Desde hace muchísimo tiempo, en un montón de culturas distintas, la gente ya decía que cómo ponemos las cosas a nuestro alrededor no solo tiene que ver con el orden físico, sino que también influye un montón en cómo nos sentimos por dentro, en nuestro equilibrio. Va más allá de que se vea bonito, ¡toca algo más profundo! Hablar de que “cada cosa tiene su sitio” es como reconocer una especie de armonía energética que nos conecta con todo lo que nos rodea.

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Por ejemplo, si piensas en el Feng Shui o en algunas costumbres de los pueblos originarios, ellos creen que cada objeto tiene como su propia “chispa” de energía, y que esa energía interactúa con la del espacio y con nosotros, que vivimos ahí. Cuando esa relación es buena, ¡zas!, parece que todo fluye mejor. Eso se nota en cómo nos sentimos emocionalmente, en la cabeza y hasta en el cuerpo. No es solo poner un sofá aquí o allá sin más, es más bien dejar que la energía circule sin obstáculos, para sentirnos más tranquilos y con la mente más clara.

Pensar así nos hace ver las cosas materiales de otra manera. No se trata tanto de controlarlo todo, sino más bien de “escuchar” el espacio, de sentir qué necesita cada mueblecito o adorno para estar justo donde debe ir. Viéndolo así, encontrar “el sitio correcto” no es imponer un orden a la fuerza, sino descubrir esa sintonía natural que existe entre nosotros y nuestro hogar.

Vivir prestando atención a dónde pones cada cosa puede volverse una práctica diaria, como una especie de mindfulness. Cada objeto, cada rinconcito, se convierte en un pequeño espejo de cómo estamos por dentro. Porque, ¿quién sabe? Quizás cuando todo está en su lugar afuera, nosotros también encontramos un poquito más el camino de vuelta a casa, a sentirnos bien con nosotros mismos.

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