“En el redil”. Así me siento hoy, y cada vez que mi calendario interno me susurra la fecha. Sofía cumpliría once años, y ya han transcurrido quince desde ese hito imaginado. Mi pensamiento, como un animalito que conoce su refugio, vuelve una y otra vez a ese espacio íntimo, a ese redil tejido con los hilos más finos de mi memorial.

No es un aprisco de conformidad ni de estancamiento, aunque a veces el mundo exterior se desvanezca cuando me adentro. Es, más bien, ese punto exacto donde mi ser se reencuentra con su esencia más pura, con su huella imborrable. La vida, con su vorágine, me impulsa hacia adelante, me exige seguir. Y sigo. Pero siempre hay un camino de regreso a este redil del alma.

Aquí, su risa de niña, a punto de florecer en la adolescencia, no se ha apagado. Sus preguntas curiosas aún flotan en el aire. Este ciclo de retorno no es una carga, sino un privilegio íntimo, una elección consciente. Es mi forma de mantenerla viva, no en un más allá etéreo, sino aquí, en el centro de mi pecho, en este redil personal donde su amor sigue siendo el pastor de mis recuerdos más queridos. Permanecer, regresar, es mi manera de seguir anclada a ella, en la seguridad de un amor que el tiempo no erosiona, sino que resguarda.

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