No tengo respuestas claras, pero sí preguntas que seguirán acompañándome.


Cada mañana, al abrir la ventana y respirar el aire fresco que entra cargado de ruido urbano y aromas a pan recién horneado, me pregunto si hay poesía en lo cotidiano. No es una pregunta sencilla, porque parece querer reducir lo sublime a lo banal, pero también es allí donde tal vez se esconde la clave del misterio: en los gestos pequeños, en las miradas fugaces, en ese café compartido con un amigo o en el silencio de quien escucha sin juzgar. Borges decía que “la poesía está hecha de ausencias”, y quizá sea cierto, pero también está en los detalles que nos acompañan cada día y que solemos ignorar como si fueran invisibles.


Avelina Ramírez Cordero (1882-1958). De mi álbum familiar (digitalizada)

En medio de esa cotidianidad, aparecen historias que no sabemos bien cómo contar. La memoria histórica, por ejemplo, es como una grieta en el tiempo que no siempre coincide con las narrativas oficiales. Muchas veces me he preguntado cuál de las dos versiones pesa más: ¿la voz de los que vivieron o la letra impresa de quienes decidieron qué debía recordarse? Aunque suenan parecidas, son caminos distintos que muchas veces no convergen. Walter Benjamin afirmaba que “la tradición de los oprimidos nos enseña que el ‘estado de excepción’ en que vive el presente no es algo excepcional, sino la regla”. Y es que, ¿acaso no somos todos portadores de memorias que nadie registró oficialmente?

Recuerdo a mi abuela contándome historias de su infancia durante la Revolución de Queipa, la Revolución Liberal Restauradora y la Revolución Legalista -todas ellas en Venezuela a finales del Sigo XIX. Sus palabras no estaban escritas en ningún libro escolar, pero eran tan reales como el dolor que aún le entristecía los ojos. Esas historias, tejidas entre suspiros y pausas largas, tenían una belleza terrible, porque hablaban de resistencia, de amor truncado, de comida compartida cuando no había nada que comer. Esa fue mi primera lección sobre la belleza: no es algo que se ve únicamente en museos o en rostros perfectos, sino en lo que deja huellas positivas en nosotros, en lo que nos transforma, aunque duela.


De mi álbum digital.

Y así llego a mi concepción de belleza, ese esquivo ideal que cambia según el lugar, la época y los ojos que lo miran. En Grecia clásica, la belleza era simetría y proporción; en Japón, a menudo se encuentra en lo efímero, como la flor de cerezo. Para algunos pueblos indígenas, la belleza reside en la armonía con la naturaleza, mientras que en otras culturas se asocia con la fuerza o la sabiduría. Platón creía que la belleza era una forma pura e inmutable, pero yo pienso que es más bien un acto de percepción, una elección emocional que trasciende lo visual.

¿Qué es lo bello para mí? Todo aquello que deja huella positiva. Una canción que uno tararea años después de haberla escuchado por primera vez. Un mensaje antiguo guardado en un cajón. Una carta de despedida que nunca llegó a destino. Cosas que, aunque pasen, no se van del todo. Cosas que, como escribió Rilke, “no existen para ser comprendidas, sino para ser amadas”.

Pero entonces, ¿dónde queda la relación entre lo cotidiano, la memoria y la belleza? Tal vez en la manera en que elegimos recordar. Porque incluso los momentos más simples pueden convertirse en crónicas de resistencia. Una foto borrosa, un olor específico, una frase repetida por alguien que ya no está… son fragmentos que construyen nuestra historia personal, fuera de cualquier canon oficial. Quizá ahí radique la verdadera poesía, en darle nombre a lo que otros prefieren ignorar, en encontrar sentido en lo que parece carecer de él.


Casa del Sr. Avelino en Guaraque, Estado Mérida-Venezuela.

¿Cómo saber qué parte de nuestra memoria merece ser contada? ¿Es posible separar lo bello de lo doloroso cuando ambos están tan entrelazados? ¿Podríamos considerar poéticos a los relatos que nadie quiere escuchar, solo porque son demasiado humanos? Me quedo pensando en esto mientras camino por calles que han visto nacer revoluciones y florecer jardines improvisados en ventanas de edificios viejos. Veo a niños correr entre bancos rotos, mujeres que venden frutas con paciencia infinita, hombres que reparan bicicletas con herramientas precarias. Y me digo: ¿no es acaso esta la poesía del mundo moderno?

No tengo respuestas claras, pero sí preguntas que seguirán acompañándome. ¿Por qué nos empeñamos en dividir la vida entre lo útil y lo inútil, si todo tiene su propio peso emocional? ¿Es la belleza una invención social o una necesidad interior? ¿Cuántas historias calladas caben en una sola mirada? Y lo más importante: ¿qué haríamos si dejáramos de buscar la perfección y empezáramos a valorar las cicatrices, los errores, las fisuras por donde entra la luz?



Así recibimos el mes de mayo, qué rápido pasa el tiempo. Estamos en la Comunidad #Humanitas en su acostumbrada iniciativa de un tema para cada día.


INICIATIVA: Un temα pαrα cαdα dı́α (mayo 2025)


Portada de la iniciativa




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Dedicado a todos aquellos que, día a día, con su arte, hacen del mundo un lugar mejor.





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Hay belleza en cada paso, sonido y hasta en lo que parece grotesco, solo hay saber mirar.

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Ese es el punto; no sabemos observar, no tenemos tiempo para hacerlo y por ende, para valorar.

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