Memorias Encadenadas.


Ya no escucho, es como si los susurros de civilizaciones que ya no están, el eco de bibliotecas hechas cenizas, o el lamento callado de esos papiros que el tiempo o la censura se tragaron, siguieran picándonos en la conciencia, ¿sabes? Desde siempre, hemos querido aferrarnos a la memoria, ir más allá de nuestra corta vida, dejando historias, crónicas, testimonios que intentaban, con más o menos acierto, capturar lo que vivimos. Piensa en las pinturas en cuevas que contaban cacerías y ritos, las tablillas de barro con sus listas de cosechas y leyes, o esos archivos gigantescos de monasterios y estados. Siempre ha sido una lucha constante del ser humano contra el olvido y la manipulación. Pero, siendo honestos, ¿qué tan de fiar han sido esos “guardianes” de la historia? ¿Cuántas veces la mano que escribía no era movida por el interés del poderoso de turno? ¿Cuántas verdades no quedaron sepultadas bajo el peso de las historias que convenían? ¿Cuántos detalles se perdieron en la mirada, siempre subjetiva, de quien contaba? Ya lo dicen: los que ganan no solo escriben la historia, sino que muchas veces borran, cambian o silencian las voces de los perdedidos, dejándonos un paisaje de recuerdos lleno de huecos y fantasmas.


Colección familiar. Mosaico realizado con PowerPoint 365 Pro.

Ahora, imagínate por un momento que tuviéramos un pergamino digital, como una especie de Piedra de Rosetta, pero del siglo XXI. Una vez que escribes algo en él, esa “tinta” se vuelve imborrable, imposible de cambiar por el capricho de un tirano, la dejadez de un funcionario o el simple paso del tiempo. Piensa en una tecnología que no esté en manos de un solo guardián, que podría corromperse o caer en un desastre, sino que esté repartida en miles, millones de ordenadores conectados, cada uno con una copia igualita y verificable del original. Cada cosa nueva que se añade, cada dato, quedaría encadenado al anterior con unas firmas digitales supercomplejas, creando un rastro que se puede seguir, transparente y a prueba de manipulaciones. Si alguien intentara cambiar algo, toda la cadena se rompería, saltaría la alarma. ¿No te suena esto a la realización de un sueño que muchos hemos tenido, especialmente los que valoramos la verdad por encima de lo que conviene, y la conservación por encima de la destrucción? ¿Podría esta forma de guardar las cosas, descentralizada y sellada con criptografía, darnos una respuesta más sólida a lo frágil y manipulable que son nuestros métodos tradicionales para contar la historia? Si un suceso, un documento, una foto, un testimonio hablado, una vez digitalizado y validado por mucha gente, quedara grabado en esta especie de gran libro de cuentas universal, ¿no estaríamos poniendo los cimientos para un archivo histórico increíblemente resistente y verdadero? ¿Qué significaría para entender el pasado poder contar con fuentes cuya autenticidad no se pudiera cuestionar, al menos desde que se grabaron?

Pero, claro, aquí se nos planta una duda importante: si bien esta inmutabilidad nos asegura que un registro no se va a tocar después de escribirlo, ¿quién nos garantiza que lo que se escribió era verdad antes de entrar en esa cadena eterna? Si metemos una mentira, esa mentira se quedará ahí para siempre, con la misma fuerza que una verdad. La herramienta, por muy potente que sea, no nos quita la responsabilidad de pensar, de criticar las fuentes, de entender el contexto. Y es justo aquí donde las carreras de humanidades, lejos de sentirse amenazadas por esta tecnología, podrían encontrar un nuevo y emocionante campo de acción. El historiador, el archivero, el filólogo, el que cuida del arte…, ¿no se convertirían en una especie de notarios de esta nueva era digital, en gente clave para validar la información que quiere quedarse para siempre? Su habilidad para comparar, para poner en contexto, para descubrir intenciones ocultas y para decir si algo es auténtico antes de “sellarlo” en la cadena, sería más vital que nunca. Ya no sería solo interpretar lo que queda del pasado, sino ayudar a construir un legado digital de confianza para el futuro. ¿Te imaginas cómo cambiaría el trabajo del arqueólogo si cada descubrimiento, con su lugar exacto, su fecha y su descripción, pudiera quedar anclado a un registro inmutable casi al instante, y que cualquiera en el mundo pudiera estudiarlo? ¿Y el periodista que investiga, no encontraría en esto un escudo contra la censura y el desprestigio, al poder dejar sus hallazgos de forma verificable y para siempre?

