Las Olimpiadas Matemáticas de 1977

Un Recuerdo Inolvidable

Lo que observo más allá de la imagen

Viendo esta foto… ¡wow! Me transporta directo a 1977, a esas Olimpiadas de Matemáticas. Me acuerdo de entrar al estadio y ver eso: filas y columnas interminables de mesas y sillas, perfectamente puestas. Era como un mar de gente, ¡literalmente 50 mil estudiantes! Cada cabeza es un mundo, cada uno con su rollo, su preparación, soñando con destacar.

Esa disposición tan impecable me decía al instante lo grande que era el evento, lo serio del desafío. Cada silla era alguien, una mente lista para romperse la cabeza con los problemas —cabezas a echar humo—. Y ahí estaba yo, en una de ellas, con un montón de nervios, pero decidido. Quería demostrar que mi colegio público podía competir de tú a tú con los privados más famosos del país.

Lo que me hace sentir la Imagen

Pero más allá de las mesas y el orden, esta imagen me trae recuerdos que, te juro, casi 50 años después, ¡todavía me llenan de pura alegría! Me veo volviendo a casa después de tres días de competencia. Llegué con mi certificado, mi placa y mi tesoro: una calculadora científica HP. Un trofeo de verdad para mí.

Y la emoción no acabó ahí. Apenas abrí la puerta… ¡sorpresa total! Toda mi familia y mis amigos estaban esperándome. Y en la mesa… ¡una torta con forma de calculadora! Uf, no sabes lo que sentí en ese momento. Era el orgullo de ellos por mi logro.

Ese día, ese recibimiento, se me quedó grabado. Fue una de esas victorias dulces, ¿sabes? No solo por lo académico, sino por sentir todo ese amor, ese apoyo incondicional. El verdadero premio no fue la placa ni la calculadora; fue la calidez de mi casa, la gente que creyó en mí. Eso te enseña que el esfuerzo, de verdad, siempre, siempre vale la pena.

La Anécdota Detrás de Todo

Las pruebas, obviamente, no eran pan comido —como decimos en mi tierra natal—. Pero hubo momentos… como que se te ilumina la cabeza de repente. Me acuerdo de un problema que lo vi y ¡puf!, en tres segundos ya tenía la respuesta. Era un simple 1. Después, hablando con otros compañeros, me di cuenta de que nadie más lo había resuelto. ¡Nadie! Esa pequeña victoria personal, en medio de 50 mil, me hizo sentir que, quizás sí, tenía algo que hacer ahí, que no estaba de relleno.

Cuando pasamos a la siguiente fase, los 5 mil primeros, en la segunda prueba, pasó algo… raro. Un ejercicio venía con opciones de respuesta, cinco, pero ninguna era la correcta. Le di vueltas, revisé todo, y escribí mi solución, argumentando por qué las opciones fallaban. ¡Y eso me catapultó! Me puso en la lista de los finalistas.

Pero, ¿y la final? Esa última etapa… nunca se hizo. Nunca. Te quedas pensando… uno piensa mal, ¿no? ¿Será que no querían que alguien de una institución pública le ganara a los otros cuatro de las privadas? Vaya uno a saber qué pasó detrás.

Pero la verdad es que yo sabía por qué había llegado hasta ahí: por mí, por mi esfuerzo, por la pasión que le tengo a las matemáticas. Y aunque esa competencia no tuvo un final como yo lo soñé, la verdadera victoria ya la llevaba por dentro. Me quedó clarísimo que el conocimiento no tiene apellido, no es de clases sociales. El talento sale de donde sea. Y que sí, la educación pública, con ganas y dedicación, ¡también forma mentes brillantes!

Cómo participar, aún estás a tiempo…
Una imagen vale más que mil palabras

^{Portada de la iniciativa.}

CRÉDITOS:

Imagen tomada de la iniciativa, cortesía de UNAPLASH

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Dedicado a todos aquellos que contribuyen, día a día, a hacer de este planeta un mundo mejor.

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The 1977 Mathematical Olympiads

An Unforgettable Memory

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What I see beyond the image

Looking at this photo… wow! It takes me straight back to 1977, to those Math Olympiads. I remember entering the stadium and seeing that: endless rows and columns of tables and chairs, perfectly arranged. It was like a sea of people, literally 50,000 students! Every mind is a world of its own, each with their own agenda, their own preparation, dreaming of standing out.

That impeccable arrangement instantly told me how big the event was, how serious the challenge was. Every chair was someone, a mind ready to rack its brains over the problems—heads on fire—. And there I was, in one of them, incredibly nervous, but determined. I wanted to show that my public school could compete head-to-head with the most famous private schools in the country.

What the Image Makes Me Feel

But beyond the tables and the order, this image brings back memories that, I swear, almost 50 years later, still fill me with pure joy! I see myself returning home after three days of competition. I arrived with my certificate, my plaque, and my treasure: an HP scientific calculator. A real trophy for me.

And the excitement didn't end there. As soon as I opened the door... total surprise! All my family and friends were waiting for me. And on the table... a cake shaped like a calculator! Phew, you have no idea how I felt at that moment. It was their pride in my achievement.

That day, that welcome, has stayed with me. It was one of those sweet victories, you know? Not just because of the academic aspect, but because of feeling all that love, that unconditional support. The real prize wasn't the plaque or the calculator, it was the warmth of my home, the people who believed in me. That teaches you that effort, truly, is always, always worth it.

The Anecdote Behind It All

The tests, obviously, weren't a piece of cake —as we say in my homeland—. But there were moments… like a lightbulb in your head. I remember seeing a problem and, poof! In three seconds, I already had the answer. It was a simple 1. Later, talking with other classmates, I realized that no one else had solved it. No one! That small personal victory, amidst 50,000 answers, made me feel that, maybe, I had something to do there, that it wasn't just filler.

When we moved on to the next phase, the first 5,000, in the second test, something… strange happened. One exercise had five answer options, but none of them were correct. I thought about it, reviewed everything, and wrote my solution, explaining why the options were wrong. And that catapulted me! It put me on the list of finalists.

But what about the final? That last stage… never happened. Never. You're left wondering... one thinks the wrong way, right? Maybe they didn't want someone from a public institution to beat the other four from the private schools? Who knows what happened behind them.

But the truth is, I knew why I'd gotten there: because of me, because of my effort, because of my passion for math. And although that competition didn't end the way I'd dreamed, the true victory was already within me. It became crystal clear to me that knowledge has no surname, it's not a matter of social class. Talent comes from wherever it comes from. And yes, public education, with desire and dedication, also creates brilliant minds!

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Come ɑnd pɑɾticipɑte becɑuse γou still hɑve, time…
A Pictuɾe Is Woɾth A Thousɑnd Woɾds

^{Cover of the initiative.}

CREDITS:

Image taken from the initiative, courtesy of UNAPLASH

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I am dedicated to all those who contribute daily to make our planet ɑ a better world.

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