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El regreso a lo esencial entre la nieve de Canadá

y la nostalgia de Venezuela

Oye @iriswrite, te confieso que al leer tu invitación sobre las “costumbres sencillas” me pegó un sentimiento fuerte, como un corrientazo. A lo mejor es la edad, mija, que a mis 70 años uno ya no está para tanta bulla. Uno deja de mirar el papel de regalo brillante y empieza a fijarse más en el cariño de las manos que te lo están dando.

Yo tengo ya 16 años aquí, “encaramado” en una zona rural de Ontario, Canadá. Aquí la naturaleza no juega; el frío se te mete en los tuétanos y cuando uno se descuida, ya la nieve tapó todo. Pero fíjate que ese silencio blanco me sirve. Me sirve para pensar que la Navidad original, la del Niño Jesús, no tenía arbolito con luces LED ni Wi-Fi. ¿Qué había en ese pesebre? Paja, unos animales, frío parejo y una familia echándole pichón ante la adversidad. Sin estrenos, sin banquetes y, lo más importante, sin deudas. Pura vida real.

Por eso me anoto en tu iniciativa. A mí me da una dentera ver cómo el marketing nos ha lavado el cerebro. Nos meten por los ojos que, si no compras el regalo caro, fallaste como padre. ¡No me fastidien con eso! Es una trampa boba. Veo a la gente endeudándose en diciembre para pantallar con los vecinos, y en enero andan “limpios”, comiéndose un cable y con el estrés a millón. Eso no es Navidad, eso es esclavitud.

Como inmigrante, a mí me tocó cambiar la jugada. Mi tradición ya no es ir de tiendas, sino ir a la oficina de envíos, al “puerta a puerta” como lo llaman en Venezuela. Todos los meses, y más ahorita en diciembre, armo mis dos cajas sagradas. Una va rodando para Caracas, para mi hermano Henry; y la otra para Valencia, para mi hermano Jhonny. Tal cual lo expuse en una publicación recientemente.

^{Gracias a la Directora de la U.E. 24 de Julio.}

¿Y qué meto ahí? Nada de lujos, mijo. Ahí van lo que yo llamo “vida”: comida, medicinas, jabón, pasta dental. Cosas que resuelven. Ustedes que están allá o tienen familia allá saben lo que es la tranquilidad de abrir la alacena y ver que hay con qué comer. Claro, siempre les cuelo sus chocolates o algún dulce para “matar el antojo”, pero el regalo de verdad es que ellos duerman tranquilos.

Mi cuenta es sencilla a estas alturas del partido: Salud + Comida en la mesa + Familia sin angustias = Navidad resuelta.

Lo demás es monte y culebra. Si mis hermanos tienen la barriga llena y salud, yo puedo dormir en paz aquí en el norte. Ese hilo invisible que nos une es mi celebración.

Aquí en Canadá son muy de luces. Hace nada pasó el “Holiday Train”, ese tren iluminado que cruza el país. Es bonito, no te digo que no, y recogen comida para los pobres, cosa que aplaudo. Pero viéndolo pasar pensaba: “tanta luz afuera y a veces tanta oscuridad adentro de las casas”. Yo soy un viejo precavido, quizás por los golpes que da la vida. Yo celebro con los pies en la tierra. Siempre le digo a los míos: “Guarden para enero, que la cuesta es dura”. Tener un fondito de emergencia da más paz que cualquier fiesta de una noche.

Gracias a la gente de #greenzone por dejarme desahogar. En un mundo que grita “gasta, gasta”, decir “no necesito tanto” es casi un acto de rebeldía. Yo doy gracias porque mi techo aguanta la nieve, porque puedo ayudar a mi sangre en Venezuela y porque tengo a mi hijo Matthew aquí que me da un abrazo.

Esa es mi Navidad, sin tanto perendengue. Ojalá volviéramos a esa esencia, ¿no creen? Se viviría con menos ansiedad. Cuéntenme ustedes qué piensan, los leo.

Creciendo como persona, busca y encuentra lo que necesitas para ser un mejor humano en la Comunidad Green Zone. De seguro, hay un tema que te llamará la atención.

^{Banner propio de la Comunidad #greenzone}

Dedicado a todos aquellos que, día a día, hacen del mundo un lugar mejor.

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A return to the essentials amidst the snow of Canada

and the nostalgia of Venezuela"

Hey @iriswrite, I confess that reading your invitation about “simple customs” hit me hard, like an electric shock. Maybe it's my age, my dear, at 70 years old one isn't up for so much fuss anymore. You stop looking at the shiny wrapping paper and start noticing more the affection in the hands that are giving it to you.

I've been here for 16 years now, “perched” in a rural area of ​​Ontario, Canada. Here, nature doesn't play around; the cold seeps into your bones, and before you know it, the snow has covered everything. But you know what? That white silence is good for me. It helps me think that the original Christmas, the one with Baby Jesus, didn't have a tree with LED lights or Wi-Fi. What was in that manger? Straw, some animals, consistent cold, and a family facing adversity head-on. No new clothes, no banquets, and, most importantly, no debt. Just real life.

That's why I'm joining your initiative. It makes my blood boil to see how marketing has brainwashed us. They bombard us with the idea that if you don't buy the expensive gift, you've failed as a parent. Don't give me that nonsense! It's a stupid trap. I see people going into debt in December to show off to the neighbors, and by January they're broke, struggling financially, and incredibly stressed. That's not Christmas, that's slavery.

As an immigrant, I had to adapt. My tradition is no longer going shopping, but going to the shipping office, the "door-to-door" delivery service as they call it in Venezuela. Every month, and especially now in December, I pack my two sacred boxes. One is headed to Caracas, for my brother Henry; and the other to Valencia, for my brother Jhonny. Just like I explained in a recent post.

^{Thanks to the Director of the U.E. 24 de Julio.}

And what do I put in them? Nothing fancy, man. Here's what I call "life": food, medicine, soap, toothpaste. Things that solve problems. Those of you who are there or have family there know the peace of mind of opening the cupboard and seeing that there's food. Of course, I always sneak in some chocolates or sweets to "satisfy the craving," but the real gift is that they sleep peacefully.

My calculation is simple at this point: Health + Food on the table + Family without worries = Christmas sorted.

Everything else is just a lot of noise. If my brothers and sisters have full bellies and are healthy, I can sleep peacefully here up north. That invisible thread that unites us is my celebration.

Here in Canada, they're all about lights. Just recently, the "Holiday Train" passed by, that illuminated train that crosses the country. It's beautiful, I won't deny it, and they collect food for the poor, which I applaud. But watching it go by, I thought: "So much light outside and sometimes so much darkness inside the houses." I'm a cautious old man, perhaps because of the blows life has dealt me. I celebrate with my feet firmly on the ground. I always tell my family, "Save for January, because the financial strain is tough." Having an emergency fund brings more peace of mind than any one-night party.

Thanks to the people at #greenzone for letting me vent. In a world that screams "spend, spend," saying "I don't need that much" is almost an act of rebellion. I'm grateful that my roof holds up to the snow, that I can help my family in Venezuela, and that I have my son Matthew here to give me a hug.

That's my Christmas, without all the fuss. I wish we could return to that essence, don't you think? We'd live with less anxiety. Tell me what you think, I'm reading your comments.