A ver, pensemos un momento en algo tan fundamental como quién es el dueño de las ideas. ¿De quién es realmente un libro, una obra de arte, una canción? Imagínate un sistema que pudiera dejar grabado, para siempre y sin que nadie lo pueda borrar, cuándo nació una creación y por qué manos ha pasado, cómo se ha licenciado… ¿No te parece que eso cambiaría por completo la forma en que protegemos los derechos de autor y luchamos contra el plagio o, directamente, el robo de ideas? Y los críticos literarios, los historiadores del arte…, ¡qué pasada de herramientas tendrían para rastrear influencias, seguir la pista a las corrientes, ver cómo una idea viaja y se transforma!

Pensemos también en las lenguas que se nos están yendo, esas tradiciones orales que mueren con sus últimos hablantes. ¿No sería un puntazo tener un sistema que capture y proteja esos tesoros intangibles, conectándolos para siempre con sus comunidades, de forma clara y segura? Y qué me dices de guardar para la posteridad el testimonio de un superviviente de genocidio, cada historia de injusticia… que quedara grabado en una especie de memoria colectiva digital, blindada contra quienes quieran negar o reescribir la historia. La potencia emocional y ética de un archivo así sería… uff, incalculable. Sería como un espejo que nos devolvería siempre nuestras luces y, sobre todo, nuestras sombras.

Pero claro, esta promesa de que todo sea transparente y eterno también nos pone delante de preguntas que, la verdad, incomodan un poco. ¿Tenemos derecho a que se nos “olvide” digitalmente algo o estamos condenados a que cada metedura de pata, cada palabra dicha a la ligera, cada foto comprometida, se quede ahí para los restos? Si la historia, para sanar y avanzar, necesita que la releamos, que superemos traumas, ¿cómo cuadra eso con un registro que no se deja matizar, que no quiere que lo miremos con otros ojos con el paso del tiempo?

¿De verdad una tecnología así, una “cadena de bloques”, puede capturar toda la complejidad, lo ambiguo, la ironía, el dolor, la esperanza… todo eso que nos hace humanos? ¿O estamos en peligro de convertir la riquísima historia de la humanidad, con todas sus voces, en una simple ristra de datos fríos? Inmutables, sí, pero ¿y el alma? Ahí es donde los humanistas tendrían un papelón: no solo validar y cuidar la información, sino interpretar sin parar ese archivo gigante que no para de crecer, construir los relatos que le den sentido y calor humano a esa estructura de bloques que, de por sí, es implacable. ¿Será el filósofo del futuro el que tenga que romperse la cabeza con la ética de una memoria perfecta, el que nos ayude a entender qué hacemos con una verdad que, aunque sea verificable, podría llegar a ser agobiante o incluso paralizarnos?

Quizás el truco para las humanidades no sea plantarle cara a esta ola tecnológica, sino más bien aprender a surfearla, a darle forma y a llenarla de esa profundidad y sensibilidad que solo nosotros, reflexionando sobre lo humano, podemos aportar. Que algo quede grabado para siempre puede ser una herramienta potentísima, no digo que no, pero su valor real dependerá de la cabeza con la que la usemos, de las preguntas que nos atrevamos a hacerle y de la honestidad con la que miremos lo que nos cuente.

¿Estaremos preparados para ese examen tan bestia de nuestro presente cuando se convierta en el pasado inalterable para los que vengan después? Piénsalo: ¿qué historias tuyas, qué pequeñas verdades de tu día a día, querrías que aguantaran el paso del tiempo con esa firmeza? ¿Y cuáles preferirías que se esfumaran tan fácil como hoy se pierde cualquier cosa en el maremágnum de internet? Este viaje no ha hecho más que empezar, y el mapa de este nuevo territorio de la memoria lo estamos dibujando entre todos, con cada decisión que tomamos, con cada dato que decidimos guardar o dejar ir. La gran pregunta es: ¿qué brújula moral vamos a usar para guiarnos en esta tarea de construir el archivo definitivo de nuestra especie? Un archivo que podría hablarnos con una claridad, a veces brutal, sobre quiénes fuimos, quiénes somos y, quién sabe, quizás, hasta quiénes podríamos llegar a ser.



Estamos en la Comunidad #Humanitas en su acostumbrada iniciativa de un tema para cada día.


INICIATIVA: Un temα pαrα cαdα dı́α (junio 2025)


Portada de la iniciativa




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Dedicado a todos aquellos que, día a día, con su arte, hacen del mundo un lugar mejor.





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