —respondió Pablo, avanzando hacia la mansión.
Nos acercamos con cautela y, al entrar, el aire se volvió más frío. El interior estaba oscuro y el suelo crujía bajo nuestros pies. Había muebles cubiertos de polvo y telarañas en todos los rincones. Del techo se colgaba una gran lámpara de cristal, opaca y llena de telarañas. En la pared había un retrato de una familia que parecía haber vivido allí siglos atrás. Sus miradas parecían seguirnos mientras nos movíamos. Las cortinas de terciopelo, ahora descoloridas y rasgadas, guindaban pesadamente de las ventanas, dejando pasar apenas un rayo de luz que iluminaba las partículas de polvo que flotaban en el aire.
—Esto me da mala espina—dije, intuyendo que algo no iba bien.
—Venga, vamos, no tengas miedo —me contestó Pablo, aunque su voz también mostraba cierta inquietud.
Exploramos varias habitaciones, todas en el mismo estado de abandono. En una de ellas encontramos una escalera que bajaba al sótano. La puerta estaba entreabierta, y de abajo emanaba un olor rancio y mohoso.
—¿Bajamos? —preguntó Pablo, encendiendo la linterna.
—No estoy seguro —respondí, pero la curiosidad volvió a vencer a mi miedo.
Descendimos con cuidado, y observamos que las paredes estaban cubiertas de moho, el suelo de piedra era resbaladizo a causa de la humedad. En un rincón había una pila de viejos baúles y cajas, cubiertos de polvo y telarañas. Al llegar al sótano, la linterna de Paul iluminó una serie de estanterías llenas de objetos extraños y tarros con líquidos de colores, calaveras de animales y velas derretidas. En el centro de la habitación había una mesa con un libro que parecía ser un diario.
—Mira esto —dijo Pablo, abriendo el libro.
Las páginas estaban llenas de extrañas notas y dibujos. Hablaban de rituales y de una presencia oscura que vivía allí. De repente, un ruido sordo nos hizo volvernos. La puerta del sótano se había cerrado de golpe.
—¿Qué ha sido eso?—pregunté, sintiendo que el pánico se apoderaba de mí.
—No lo sé, pero tenemos que salir de aquí —respondió Pablo, dirigiéndose a la puerta.
Intentamos abrirla, y estaba atascada. El pánico se convirtió en terror cuando oímos pasos que se acercaban desde el piso de arriba. Nos escondimos detrás de unas estanterías, conteniendo la respiración. Los pasos se detuvieron justo delante de la puerta del sótano, y una sombra se proyectó por debajo.
—¿Quién está ahí?—gritó Pablo, pero no hubo respuesta.
La sombra desapareció y los pasos se alejaron. Aprovechamos el momento para intentar abrir la puerta de nuevo, esta vez con éxito. Subimos las escaleras y salimos corriendo del lugar, sin mirar atrás. Cuando llegamos a la verja, experimenté un profundo alivio y continué corriendo tan deprisa como podía.
Cuando por fin me detuve para recuperar el aliento, me di cuenta de que Pablo no estaba a mi lado. Miré a mi alrededor, y no había ni rastro de él. Así que lo esperé, tal vez estaba descansando más atrás; sin embargo, nunca llegó.
—¡Pablo! —grité, pero solo respondió el eco de mi voz.
Desesperada, volví a la verja y crucé de nuevo. El camino estaba vacío, y la mansión parecía aún más siniestra a la luz de la luna. Corrí al interior, llamando a Pablo, pero no obtuve respuesta. Cuando bajé al sótano, encontré el libro abierto en una página que no habíamos visto antes. En ella había varios dibujos que reflejaban una escena de dos figuras. Primero estaban frente a una enorme casa, luego corriendo aterrorizadas, y después una de ellas atrapada por un monstruo mientras la otra se alejaba. Al final, la figura sujeta por las garras parecía desvanecerse en la oscuridad. Sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo.
Salí corriendo y llorando de la mansión, cerré la puerta, segura de que Pablo había desaparecido más allá de la verja, atrapado por la oscura presencia que habitaba aquel lugar. Nunca volví a verle, y el recuerdo de aquella noche aún me persigue eternamente.
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